César Enrique Olmedo Piña: sobre la justicia


¿De dónde viene y cómo concibe la justicia?

César Enrique Olmedo – ¿Quién soy yo? Es la pregunta existencial más profunda que puede haber. Yo te diría en orden: soy una persona, un ciudadano de 40 años con una vocación por las ciencias sociales y un gusto particular por el derecho.

¿Y qué visión tengo de la justicia? Se trata de la pregunta universal sobre cómo podemos hacer para vivir mejor. Yo creo que esta pregunta no la han contestado bien en dos mil años, pero si tuviera que acercarme a una respuesta, diría la clásica: dar a cada quien lo suyo, pero agregaría una cuestión: también es una virtud social, la virtud social por excelencia, y al mismo tiempo un desafío al carácter de una persona que pretende juzgar la conducta de la gente o de los estados o de las instituciones. Si lo queremos ver a nivel global, es una aspiración de convivencia entre las personas. En la cuestión teoría se dividen las aguas. La justicia ha guiado siempre a los juristas de ciertas tendencias. Ha habido algunos que la niegan, otros que la aceptan y, al final, otros que intentan desarrollarla sin lograrlo.

Yo creo que es posible vivir en la justicia. No siempre se logra, pero me gusta pensar que es un ideal que se puede ir concretando con sentencias, con diálogo e, incluso, con la amistad; si lo quieres ver así, con la apuesta de la concordia política, como gustaba decir a los clásicos.

¿Cómo concibe el panorama general de la justicia en México?

César Enrique Olmedo – El panorama de la justicia en México… Vamos de menos a más. Yo creo que en las familias está tenso, porque las familias están cambiando mucho, porque la base de esas familias, las parejas, están cambiando más. La forma de relacionarse entre las personas se está modificando. Noto alguna resistencia a sufrir —a ver si lo puedo decir bien— cuando hay algún problema en una relación humana, no se conquista tanto como antes el hecho de mantenerla viva, sino que se diluye más fácil. Esto ha repercutido en que el divorcio sea más sencillo. Recordemos esta tesis del divorcio sin expresión de causa; pues, bueno, podría haber sido el inicio de un debilitamiento en la estructura básica de la pareja en la sociedad.

Ahora, al decir yo de menos a más, pues si esta pareja no es sólida, la familia que construyen, esa morada que construyen, el afecto que construyen para que sea soporte de hijos, hijas, etcétera, también será débil si no son sólidos sus cimientos. Pero, bueno, asumiendo que sean sólidos, que sean más fuertes, esta familia se vuelve el primer núcleo de justicia, el básico, donde las personas entienden qué deben dar a los demás, los bienes que se pueden repartir, los bienes que hay que respetar.

Después de la familia están las escuelas y los primeros centros sociales: clubes, la Iglesia, las asociaciones. Ahí la justicia no se institucionaliza, pero ya es más compleja porque a medida que hay convivencia se complejiza la idea de dar a cada quien lo suyo, quizá porque las personas no tienen muy claro qué les toca y puede empezar a haber algún recelo, alguna ambición desmedida. Tenemos que recordar que si la justicia es una virtud y, por lo tanto, está en medio de dos extremos, decir que su ambición es desmedida implica que la persona se mueva del centro y quiera para sí algo que no le corresponde. Vamos a decirlo procesalmente: tiene una pretensión infundada.

Luego de estas primeras instituciones, tendríamos un Estado primitivo (en términos de tamaño, en relación con la Federación). Ahí el panorama de la justicia se empieza a hacer más complejo porque al crearse instituciones —las fiscalías, las policías, los ministerios públicos—, comienza a haber un papel del derecho más serio, porque empiezan a atribuirse roles muy específicos a cada actor. Si esta primera distribución de competencias no es clara para las personas servidoras públicas que la reciben, no va a haber un panorama de justicia claro, porque de entrada habría problemas de competencia, cosa que sucede mucho entre los ámbitos federal y local. Ahí ya hay un primer problema competencial, que México heredó desde hace muchos años y que no parece que se vaya a resolver pronto, pero que al menos tiene que estar en la mesa como algo que hay que resolver: el problema competencial.

