Desde las tablillas romanas hasta los algoritmos contemporáneos, la abogacía siempre ha incorporado avances que multiplican su alcance. La imprenta (siglo XV) democratizó el acceso a códigos; la máquina de escribir y la fotocopiadora aceleraron contratos; las bases de datos digitales transformaron la búsqueda jurídica. Cada innovación despertó resistencia inicial y acabó integrada a la práctica diaria.
Hoy la inteligencia artificial (IA) provoca un salto (ni siquiera) equiparable al paso de caballos a automóviles: no elimina el viaje, lo vuelve más veloz y seguro. Los modelos de lenguaje, (LLMS) analizan en segundos volúmenes de jurisprudencias y normas que antes exigían semanas de equipo.
¿Qué dice la evidencia empírica? Herramientas basadas en IA reducen hasta 40 por ciento el tiempo de redacción y elevan la calidad del texto (Noy y Zhang, 2023). Asistentes legales capaces de resumir precedentes, generar contratos o revisar normativa ya operan en firmas. Y el modelo de cobro por hora, anclado en tareas repetitivas, se ve cuestionado.
Persisten límites. Los LLMS pueden “alucinar” e inventar fuentes. En 2023 un abogado neoyorquino fue sancionado tras citar precedentes ficticios generados por Chatgpt (Rosenberg, 2023). La verificación humana siempre será necesaria.
Para reducir riesgos, surrge el enfoque retrieval-augmented-generation (RAG): el modelo consulta bases de datos especializadas antes de responder. En México, Reli.Ai aplica RAG con legislación y jurisprudencia, suministrando respuestas fundadas y citables.
La cuestión ya no es si la IA transformará la abogacía, sino cómo se configurará en el esquema. Al delegar labores mecánicas, los abogados podrán concentrarse en estrategia, empatía y creatividad jurídica. Con la supervisión adecuada, la OA se convertirá en un coequipero cibernético que amplía la capacidad sin sustituir.
Referencias
Rosenberg, R., “Here’s What Happens When Your Lawyer Uses Chatgpt”, The New York Times, 27 de junio de 2023.