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Tito Garza: No estudies Derecho

Tito Garza No estudies Derecho

Juan Jesús Garza Onofre | Foto: David F. Uriegas

La cantidad de instituciones educativas privadas que enseñan Derecho, va a la alza. Hay más abogados que perros en la calle, afirma Tito. En este contexto, en el que la licenciatura en Derecho es altamente demandada en las instituciones de educación superior en México, y en el que los conflictos parecen irresolubles por una falta de cultura de paz y, por ende, se requiere a la abogacía para coadyuvar para ese efecto, llama la atención que un investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM publique un título que parece un llamado a no estudiar la profesión.

Sin embargo, cuando uno se aproxima con cuidado al texto, se da cuenta que el exhorto es otro: estudiar el Derecho de una forma diferente. La pedagogía, la forma en la que se ejerce la abogacía y el objetivo con el que se hace, son algunos de los temas a los que Tito Garza se aproxima críticamente en su libro No estudies derecho (Pengüin Random House, 2023).

A propósito de esta reciente publicación, conversamos con Tito Garza, quien habló sobre la experiencia detrás de este libro, así como de las múltiples problemáticas que, con un lenguaje coloquial y valiéndose de muchas referencias de la cultura pop, permiten adentrarse a uno de tantos propósitos de la obra: la revisión de la función social de los abogados.


Háblanos un poco acerca de tu libro, No estudies Derecho

Antes que todo vale la pena decir que éste es el primer libro que publico que no es propiamente académico: se trata de un texto con vocación de divulgación pensado para un público al que el gremio jurídico no suele tener tanta consideración, que son los miles de  estudiantes de Derecho. En este sentido, entonces tiene una visión muy desmitificada y está dirigido a cualquier persona inquieta que quiera tener una noción del Derecho.

El libro hace dos cosas. La primera, una crítica al modelo preponderante del ejercicio de la abogacía y de la enseñanza del Derecho, transitando por cuestiones estéticas, formales, lingüísticas, sociales y tecnológicas. Se trata de una autocrítica, de mirarnos al espejo y generar conciencia sobre lo mucho que le ha quedado a deber la abogacía a la sociedad. La segunda, un contraargumento para no estudiar ni abordar derecho al Derecho. Si tenemos problemas con el lenguaje, hay que entender que se puede desmitificar; si tenemos problemas con el prototipo del abogado liberal, hollywoodense, hay que entender que existe otro modelo para ejercer la abogacía. Se trata de un contraargumento para afirmar que el Derecho por sí mismo es valioso, pero que, con una óptica obtusa, cuadrada, formal, difícilmente va a encontrar su potencial transformador.

Haces referencia a cuestiones personales. ¿Qué detona, en términos de experiencia, tu reflexión?

A ver, lo he llevado a terapia. Yo no la pasé bien en la carrera de Derecho. Al final, una licenciatura que dura cuatro años y medio me la aventé en más de seis y la suspendí varias veces. Tenía la ilusión de que me enseñaran a hacer justicia,por ponerle una palabra a mi expectativa. Agradezco a mi maestro de Sucesiones, pues gracias a él ya no soy civilista: llegué a leer el Código Civil artículo tras artículo, sin siquiera comentarlo. Sentí una gran insatisfacción  durante la mayor parte de mi carrera. Al final se realizó la reforma de 2011, el boom de los derechos humanos, en el momento en que en Monterrey aconteció lo del Casino Royale.

En el doctorado descubrí que quería dedicarme a la academia. A la par descubrí la literatura de Roberto Bolaño, mi escritor favorito, autor de Los detectives salvajes, una joya de la literatura contemporánea. Entonces se me ocurrió hacer mi tesis sobre la enseñanza del Derecho a través de su obra, por un seminario que cursé sobre Derecho, literatura y cine con un profesor que me compartió la tesis del gran jurista Luis Romero, quien desarrolló una reflexión sobre Harry Potter y el Derecho, una tesis fantástica sobre la discriminación entre el mundo mágico y el mundo humano, el Derecho administrativo en las misivas mágicas y cosas similares. Yo quería prepararme para hacer algo igual.

Obviamente nadie me apoyó. Me quedé con mi insatisfacción y de ahí nació una crítica al medio en el que estoy inmerso, que en lugar de animarme me desalentó. Por eso investigué qué tanto sobre los abogados se había dicho desde otras perspectivas y terminé haciendo mi tesis sobre la figura del abogado con base en la sociología jurídica y en la filosofía del Derecho. Cada uno de los capítulos de esa investigación doctoral los abrí con una cita de Bolaño.

