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Lechedevirgen: yo no siento orgullo, siento rabia

Lechedevirgen

Lechedevirgen Trimegisto | Foto: David F. Uriegas


Platicamos con Lechedevirgen sobre su práctica artísitca y política, sobre el mes del «orgullo» y las disidencias sexogenéricas poscoloniales en América Latina.


¿Quién es Leche de Virgen y de dónde viene este nombre?

Lechedevirgen es mi nombre elegido. Lo empecé a utilizar como nombre artístico hace ya prácticamente 15 años. Y en aquel momento me servía como un escudo, porque en Querétaro no quería ponerme en riesgo por el tipo de arte que hago. Eventualmente, la gente supo quién soy y ya hoy todo el mundo me conoce. Soy mucho más visible como Lechedevirgen.

El término viene de la alquimia; es un nombre que los alquimistas utilizaban para nombrar una sustancia que era capaz de curar y de transformar, porque tenían la creencia que una mujer generaba una sustancia sagrada al lactar sin estar embarazada –no como resultado de una relación carnal, sino por algo místico–. De ahí viene el concepto de leche de virgen: una mujer que es virgen pero que lacta. Es una categoría polisémica. En México, por ejemplo, se asocia con lo sexual. Sin embargo, en lo místico y lo sagrado y en la alquimia se trata de un proceso de transformación profunda. Y para mí el arte es eso. Hoy ya lo veo desde otra perspectiva, sigue siendo lo mismo, pero mis referentes ya no son solo la alta magia europea, sino que ahora estoy mucho más en contacto con las ancestralidades de mi propia región y mi historia.

Me llama la atención cómo hablas acerca de ciertas categorías en tu trabajo. Me gustaría que pudiéramos explorarlas de manera más profunda. Me refiero, particularmente, a maleficio cultural, trasvestismo espiritual y pospornografía

Lechedevirgen – Para mí, como artista, los conceptos, el texto y la escritura son una extensión de mi trabajo. Yo me dedico, principalmente, al arte visual, al performance, pero también cuando escribo, cuando hablo, cuando genero narrativas, extiendo mi creación. En la magia, la idea del conjuro tiene que ver con eso, crear a partir de la voluntad y de la voz. La escritura es una extensión de eso y muchos de estos conceptos provienen de allí.

La idea de un maleficio cultural –ese es el nombre de mi columna en el diario Querétaro–, tiene que ver con formas contraculturales de entender –yo les digo– las venganzas simbólicas contra la cultura dominante; o sea, un maleficio cultural son aquellas propuestas artísticas contraculturales que desafían a la cultura dominante.

El travestismo espiritual es un concepto que he estado trabajando de un año para acá. Yo soy una persona no binaria, travesti, no un hombre, que aunque fui socializado como hombre, me costó muchos años encontrarme como soy. Ahora sé que también las travestis racializadas del sur global, como Lembel, Giuseppe Campuzano, Hija de Perra, y muchos referentes que han estado en ese imaginario, cargamos un linaje, un legado. Las travestis estamos aquí de alguna forma para recordarle al mundo que nunca fue binario, que es una construcción colonial. Entonces, para mí el travestismo espiritual pero entendido a través de una práctica mágica, mística, esotérica; hay muchas formas de nombrarlo. Ahí las travestis podemos encarnar diferentes formas no materiales, invisibles, a través de nuestro cuerpo. Giogan Migail, una travesti  afrocaribeña de República Dominicana que también es mi hermana, dice que las travestis son sagradas, metrezas, hablando de toda la santería, de la religión yoruba, de las 21 divisiones, porque solo las personas que estamos en un cuerpo no binario o travesti podemos conectarnos con esas divinidades, que son una forma de divinidad femenina que no necesariamente tiene que ver con un cuerpo asignado como mujer. Yo me identifico desde ahí, pero desde otros referentes y coordenadas. Para mí el travestismo espiritual tiene que ver con una especie de nahualidad expandida, con formas de salirnos no solamente de lo binario, sino de lo humano. Pensarme una corporalidad travesti tiene que ver con un acto de justicia racial y no solamente de género, se trata de una política antirracista, anticolonial y antipatriarcal enunciarme desde ahí.

