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Campo de batalla

Abrazado por el bochornoso viento primaveral que se deslizaba por los pasillos de la Fiesta del Libro y la Rosa en el Centro Cultural Universitario de la UNAM, me encontré con una curiosa portada blanca cuya única ilustración, en el extremo superior derecho del libro, era una esfera negra, como de carbón, en la que se alzaban siluetas humanas que a primera vista parecían humo desprendiéndose de la oscura imagen. El sol de las doce ardía sobre las carpas. Campo de batalla, rezaba el título de la colección de poemas iraquíes editada por Círculo de Poesía.

Pausa (¿tregua?). No se escucha ya el eco de las voces que discuten en los micrófonos de los foros. El tumulto de personas ha dejado de abrirse paso a empujones en los estrechos pasillos de la Fiesta. El viento ya no ondea las pastas blandas ni los carteles colgados sobre las mesas. La imagen que contiene el momento en mi cabeza: México devastado por la violencia, la delincuencia y la carencia de un Estado de Derecho, es también un campo de batalla.

Al (h)ojear repetidamente el libro, me detuve siempre en el mismo lugar: Tartamudeo. Como tartamudeando visualmente. “Hablaba como un niño/ que no conoció un fuego más grande que el de/ un fósforo./ Ahora tengo que describir/ este bosque entero en llamas” (Maitham Radhi, trad. Abdul Hadi Sadoun, p. 109). Las imágenes y los temas me trasladan, no a Iraq, sino al México actual: un bosque entero en llamas. En el mundo de la abogacía no puedo más que pensarnos como el niño: aprendimos el Derecho y conocimos al Estado como el fuego del fósforo y nos enfrentamos ahora a la innombrable magnitud del incendio forestal que difumina en sí a cualquier llama menor.

¿Qué es el deber ser ante la aplastante materialidad del ser? ¿Dónde están la justicia, la paz y los abrazos? ¿Qué hay de la división de poderes, de la autonomía de los organismos constitucionales autónomos, de la fortaleza de las instituciones garantes de la democracia que se han venido construyendo durante décadas y que aprendimos como parte fundamental de las reglas del juego? ¿Cuándo nos partimos en dos? ¿Y los abogados que defienden los derechos de las personas antes que intereses ajenos al Estado de Derecho?

Al querer nombrar la desbordante realidad que observemos —el bosque entero en llamas—, a la luz de la utopía jurídica aprendida, las palabras trastabillarán, dudaremos y, al momento de enunciar, tartamudearemos. Y este es el momento que nos permitirá hacer pausa, resistir contra la corriente del cauce en el que nos arrastra la realidad, para encaminarnos de vuelta a la controlable llama del fósforo que, antes que quemar, alumbra, para evitar que se apague o se propague: porque en ella residen los fundamentos de la estructura del Estado, la noción del Derecho y la justicia, la democracia y la libertad. 

Y en este retorno a los fundamentos resultará esencial reflexionar acerca del ejercicio profesional: ¿cómo se pueden proteger los valores jurídicos si no son encarnados por sus guardianes? Este número que pertenece al tercer año de abogacía, además de responder contundentemente a los cuestionamientos planteados antes a través de las voces y las plumas de diversos operadores jurídicos, facilita un acercamiento crítico y propositivo a la imagen y a la función social de los abogados, representadas negativamente desde la poesía satírica de Juvenal hasta la cultura popular del siglo XXI.

También resultará fundamental, en este retorno, atender a expresiones distintas a las jurídicas, porque con estas podremos conocer y reflexionar los valores jurídicos desde saberes diversos, distintos al Derecho, como la politología, la historia, las relaciones internacionales y el arte. En esta edición, como en las anteriores, el arte se presenta como un sólido puente para desarrollar el diálogo, la empatía y la posibilidad de levantarnos juntos por encima del carbón que alguna vez ardió.

¡Súmense con nosotros a esta conversación! 

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