Muy pronto tendremos elecciones judiciales y el panorama de la justicia está en los linderos de la democracia; es decir, constituye un binomio de justicia y democracia: de qué manera la ciudadanía, las barras, los profesionistas y las revistas académicas podrán orientar a las personas que van a votar el 1° de junio cómo deben hacerlo y, sobre todo, por quién van a votar, porque estamos hablando de seis, siete u ocho boletas, lo que va a provocar que muchas personas se desanimen a participar en este proceso sólo por saber cuántas boletas tienen que llenar.

El panorama de la justicia, a la luz de esta reforma que hará que los jueces sean votados, no es muy alentador por la gran cantidad de personas que somos en el país. Pero apostando de nuevo al realismo clásico, al pensamiento clásico y al ideal de justicia que mencionábamos al principio, el panorama tendría que ser en contra de la desesperanza, es decir, de esperanza y de optimismo, de que todo cambio apuesta siempre por un bien pues, además, de alguna manera el cambio era necesario. Arrojando una moneda a la fuente, yo apostaría por que va a ser un cambio positivo.

¿Cómo combatir la corrupción dentro del Poder Judicial?

César Enrique Olmedo – Si yo le pregunto a la población, o a algunos secretarios de gabinete o, inclusive, a algunos funcionarios de la administración anterior, qué motivó la reforma, sin duda dirán que había mucha corrupción y que la única manera de acabar con ella era atacarla de raíz, casi desmantelando al Poder Judicial.

Esta pregunta no sólo es política o jurídica sino que tiene un trasfondo existencial, o incluso antropológico: si las personas son o no corruptas. Yo creo que las personas son libres, de entrada, y con esa libertad pueden optar por hacer actos que incidan en perjuicio del bien común. Pero también hay personas que con esa libertad deciden no llevar a cabo actos injustos o actos ilegales que dañen a otros. En ese caso deciden andar por el camino libre de corrupción. Con esa libertad —que está en la base de ser o no corrupto— habría que educar primero a los estudiantes, luego a los profesionistas y después a los funcionarios, para que opten por no ser corruptos, porque, por ser una opción, pueden elegir la corrupción. Hay que combatir la corrupción con educación. No estoy hablando sólo de la educación en la licenciatura, porque quizá muchas personas que llegan a ocupar cargos públicos no tuvieron la opción de aprender esto en una universidad; hablo de una educación en un sentido amplio, una educación en el diálogo y en la convivencia, una educación para la paz, una educación institucional que se aprenda de los órganos que el Estado tiene para ese fin. 

Pienso en la Escuela Judicial —con todos los nombres que quieran endilgarle—: tiene un papel centralísimo en el tema de la corrupción. También pienso en el Centro de Estudios Constitucionales, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el recién creado Tribunal de Disciplina Judicial. Cualquiera de estas instituciones tiene un papel educativo fundamental. Es más, la propia jurisprudencia tiene un papel educativo de primera porque, al final, pedagógicamente, guía la actuación de los jueces. Si esta educación la tenemos en la universidad, en las instituciones y en las escuelas judiciales —que se crearon para ese efecto—, no tendría por qué haber tanta corrupción o, al menos, tendría que haber menos corrupción. Por otra parte está el tema de las sanciones, en el que no abundaré porque es algo muy conocido: la Ley General de Responsabilidad Administrativa y otras leyes, que también han sufrido modificaciones, sancionan a los servidores públicos por actos de corrupción. Pero las sanciones son consecuencia de que alguien ha sido corrupto. Y a mí me gusta pensar desde antes; por eso insisto en ponderar la educación.

Hay que apostar por romper el desánimo en torno de estas elecciones, pues muchas personas creen que todo ya está “arreglado”. Ese es un prejuicio. No consta que sea así. Te lo puedo asegurar por mi propio perfil: he llegado libre a la boleta porque soy postulante desde hace más de 20 años. Yo me convencí de enfrentar este desafío con la consigna de ejercer mi profesión. Y creo que así también se puede llegar a la boleta, como en mi caso, y asimismo se puede llegar a un cargo, en este caso a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. No nos sintamos derrotados con prejuicios. Apostemos por la experiencia de la verdad en las elecciones y, en consecuencia, en la justicia.

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