El término pospornografía se empezó a utilizar en España, luego migró a México. Muchos artistas empezamos a hablar de esto hace ya más de una década. Básicamente es una forma de arte que tiene como propuesta política desmarcar la pornografía de la mirada cisgénero normativa y moverla hacia otros lados, donde otros cuerpos y otras experiencias son representadas, pero de maneras que no ocurren en el porno convencional.

Esos términos han acompañado mi trabajo desde hace mucho. Regresando a la cuestión del travestismo espiritual, yo considero que las artistas que estamos trabajando desde la trinchera de la disidencia sexual, pero que también nos conectamos con esta centralidad, somos capaces de canalizar ideas y fuerzas que son mucho más antiguas  que la invención del cristianismo, de occidente, del hombre blanco cisgénero y de todo lo que lo que hoy lamentablemente tiene al mundo sumido en violencia. Por eso creo que cargamos un mensaje importante y por eso el mundo nos odia y nos quiere asesinar. 

Junio es el mes del Pride. ¿Debería denominarse así?

Lechedevirgen – Hay una frase que se extrajo de un texto que escribí en el 2014: “yo no siento orgullo, siento rabia”. Se volvió una consigna, mucha gente la retomó y la ha pintado en las marchas y la ha vuelto parte de las pancartas. Me encanta porque quiere decir que el texto está vivo, pero al mismo tiempo, me preocupa porque quiere decir que esas situaciones siguen ocurriendo: sigue habiendo crímenes de odio, formas de tortura, exterminio, muchas formas de violencia que atraviesan a nuestras comunidades disidentes. Cuando yo lo escribí era una forma de criticar la idea del pride, del orgullo, concepto conectado con la blanquitud, con la idea del gayness. Yo nunca encajé en esa categoría porque tiene presupuestos muy específicos, tanto de clase como de raza, que no tienen que ver solo con el deseo o la orientación. A mí nunca nadie me insultó diciéndome gay, a mí me insultaban diciéndome marica o puñal u otras cosas. La categoría gay se volvió un espacio reivindicativo en su momento en Estados Unidos, porque apareció la palabra homosexual, que en un principio era una forma de nombrar una enfermedad –las personas en la psiquiatría tuvieron que inventar la categoría de heterosexualidad para poder nombrar a las personas homosexuales como enfermos–; lo mismo que pasó con la disforia de género y las personas trans, y muchas otras cosas que tiene la propia historia de la psiquiatría, que es muy terrible, que está plagado de estos mecanismos de patologización, que es algo de lo que no se han hecho cargo. 

Yo nunca fui una persona homosexual ni gay, no encajo en esas categorías. Lo gay fue cooptado por el neoliberalismo y generó todo un mercado rosa y arcoíris. Todos los años, en las marchas del orgullo, vemos muchísima gente que no está ahí cuando se les necesita, cuando hay un transfeminicidio, por ejemplo; pero la gente que va a la Marcha del Orgullo, no están en las marchas contra el genocidio en Gaza, el Congo, Sudán, o en las diferentes formas de violencia que han ocurrido aquí en el país, como Acteal, Aguas Blancas, Ayotzinapa, Atenco. Es claro que las marchas del orgullo giran en torno a una idea capitalista de la identidad, un identitarismo al servicio del neoliberalismo y del mercado. Para mi ahí no hay potencia política, por eso yo no siento orgullo, siento rabia. La rabia, lamentablemente, es un sentimiento que nos atraviesa a muchas otras personas del sur global de México hacia abajo, por las cosas que ocurren.

