Sofía Porras Aguilar estuvo a cargo de la construcción teórica y curatorial del ciclo expositivo «Cartografías del cuidado: un cuestionamiento ontológico». Dialogamos con ella acerca del trabajo que realizó así como de los objetivos de la exposición, y nos compartió reflexiones sustanciales acerca del cuidado como acción política transformadora.
Mi nombre es Sofía Porras Aguilar, soy estudiante de sexto semestre de la carrera de Estudios e Historia de las Artes en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Actualmente, me desempeño como encargada de la Coordinación de Investigación del Foro R-38, un laboratorio de arte que funciona como galería y espacio de experimentación para la comunidad académica.
Como coordinadora de investigación, estuve a cargo de la construcción teórica y curatorial del ciclo expositivo “Cartografías del cuidado: un cuestionamiento ontológico”, un proyecto que propuso cuestionar ontológicamente el concepto de cuidado, entendiéndolo al cuidado como sostén fundamental de nuestra subsistencia y una red de relaciones afectivas, políticas y sociales que configuran nuestras formas de habitar el mundo .
A lo largo de las 3 exposiciones, el ciclo exploró cómo el cuidado trasciende su asociación con lo privado y se manifiesta en lo colectivo. La última exposición, titulada “(des)cuido estructural: la lucha colectiva como acto de cuidado”, se presentó en el marco del 8M y abordó el cuidado como principio organizador de toda lucha social. A través de un mural colectivo, objetos de protesta y carteles utilizados en la marcha del 8 de marzo de 2025, la muestra reflexionó sobre el cuidado como acción política, como defensa activa y como práctica transformadora que, lejos de ser un gesto aislado o individual, se revela como columna vertebral de los procesos colectivos de resistencia.
¿Cómo se entiende el cuidado en esta exposición?
Desde mi punto de vista, y un poco lo que traté de dar a entender con este ciclo, el cuidado como el sostén fundamental de nuestra subsistencia; es el cimiento sobre el cual construimos todo lo que hacemos, percibimos y proyectamos, permeando cada dimensión de nuestra vida, tanto en lo privado como en lo colectivo.
En el marco de esta exposición en específico, el cuidado se concibe como la columna vertebral de cualquier lucha social: es al mismo tiempo medio y fin. Cuidarnos implica defender nuestros derechos humanos, resistir frente a las violencias estructurales y exigir las condiciones que nos garanticen una vida digna. De igual manera, el cuidado es una condición indispensable para la sostenibilidad de las luchas colectivas, ya que (al menos desde mi experiencia) es lo que permite resistir y mantenerse a pesar del desgaste físico, mental y emocional que implica la protesta y la militancia política. Sin cuidado mutuo no es posible preservar el bienestar y la seguridad de las colectivas, y sin ello, difícilmente podrían sostenerse lo suficiente para enfrentar las violencias estructurales que buscan transformar. Para mí esto es de suma importancia, porque la resistencia no puede existir sin el cuidado que se genera y se practica dentro de las comunidades organizadas; son precisamente estas colectivas, al resistir y al luchar por los derechos de todes, quienes nos están cuidando a cada une en el proceso.
La importancia que yo veo de leer estas prácticas desde el acto de cuidar es posicionarnos en contra de las lógicas capitalistas que individualizan la existencia y niegan nuestra interdependencia como sociedad. Por eso se habla desde la cartografía social, porque se busca trazar las experiencias encarnadas, los cuerpos en red, los mapas emocionales, sociales y geopolíticos que únicamente se crean desde lo comunitario y tienen al cuidado, como había mencionado antes, como columna vertebral.
¿Qué se denuncia como (des)cuido estructural?
Con descuido estructural me refiero a la falta de estructuras sociales e institucionales que garanticen el cuidado, en todas sus dimensiones, como un derecho fundamental. Esto no es un accidente, sino una omisión sistemática profundamente enraizada en una historia de desigualdad y feminización del trabajo de cuidado, que ha sido relegado a la esfera privada sin el respaldo adecuado de políticas públicas, precarizando la vida de quienes lo ejercen.
El 8M es una consecuencia directa de este descuido estructural, ya que las protestas surgen como una respuesta a la falta de apoyo institucional en cuestiones fundamentales como la violencia de género, la igualdad laboral, el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, el reconocimiento del trabajo de cuidado, entre otras; la lucha del 8M visibiliza cómo la omisión del cuidado por parte del Estado afecta directamente a las mujeres y cuerpos feminizados, exigiendo justicia y una redistribución equitativa del cuidado. Ante el descuido estructural decidimos organizarnos: defender nuestros ideales en pro de todas y todes es una forma de cuidarnos.
¿Cómo surgió la idea de llevar a cabo una exposición colectiva como esta?
Desde el principio yo sabía que la colectividad tenía que ser un factor clave en el ciclo expositivo, justo para alejarnos de entendimientos individualistas no solo del cuidado, sino de las prácticas artísticas en sí mismas. No tiene sentido hacer cartografía únicamente desde una perspectiva o perspectivas que se subordinan al valor estético.
