Este año se conmemora el tricentésimo trigésimo aniversario luctuoso de la famosa hermana religiosa de la orden de las Jerónimas, Sor Juana Inés de la Cruz, por ello conviene traer a la memoria una obra sui generis, porque mucho se sabe de su producción poética y teatral, al grado de ser reconocida como una de las personas novohispanas más destacadas en el arte de la literatura, pero ¿solo era eso?
En la actualidad se ha convertido en una figura muy estudiada, lo que ha expandido el crisol de las perspectivas desde las que se puede apreciar y dimensionar todo lo que fue Juana Inés Ramírez de Asbaje o Juana de Asbaje y Ramírez de Santillán; la fuente de investigación en torno a Sor Juana, como se le conoce comúnmente, es tan profunda que empieza desde su nombre y filiación, lo que es motivo de otra publicación, pero efectivamente la filiación paterna con el apellido Asbaje no es tan reconocida por ella, como lo es la materna.
Entre otras muchas materias en las que hay registros de que sor Juana destacó en ellas, se pueden mencionar la gastronomía, la música, el canto y los idiomas, pero además también podemos apreciar su incursión en la filosofía y la teología. Esto último la llevó a una posición crítica, que ameritó explorar sus propios talentos y capacidades para utilizar las herramientas básicas de argumentación y exponer una defensa de sí misma. Definitivamente la respuesta a la ilustre sor Filotea de la Cruz (1691), es uno de los textos que difieren de su estilo literario, porque no solo está escrita en una fabulosa prosa con estilo epistolar, sino que además trata el tema abiertamente sobre ella misma y hace gala de un talento argumentativo que con el uso de silogismos basados en premisas claras llevan a conclusiones prácticamente irrefutables para la lógica y la justicia.
La respuesta a la ilustre sor Filotea de la Cruz constituye parte de una serie de misivas que se intercambiaron entre 1690 y 1692 sor Juana Inés y el obispo de Puebla. Es importante saber que el motivo que detonó la crisis que deriva en esta serie epistolar, es el comentario que vierte sor Juana en alguna de las, muy fuera de lo común, reuniones que se llevaban a cabo en el locutorio del convento de Santa Paula, sede de la clausura conventual de la orden Jerónima en donde ejercía su ministerio la ilustre monja Juana Inés.
El comentario fue ciertamente una crítica que contradecía un sermón, que el renombrado sacerdote portugués jesuita Antonio de Vieyra, había dictado cuarenta años atrás y en el que él da su propia versión de las mayores muestras de amor, señaladas como finezas, por parte de Cristo hacia la humanidad, en el que además rebate a tres grandes teólogos y filósofos, como lo son Agustín de Hipona, Tomas de Aquino y Juan Crisóstomo.
La crítica que hace Sor Juana al sermón del padre Vieyra, también la genera en una carta cuyo destinatario se desconoce, pero se presume que es el Obispo de Puebla Manuel Fernandez de Santa Cruz, quien sin la autorización de la autora la publica bajo el título de Carta Atenagórica (1690), acompañada de otra a modo de prólogo que se denomina Carta de sor Filotea de la Cruz (1690), en la que el obispo bajo este seudónimo femenino, reprende veladamente bajo la apariencia de elogios a Juana Inés por su afición al estudio y a las letras, por el riesgo de caer en la vanidad, además de recomendarle una mejor selección de sus objetos de estudio por unos menos mundanos, y también cuestiona sus interesantes conclusiones sobre las finezas de Cristo. Es a esta misiva firmada por Filotea de la Cruz a la que responde sor Juana y lo que se convierte en la famosa carta a la que se refiere el presente espacio.
Como se puede observar, el contexto en el que se lleva a cabo este intercambio epistolar es muy interesante, sobre todo si se desea adentrarse en la controvertida e interesante conclusión a la que llega sor Juana en la crítica al sermón, lo que lleva a la exploración de asuntos teológicos, pero más allá de ello, lo que más llama la atención en nuestros días, casi tres siglos y medio después, es la respuesta que dió sor Juana Inés a la conminación prácticamente pública que recibió por parte de una alta autoridad de la jerarquía católica, que en ese tiempo significaba mucho porque la colocaba en un grave riesgo de caer en asuntos de la competencia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.