Me parece tan importante volver a politizarlo y que las personas comprendan que no solamente es junio y que recuerden que esto lo inició una travesti negra como Marsha P. Johnson, y que hoy son esas personas, esos cuerpos de las mujeres trans, las mujeres racializadas, las travestis, las que están siendo asesinadas. Eso no toca a otros estratos de lo LGBT. La G es lo que más pesa en ese acrónimo. Es algo  de lo que también tenemos que hacernos cargo. 

¿Cuál crees que es el papel que deben tener las disidencias sexo genéricas latinoamericanas? 

Lechedevirgen – Personas a quienes admiro mucho, como María Galindo, una activista boliviana, dicen que no se puede despatriarcalizar sin descolonizar, en el sentido de que no podemos lograr lo segundo si nuestra lucha es únicamente desde el vector del género y la sexualidad sin tomar en cuenta la imbricación de violencias que existen en esta matriz de dominación. Lo que hermana a las disidencias sexuales en Abyayala –o sea, en Latinoamérica, término del pueblo Okuna, utilizado para nombrar al continente antes de la llegada de Cristóbal Colón y de esta mentira de que vivimos en una América Latina, porque no tiene nada de América ni de Latina–, es justamente la herida colonial, lamentablemente.

Para el feminismo y para los movimientos y los activismos o en género y LGBT ha sido suficiente hablar de sexualidad y de género. Hoy es mucho más fácil seguir hablando solo de eso, porque de esa manera muchas cosas quedan ocultas. El colonialismo es experto en ocultar. Diría Aníbal Quijano que la cara oculta de la modernidad, es el colonialismo. Es muy importante tener en cuenta porque no estamos en un lugar de privilegio como el norte global. Yo estuve en West Hollywood en algún momento del año pasado, un pueblo gay para gays; Lemebel escribía que fue al famoso bar de Stonewall donde se sintió completamente fuera de lugar, era un espacio para blancos –no me refiero al tono de piel, sino a los valores de blanquitud que la gente lleva por dentro–. Eso se ha replicado acá. Por eso es que podemos tener personas LGBTTT+ a quienes les dan igual los transfeminicidios o las diferencias de clase a pesar de que supuestamente formamos parte de una comunidad. 

¿Cuál consideras que es el objetivo en presentar las disidencias sexogenéricas en los circuitos de oficialidad cuando las disidencias enfrentan problemáticas más crueles por las cuales luchar? 

Lechedevirgen – Esto nos lleva a la discusión sobre la representatividad y la visibilidad. Para la mayor parte de los activismos, actualmente el horizonte tiene que ver con ganar derechos humanos, con ganar espacios para ser visibles y estar representadas. Sin embargo, hay que entender que eso no funciona en todas las geografías y latitudes. O sea, si tú eres visiblemente no heterosexual, no cisgénero, en muchos lugares de México eso es un gran riesgo; por ejemplo, salir a la calle así implica recibir no solo miradas e insultos, sino amenazas de muerte y violencia. No todas las personas quieren estar en este lugar en el que estoy yo. Yo lo asumo, pero no todas las personas tendrían que estar ahí, porque también tienen derecho a no ser visibles.

Aunque no es que haga falta de representación de nuestra comunidad, realmente; sí la hay, pero suele ser negativa. Tenemos que pensar que la pura representatividad o la pura visibilidad no es realmente suficiente. Se necesita ir a la estructura misma. Casi siempre cuando hablamos de esto pensamos que al quitar a una persona cis o heterosexual de cierto lugar y poner a una persona LGBTTT+ va a cambiar la estructura, y no es así. Uno puede poner a la persona más diversa en un lugar de poder, pero si esa persona no se revela contra el poder sino que se empodera, termina por reproducir lo mismo que haría alguien que pertenece a esa estructura. 

El trabajo de descolonizar implica desengancharse de toda esta pirámide de jerarquías. A veces la visibilidad y la representatividad están más al servicio de eso que de una pregunta profunda; cuando queremos ir a la raíz de las cosas, nos tachan de radicales. En junio o en marzo puede haber mucha representatividad de las diversidades y de las mujeres, pero esas empresas o esos lugares no contratan personas LGBT, no les interesan realmente los derechos laborales de sus empleados, no reproducen formas más justas de trato con ellos, sino que todo es nada más una fachada. 

