¿De dónde viene, corredor, y cómo concibe la justicia?
Jaime Salvador García – Soy oriundo de la Ciudad de México. Estudié derecho en la Escuela Libre de Derecho y actualmente soy corredor público 61 de la Ciudad de México, mediador privado certificado 253 de la Ciudad de México y perito traductor de inglés y español del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México. Durante cinco años me desempeñé como conciliador del Instituto Federal de Especialistas de Concursos Mercantiles. Esto en lo que respecta a la parte profesional.
Como ser humano, soy una persona que cree en la justicia. Por eso estudié derecho y cuando se presentó esta convocatoria abierta a todo aquel que reuniera los requisitos, me inscribí para ver qué tan auténtico y transparente sería el proceso. Hasta la fecha puedo constatar que, en mi caso, así ha sido. Ésta es una oportunidad para poder llegar al más alto tribunal postulado por el Comité de Evaluación del Poder Judicial y del Comité de Evaluación del Poder Legislativo.
Decir que dar a cada quien lo suyo sería, conforme a la definición tradicional, la respuesta a la pregunta que se hizo Kelsen. Eso nos lleva a una segunda cuestión: qué es darle a cada quien lo suyo. En nuestro sistema: la justicia debe ser la recta y correcta aplicación de nuestra norma fundamental —que es la Constitución política— y de todo el orden jurídico que emana de ella y que es acorde a ella. Eso aterrizado a cada caso concreto. Aunado a lo anterior, aplicar la equidad, la perspectiva de género, ponderar el interés superior de los menores, estar conscientes de las capacidades distintas que tienen todos los individuos.
¿Cómo concibe el panorama general de la justicia en México?
Jaime Salvador García – Desgraciadamente, México adolece de muchos problemas de injusticia; para constatarlo, basta con salir a la calle. Y no hablo desde la perspectiva aristotélico-tomista de la justicia distributiva y de la justicia conmutativa, sino desde un punto de vista de la justicia social. En este país vemos enormes desigualdades: si salimos aquí a la esquina vamos a ver a un menor de edad que está vendiendo papitas o chicles —un claro caso de explotación de menores—, vemos a la delincuencia organizada fortaleciendo su presencia en partes importantes del país.
En México tenemos mucho que hacer por la justicia. Se requiere una gran reforma en materia de justicia. La reforma judicial es una parte, pero no agota el tema. Se tienen que modernizar y homologar las fiscalías, las cuestiones periciales, la policía… Algunas reformas se han hecho en particular para ampliar el tiempo de investigar delitos, por ejemplo. Pero sí necesitamos trabajar mucho en México para la justicia y es por lo cual me inscribí en esta convocatoria.
¿Cómo combatiría la corrupción dentro del Poder Judicial?
Jaime Salvador García – Yo me considero una persona íntegra: tengo un expediente limpio, nunca he sido sancionado por alguna irregularidad en las funciones que he desempeñado como fedatario, como traductor, como conciliador. No soy alguien que pretenda llegar a la Corte por ambición económica ni poder. En ese sentido, estoy comprometido con cumplir dignamente la función de ministro, de ser electo por el pueblo, y poner todo mi empeño en aplicar —como ya lo he señalado— el orden jurídico y también terminar con ciertas prácticas que se han dado y normalizado anteriormente, que ya están proscritas de alguna manera, como el andarse reuniendo de manera secreta con alguna de las partes para cabildear un asunto.
Puesto que la Corte va a funcionar con nueve integrantes, eso también da la oportunidad a que sus resoluciones sean bien ponderadas y no haya una cuestión de que una sala dio un criterio, y otra proporcionó otro. A mí me parece correcto que la Corte realmente sea “suprema” y actúe siempre en pleno.
En ese sentido, hay que combatir —en el más amplio sentido— la corrupción pública y privada, donde esté, y de ese modo combatir las injusticias. Donde se pueda enmendarlas, hacerlo, y no dejarse doblegar por el poder político, ni por el poder económico, ni por la amistad. Quienes lleguen al más alto tribunal deben mantenerse imparciales, sin sumisión —ni confrontación—, neutros y con una actitud de colaboración y de cooperación entre poderes.