En el caso de esta exposición todo partió de la noción de archivo y su doble función: por un lado, como un dispositivo que activa y dispara la memoria; por otro, permite conservar fuera de la subjetividad, resguardándola en un espacio físico que la mantiene accesible y compartible. En el caso del 8M, el archivo ( o sea, los carteles y los objetos de protesta) funciona para evidenciar las producciones artísticas y objetuales de la comunidad cercana a nuestro espacio físico, donde se demuestran y encarnan sus denuncias, sentipensares y militancias vinculadas a la fecha y lo que esta significa para cada persona.
Desde ahí, se conectó con el mural y la noción de las prácticas artísticas entendidas siempre como procesos colectivos, buscando alejarnos de la esfera del arte institucionalizado y volver al poder del colectivo y lo que este tiene por contarnos.
Cuando el arte se convierte en activismo: ¿La exposición funciona como una forma de denuncia o de reparación simbólica? ¿O ambas?
Ambas, tanto por el contenido como por el espacio en el que se expone. Por más que el foro sea coordinado por estudiantes y que creamos firmemente en lo que estamos manifestando, no podemos olvidar que la exposición se realiza en una institución que se ha visto involucrada en casos de violencia sexual y de género, donde suele ver (como cualquier otra institución) por sus propios intereses. De este modo, se busca de cierta manera apropiarnos, como estudiantes, de espacios que usualmente parece que no nos pertenecen, usarlos para denunciar aquello que nos acongoja y atraviesa diariamente incluso dentro de las aulas.
Vernos inmersos ante la contradicción, la protesta y el espacio (en su sentido más conflictivo) nos lleva a buscar que este último se convierta en un lugar de reparación estético-político que sea en sí mismo lugar de cuidado, memoria, crítica y resistencia. La lectura del código estético se subvierte ante la lectura política.
En el marco del Día de la Madre: ¿Qué lugar tiene la figura de la madre en una exposición como esta, donde se habla acerca de la importancia de los cuidados pero también del descuido estructural a las mismas?
El descuido estructural hacia las madres, y en general las personas que maternan, se manifiesta en diversas dimensiones: la ausencia de políticas públicas que reconozcan el trabajo de cuidado como una labor esencial, la falta de acceso a servicios de salud y apoyo psicológico, la sobrecarga que enfrentan tanto en el ámbito doméstico como en el laboral, etc. A pesar de ser piezas fundamentales en la reproducción social, las madres suelen quedar al margen de los marcos institucionales de protección, lo que a su vez perpetúa desigualdades económicas, sociales y de género.
En una exposición que busca problematizar el cuidado, la figura materna adquiere un lugar central desde una mirada crítica que busca dejar de romantizar la maternidad y visibilizar las condiciones estructurales que la precarizan. Al mismo tiempo, permite reconocer las estrategias de resistencia, apoyo mutuo y organización comunitaria que han emergido como respuesta a esta omisión sistémica, y que buscan colectivizar el cuidado como una responsabilidad compartida.
Creo que de esta manera, el Día de la Madre puede ser resignificado: más que una fecha meramente conmemorativa, representa una oportunidad para reflexionar sobre la necesidad de transformar el cuidado en un pilar social que no recaiga en el sacrificio individual, sino en un compromiso colectivo que garantice condiciones dignas para quienes sostienen la vida.
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¿Quién cuida a quién, por qué y en qué condiciones?
En un sentido más estricto, podría decir que la responsabilidad del cuidado ha sido subsumida a la lógica del parentesco, donde históricamente las mujeres terminan asumiendo las llamadas tareas reproductivas y una parte desproporcionada del trabajo no remunerado en el hogar, quedando atrapadas en una suerte de esfuerzo sísifo. Nos enfrentamos a una crisis de los cuidados, que evidencia la urgente necesidad de reconocer, redistribuir y valorar equitativamente estas labores, pues existe una brecha significativa entre la demanda social de cuidado y los recursos disponibles para garantizarlo.
Sin embargo, considero que esta es precisamente la pregunta que busca plantear el ciclo expositivo, más que ofrecer una respuesta cerrada. Para mí, el cuidado está presente en todas partes y surge incluso en los lugares más inhóspitos; no podríamos existir sin cuidarnos, del mismo modo en que no podríamos existir sin la comunidad. Ahora que el ciclo ha concluido, me atrevo a afirmar que la verdadera pregunta que subyace es: ¿quién cuida a quien te cuida? Al intentar responderla, incluso desde nuestra propia experiencia, nos daremos cuenta por nuestros propios medios de en qué condiciones se está realizando el acto de cuidar.
Un ejercicio tan sencillo como este hará que entendamos la importancia de visibilizar la insostenibilidad de nuestros vehículos para garantizar las tareas de cuidado, para así promover alternativas que construyan desde lo colectivo, lo comunitario y la interseccionalidad, sin responder a las lógicas del capital.