También hay que decirlo: muchas veces la representatividad y visibilidad parece un pago suficiente, cuando tendríamos que exigir condiciones justas de trabajo y un pago a cambio de lo que hacemos. Por siglos hemos sido inspiración de otros y nos han quitado lo nuestro y nos han dejado atrás diseñadores de moda, marcas, arte, que quieren lo que hacemos sin nosotros. Hoy ya estamos un poco más allí, pero el problema es que se reproduce esto de forma acrítica, no hay realmente un cambio sustancial. Me parece importante que las disidencias, cuando ocupamos esos espacios que nos pertenecen –aunque para mucha gente le puede parecer contradictorio– tratemos de cambiar la estructura, hay formas de reconfigurar lo que está ahí para que sea un poco más justo, un poco más horizontal (aunque sigue siendo un trabajo utópico, pero sin las utopías tampoco avanzaríamos a ningún lado). Yo sí creo en las utopías. Me parece que a la política le hace falta poética y a la poética le hace falta política; hay mucho trabajo por hacer. 

¿Consideras que el arte, en sus dimensiones ética y política, es el fin en sí mismo, o por el contrario sirve como un medio para alcanzar otros fines? 

Lechedevirgen – El arte definitivamente es una herramienta. A través de éste se pueden generar muchas cosas. No creo que el arte sea un fin en sí mismo, en el sentido de que eso lleva a la idea del arte por el arte, de un arte hecho para la contemplación y ya. Muchos museos están llenos de ese tipo de arte, donde uno entra a ver sin tocar. Así como diría Foucault que la clínica produjo al enfermo mental, y así como la cárcel produjo la idea del criminal, así los museos han producido también a la idea del público visitante de los museos y del artista. En un museo uno no puedes hacer un montón de cosas porque se consideran indebidas: no se puede tocar el arte, no se puede acercar mucho, no se puede bailar –sacaron del MET, por ejemplo, a Sofí Limchafiro, una bailarina camboyana, porque fue a hacer una danza sagrada en frente de una escultura de su propia cultura (que está ahí robada, exhibida en Nueva York)–. Hay una constante violencia e intolerancia del museo hacia esto, porque recuerda el hecho de que han saqueado. Y regreso a ese tema porque a mí me parece que el arte sirve también para evidenciar estas cosas. Para mí el arte no es una cuestión de contemplación. Esa es una idea que viene también de la cultura clásica. ¿Cuándo han escuchado que le llamen clásica a otra cultura que no sea la griega o la romana? En mismo momento histórico, en otras latitudes del mundo ya había producciones o creaciones artísticas o creaciones en general, pero esas no son el arte clásico, no es la cuna de las culturas. Siempre hay una jerarquización.

El arte es una herramienta para hacer visibles ciertas problemáticas y para encontrar soluciones –o quizás algunas aproximaciones– completamente fuera de lo común a determinados problemas; también es una especie de portal que ayuda a ver la realidad desde otro lado. Hay una serie de sincronías que nos hacen pensar.

Estamos tan colonizados por la idea de la racionalidad, del pensamiento cartesiano, de que somos mente y cuerpo, que ya se olvidó toda la sabiduría ancestral de que tenemos más de un cuerpo, de que hay un cuerpo aurático, energético, etérico, astral, que también está en contacto con la realidad. El arte a mí me sirve para encontrar esas sincronías, es como abrir el portal del mundo onírico al mundo de la vigilia y viceversa. Cada quien decide cómo lo usa. Para mí, el tipo de arte que yo hago, es una tecnología no humana, no binaria, es un tipo de fuerza sobrenatural, mágica, pero hay así muchos tipos de arte. Qué bueno que exista una pluralidad muy grande de artistas, porque no todes, todas, todos vamos a hacer lo mismo en los mismos lugares. Pero es como cualquier herramienta, uno puedes usar un lápiz para escribir o para sacarle el ojo a alguien; al final, cada quien decide cómo utilizar el arte.