Esta carta respuesta forma parte de la correspondencia privada de ambos interlocutores, lo que significa que al igual que la Carta Atenagórica, tampoco fue escrita con la intención de que fuese publicada ni dada a conocer, porque además de aceptar los motivos poco vocacionales en su elección por la vida religiosa, narra aspectos importantes que la orillaron a esa decisión y por supuesto, ofrece también una aguerrida defensa de su afición al conocimiento y al estudio, pero además deja del lado cualquier pudor intelectual y deja expuestos sus pensamientos y sentimientos, qué mejor defensa que la verdad, parece que permite al lector, en ese momento específico y determinado, ver a través de ella, transparentando todo lo que piensa y siente; por ello se entiende que esta respuesta fuese publicada de manera póstuma en una edición que compila sus obras poco después de su muerte. No es difícil imaginar la explosiva y contrariada reacción que hubiese tenido sor Juana si se enterase que todo el mundo ha leído esta respuesta y que se sigue leyendo hasta el siglo XXI, a pesar de su natural vanidad, seguramente no estaría contenta de saberse leída y explorada en el grado que lo permite esta obra no intencionada.
Como se ha dicho, en su defensa ofrece premisas que permiten comparar su comportamiento en relación al estudio, las letras y el conocimiento con el de otras mujeres tanto gentiles, como católicas, santas o beatas, que la historia y la iglesia reconocen precisamente por sus incursiones en asuntos públicos usualmente reservados para los varones, sobradas en el uso de las letras, por sus aportaciones a la filosofía y a la teología e incluso, grandes coleccionistas de libros. En unos cuantos párrafos señala a casi 40 personajes femeninas1 que son ejemplo de mujeres ilustres y que seguramente fueron admiradas por la insigne monja mexicana.
El repaso de cada una de las notables a las que refiere sor Juana, se descubren algunas ya conocidas y reconocidas, pero despierta la curiosidad por conocer a las que han sido enterradas por la historia sin saber qué hicieron para ser ejemplares y haber triunfado en los vericuetos por los que pasaron, porque en el contexto que son señaladas, es evidente que tuvieron que enfrentar, desafiar y resistir en un mundo en el que las mujeres no tenían permitido pensar, estudiar y mucho menos opinar, como lo experimentó Juana Inés al criticar, por no decir destrozar, el sermón de un reconocido teólogo y más aún, superarlo con su propia valoración teológica, la cual puede estar cuestionada, pero está bien sustentada y más aún, la forma en que desbarata cada una de las aseveraciones del jesuita portugués.
Así encontramos en esta carta no solo la autodefensa de la monja que se atrevió a contradecir a un renombrado teólogo, sino a querer aprender, saber, ignorar menos, escribir e incluso adentrarse en la filosofía y teología, por lo que en ella encontramos los antecedentes y claramente advierte que la carta atenagórica fue escrita en contra de su libre voluntad, que la escribió porque le fue solicitado y por la respuesta también se sabe que nunca tuvo la intención ni deseo que fuese publicada, y en las conclusiones, no se rinde y defiende la necesidad de que las mujeres aprendan y sugiere que sea bajo la guía y orientación de otras mujeres ancianas y doctas, ¿estaría proyectando el deseo de su propio futuro?, además con justificada razón y en una posición de equidad señala que si su atrevimiento por contradecir un sermón de un personaje importante como el teólogo Vieyra, ¿no fue acaso más grave el actuar de éste, al contradecir a tres padres de la iglesia?, ¿no son acaso los “entendimientos de ambos tan libres” o más bien tan iguales a pesar de ella ser mujer?, remata retando al remitente de presentar esta queja o querella ante el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, y por último también recurre a las figuras masculinas que apoyan su postura, además de reclamar la publicación de la carta sin su consentimiento y para apoyar los hechos que desmienten la acusación de los temas mundanos en su producción literaria, remite como prueba, los textos de orden religioso que escribió.
Es así que se observan los elementos básicos de una defensa sólida, por ello el texto de esta carta es una fuente enorme de temas de investigación y conocimiento para los juristas del siglo XXI, por ello es muy recomendable su lectura y estudio, para dimensionar a una Juana Inés con aptitudes natas a la justicia y a pesar de su época, acérrima convencida y demandante de la equidad y con grandes atisbos de la intuición jurídica que seguramente fortaleció con sus estudios autodidactas de tantas disciplinas que desconocemos que conocía y posiblemente el derecho fue uno de ellos.
- Aunque la Real Academia de la Lengua señala que el sustantivo es masculino, me tomo el permiso de señalar el adjetivo en femenina precisamente para honrar a quienes merecieron ser nombradas por Sor Juana.[↩]