Al final, este libro me permitió —sin hacer algo muy diferente o que me hubiera gustado que fuera más literario— conjugar muchas referencias de corte popular con mi visión del Derecho. El Derecho es una práctica humana y como cualquier práctica humana está influido por fenómenos culturales como el cine, la música, la literatura, los chistes. Por eso, en él recojo muchas referencias culturales, para tratar de transitar por un análisis jurídico y político sobre la enseñanza y la relevancia que tienen las escuelas de Derecho, que suelen estar ausentes en la discusión del papel que tiene el Derecho en nuestros días.

¿Por qué es importante pensar el Derecho desde afuera?

Históricamente, la noción de jurista letrado es la de alguien que conoce un amplio espectro de la cultura. Para mí constituyó una de mis mayores decepciones adentrarme al gremio; a mí me apantallaban profesores que recitaban la Constitución de memoria, pero al sacarlos tantito de ahí, pareciera que no sabían nada más. No digo que los abogados debamos ser todólogos, pero sí creo que ir más allá de nuestro ámbito de estudio nos vuelve mejores personas. En los tiempos de la posverdad, cuando las mentiras priman sobre la noción de la verdad, a mí lo que me interesa, antes que conocer al mejor abogado, es conocer a una buena persona que pueda ser sincera conmigo sobre las posibilidades que tiene mi caso. En este sentido, soy un creyente absoluto de la ética y entiendo la razón práctica como la conjunción de la política, la moral y el Derecho. Es muy importante el cultivo de las virtudes morales y de las virtudes humanas. Esta es una invitación del libro: ser buen abogado no significa acumular leyes, sino ser buena persona.

Ya has dicho en quién estabas pensando cuando escribiste No estudies Derecho. Pero me llama mucho la atención que quienes están leyéndolo no son estudiantes, sino operadores jurídicos: jueces, magistrados y litigantes que se preguntan por qué no lo escribiste antes. ¿A quién le importa leer este libro?

Sí me he percatado de eso. Pero no, no llegan tarde, pues no se trata de reivindicar la elección de la carrera. Aquí van a encontrar una apología del Derecho. Yo no hablo de un mundo sin abogados, de volcarnos al anarquismo. Creo en el Derecho como un instrumento que hace posible la vida en comunidad y el establecimiento de límites. Lo que hace falta, antes de seguir acumulando conocimiento, es ser un cultivo de habilidades y virtudes. Esa es la invitación del libro. Está pensado específicamente para estudiantes de preparatoria y de los primeros semestres de Derecho, pero al final vale la pena entender que esas personas que se están formando han tomado la decisión de ser algún día operadores jurídicos. Al final del día parece que estamos arrastrando los vicios de muchas tradiciones anacrónicas del gremio, tradiciones que ya no tienen ningún sentido.

¿Hay una propuesta pedagógica en lo anterior?

Uno de los grandes ausentes de la discusión del fenómeno jurídico son los profesores. Y creo que más en este país. Parece que ser catedrático es una actividad complementaria, como el pro bono de las grandes figuras.

Sin embargo, hacen falta buenos ejemplos de profesores. En efecto, en el fondo hay una propuesta pedagógica. Y no hablo en absoluto con una pretensiosa superioridad moral. Siempre que doy una clase les digo a mi alumnado que hay que bajarle un poquito los humos a esa figura del profesor  como el dios absoluto del salón de clases. Nunca se nos enseñó a ser profesores de Derecho y no hay una materia específica sobre cómo enseñar la profesión. Se trata de hacer una reflexión de la verdadera labor de los profesores y del verdadero rol social que deben desempeñar como canalizadores del conocimiento, como los sujetos que pueden detonar discusiones y reflexiones entre el alumnado.

En México se cree que lo que va a cambiar al Derecho es una reforma jurídico-política, pero las leyes actúan y cobran vida por medio de las personas. Mientras no realicemos una reflexión sobre los operadores del Derecho y sobre la relación de las personas con el Derecho, es prácticamente imposible alcanzar un mejor Estado de Derecho.

Abogañol, lenguaje clave y enmarañador. ¿Qué se puede hacer ante esto?

Parto de la idea de que el Derecho es un bien común: le afecta incluso a una persona que no tiene la más mínima noción del mismo. El Derecho aglutina y sirve para generar comunidades políticas. En este sentido, tener un monopolio sobre el Derecho a través del lenguaje parece una afrenta. Se nos olvida que el Derecho es lenguaje y que ésta es una de las nociones más potentes para transformar la realidad. 

El abogañol se usa para no decir cosas o para entorpecer una discusión.