Un ejemplo es el de Marina Abramovic, quien puse su trabajo al servicio de un mercado neoliberal. Para quiene nos dedicamos al performance, es casi como un sacrilegio criticarla porque ella es la abuela del performance. Pero la realidad es que yo no soy de esa genealogía. Marina no es mi abuela; la mía era de Tula Hidalgo, indio descendiente. Yo no sé quién es esa señora serbia, no tiene nada que ver conmigo ni con mi práctica artística. Yo no hago performance art, yo hago brujería, otro tipo de arte, una brujería contemporánea enmarcada en mi contexto. Abramovic puede venir a Zona Maco y presentar un performance VIP solamente para la gente que compra el boleto más caro, y hacer una colaboración con una marca de sillas para vender cada una en 45 mil dólares solamente por haberse sentado ahí. Eso es el arte al servicio del mercado neoliberal. Eso no aporta ni inspira nada para un cambio o un mundo distinto. Me sorprende ver que sea la misma persona que inspira a tanta gente, la que caminó a la muralla china, la que hizo que guardaran un minuto de silencio en un concierto allá en el Norte Global, la misma que tiene un manifiesto donde dice que no hará concesiones con el mercado del arte; es ridículo e incongruente.

Necesitamos otras maneras de ver y de hacer arte, porque a mí de nada me sirve que mi trabajo artístico culmine en un producto de consumo para las élites de una sociedad enferma como esta. Mi trabajo se dirige a la creación de comunidades.

Si el arte es entendido como medio, ¿depende de categorías como la paz o la violencia? 

Lechedevirgen – Acerca de la paz y la violencia, me encantaría regresar a Franz Fanon, porque él lo deja muy claro cuando afirma que desengancharse de lo colonial y del racismo va a ser igual de violento que como fue su imposición. Mucha gente quiere una cultura de paz –esto tiene que ver mucho con la política, con los partidos y con las políticas públicas internacionales que abogan por la paz–. Pero esa cultura de paz olvida que también para que haya paz tiene que haber un reajuste de cuentas, una forma de reparación del daño, una búsqueda de justicia integral profunda en términos históricos. O sea, no es suficiente que se firme un acuerdo de paz; por ejemplo, entre Israel y Palestina, no fue suficiente porque el genocidio sigue ocurriendo; lo que tendría que pasar es que Israel desocupará ese lugar y regresara la tierra a quien le pertenece y reparara todo el daño que ha hecho.

Hay mucha confusión sobre las ideas de paz y violencia. Cuando Fanon hace la referida afirmación, es porque, por ejemplo, lo que para nuestros ancestros era tomar el machete y el el ajuste de cuentas en manos propias, hoy sería visto como algo primitivo y salvaje, cuando cierto es que, en muchas diferentes realidades de México, no hay otra posibilidad porque la justicia no existe, hay muchísima impunidad –no lo estoy condonando, pero tampoco lo condeno–. Antes de que empecemos a hablar de paz, me gustaría que se hicieran cargo de toda la industria carcelaria, de lo que Angela Davis llamó complejo industrial carcelario, un mercado donde pareciera que se termina con la criminalidad, pero que más bien produce criminales, a través de situaciones de desigualdad y constantes formas de punitivismo y criminalización. a mí me parece que más bien tendrían que buscar los orígenes estructurales del por qué la gente se dedica a eso. Pero definitivamente más policías no creo que sea la respuesta, es muy fascista eso, no. Entonces siento que a veces 

Hay formas de justicia que son interpretadas como violentas. Por ejemplo, a Anita Bryan, una cantante de country que empezó a hacer una campaña en contra de los derechos de las personas LGBTTT+ porque estaba en contra del matrimonio igualitario, durante la década de 1960 en Estados Unidos, algún día en una conferencia un activista le lanzó un pastelazo; fue un gran escándalo porque era un ataque a una mujer y porque era violento, cuando no se daban cuenta que todo su discursohacía mucho más daño que un pastelazo –éste solo la puso en ridículo, pero hay un punitivismo tan grande contra cualquier forma de violencia que se olvida que algunas son necesarias para resistir–. Muchos pueblos necesitan el derecho a resistir porque estas violencias los asesinan. 

La idea de poner la otra mejilla, que es súper católica, cristiano centrada, no puede seguir siendo lo que nos ponga una idea moral de la violencia. Muchas cosas son violentas. Un mundo sin violencia no sé si sea posible. Sin embargo, hay de violencias a violencias. No es lo mismo un pastelazo que una bomba. Me parece importante dejar en claro que algunas formas de búsqueda de justicia tendrán que ser por ese medio. Yo trabajo desde el arte y todo lo que hago es una cuestión simbólica, nunca le haría daño a nadie. Pero es importante decirlo y ponerlo sobre la mesa, porque de repente pareciera que tenemos que ser los buenos activistas o las buenas víctimas, y pues no importa qué tanto le hacen a uno o qué tanto le quieren quitar la vida, uno tiene que ser la persona más aceptable moralmente y apostar por la paz. A quienes les conviene eso, es a quienes han dominiado siempre. En este sentido, yo no estoy realmente a favor del planteamiento de la cultura de la paz: no basta con estrechar manos y ser amigos otra vez, es algo más profundo.

¿Cuál es tu proceso creativo –cómo zigzagueas entre distintas formas de expresión–? 

Lechedevirgen – Empecé en las artes visuales, en el dibujo y en la pintura. Fue la academia lo que me hizo irme de ahí y empezar a buscar otras cosas, porque los procesos de enseñanza, o sea, la pedagogía del arte, es muy discriminatoria: si uno no se adecua a la técnica académica, su trabajo no tendrá el mismo peso ni reconocimiento. Yo la estaba logrando, pero la verdad sentía que se me evaporaba. Yo hago arte porque me atraviesa el cuerpo, siempre ha sido así, siempre me ha sido necesario expresarme; estaba en una sociedad queretana católica, súper conservadora, que no me permitía existir y me indicaba cómo debía verme, actuar, sentir, hacia quién debía sentir afecto, amor o atracción; eso me llevó al arte, a utilizarlo como un medio de catarsis y como una forma de expresión.

Lo hago porque es una fisura en el mundo en el que vivo. Hoy por hoy, a esta edad, ya sé cuál es mi papel en el mundo, sé lo que valgo y es algo que me trataron de quitar, que regularmente nos tratan de borrar, de hacer creer que no somos quienes somos. Yo hoy sé que tengo aquí algo que aportar y que es algo que merece ser visto y que merece ser valorado y que no nada más soy yo, es todo este legado, este linaje que está detrás de mí, que está en esta carne, en esta sangre; hay algo que vengo a hacer aquí y por eso es la razón que lo hago, pero realmente 

Mi proceso creativo ha tenido que ver con esas urgencias o con esas necesidades de estar constantemente experimentando y llegando a otros lugares. Cuando nos quitan la posibilidad de imaginar otro mundo, estamos en grave peligro, porque igual no lo podemos lograr, igual es muy difícil materialmente hablando crear otro mundo más justo, menos violento, etcétera, de esas violencias tan sistemáticas que van de arriba hacia abajo y tal, pero al menos lo podemos imaginar y yo creo que el arte es algo fundamental para poder imaginar otros mundos. No hay que permitir que nos quiten la habilidad de pensarnos por fuera de ese futuro que quisieron que creyéramos que era el único futuro; como dicen por ahí que dijo Mark Fisher –yo prefiero lo que dice Indigenous Action Group, que pareciera que es más fácil el fin del mundo que el fin del colonialismo–: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Es necesario seguir imaginando, y por eso hago lo que hago. 

Puedes conocer más sobre el trabajo de Lechedevirgen a través de este enlace.

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