La manera que a mí más me gusta para luchar contra el abogañol, y que implica más trabajo para nosotros, es entender la abogacía como una especie de traducción, de igualación retórica, según la terminología de Martin Bogle. Lo que tenemos que hacer es que el documento jurídico que redactemos podamos pasárselo a nuestro amigo, a nuestro primo, a nuestro papá, a nuestra mamá y que ellos lo puedan entender aunque no tengan formación jurídica, pues si no lo entienden no es por culpa de ellos sino de la cultura que hemos forjado.

Antes de entender la teoría de la argumentación del pospositivismo, debemos entender cuáles son las diferencias semánticas y cuáles son las diferencias para hablar de la noción de auditorio: no es lo mismo hablarle a una ministro que a una juez de primera instancia o a una tía en una conversación de café. La noción de auditorio vuelve propiciar la reflexión de que el Derecho es lenguaje y el lenguaje, como unificador social, como una parte esencial del desarrollo de una comunidad política, no puede ser monopólico ni unidimensional. Pienso que el mayor problema de nuestro tiempo es que el lenguaje ya no sirve como unificador, porque ya no podemos entendernos, tanto por los tecnicismos como por las ideologías y la política. Se ha roto la comunidad de la que esperábamos ser parte.

Suele afirmarse que el Derecho es demasiado importante para dejárselo a los abogados. Si se lo dejamos a la gente en general, ¿el ejercicio del Derecho sería diferente?

Más allá de dejarle el Derecho como tal a la ciudadanía —pues habrá decisiones que nos gusten y podrá haber otras muchas que no—, este me parece un gran ejemplo del populismo colectivo: más sanciones, más prisión preventiva, más cárceles… cortarle la mano a los delincuentes, como decía el Bronco. Ese tipo de cosas llama la atención y hay un sector de la población que está dispuesto a apoyarlas, pero yo creo que frente a eso necesitamos hacer es mucha pedagogía el derecho como tal no podemos abrir la puerta a absolutamente todo que vengan y que puedan no, para eso somos para eso tenemos un título en licenciados en derecho para podernos linear discusiones para poder hacer una reflexión sobre el fenómeno jurídico y eso creo que es la gran labor pendiente del medio, el gremio no ha ido más allá de sus fronteras, el gremio parecería que lo más sencillo es dejar que la ciudadanía no tome decisiones al respecto, preguntarle, que la ciudadanía se informe que tome una noción sobre cualquier noción que pueda involucrar al derecho y sobre eso nosotros fungir como ordenadores de esa discusión de nosotros al final como abogados vamos a ser los técnicos pero ser los técnicos no significa ser los dueños, ser los técnicos significa trasladar esa noción de comprensión, esa estructura, esa jerarquía, trasladarla propiamente a una especie de pedagogía que puede entender cualquier persona para que tome una mejor decisión. Así la puedo resumir, mi estimado, cual debería de ser la función de un abogado de una persona que se dedique al derecho de un jurista ayudar a las personas a tomar buenas decisiones.

El Derecho está en crisis, las instituciones jurídicas pierden credibilidad, los operadores jurídicos no tienen legitimidad, la gente apela más a la justicia por propia mano y la abogacía siempre llega tarde a la realidad. En este contexto, ¿cuál es el futuro de la profesión?

No soy fatalista ni me gustan las nociones apocalípticas respecto del fin de los abogados. Lo que sí me sorprende es que, en relación con el futuro y con las nuevas tecnologías en el contexto que mencionas, no pensemos en el impacto de los nuevos fenómenos sociales y culturales de la profesión.

Con la pandemia, todo se pasó al Zoom. Ese es el cambio tecnológico más profundo que ha habido en la abogacía mexicana en las últimas décadas. Una de las cuestiones pendientes es ver cómo podemos integrar los fenómenos emergentes de la profesión.

Sobre los temas avanzados, en términos tecnológicos y sociales, si bien llegamos tarde, por lo general también llegamos mal. La solución, lo que mejor sabemos hacer, es regular antes de dejarnos y arrojarnos al fatalismo o enteramente al mundo tecnológico y apostarle todo el capital político al ChatGPT. Veamos qué puede hacer el Derecho, porque la clave está en eso, en entender esa herramienta como reguladora de la vida social. Si, por el contrario, el Derecho se va resquebrajando y va perdiendo la centralidad de la vida pública, tenemos que repensar su papel. Lo menos que tenemos que hacer es determinar cómo podemos regular o qué puede hacer el Derecho para acercarse a esos fenómenos. El futuro de la profesión no radica más que en las propias personas que la ejercen.

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