En medio del caos que se avecina con las próximas elecciones hay un elefante en la sala del que pocos quieren hablar con seriedad: la inminente reforma judicial. Una bomba de tiempo disfrazada de transformación democrática que amenaza con dinamitar la estructura institucional del Poder Judicial desde sus cimientos. Y es que mientras la presidenta insiste en poner al “pueblo bueno” a decidir jueces y magistrados, los demonios de la calle y del aula se sueltan: la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) amaga con boicotear la elección y los egresados más verdes del sistema universitario se preparan para competir por cargos de magistrados como si se tratara de una vacante en TikTok.
Sí, leyeron bien: recién egresados de derecho —que hace unos meses aún confundían el juicio oral con un concurso de oratoria— ahora llenan formularios para ser magistrados de circuito. Porque en esta nueva república de papel lo que menos importa es la experiencia o el conocimiento técnico: lo que importa es la lealtad política, la cara bonita en campaña y saber decir “licenciado” con la frente en alto y el currículum vitae en blanco
Cuando la justicia se convierte en un experimento
Postular a un magistrado sin experiencia judicial real es como poner a un pasante de medicina a operar un corazón. La diferencia es que aquí no sólo está en juego una vida, sino derechos humanos, libertades constitucionales y precedentes que afectarán a millones. La toga, en esta visión populista, ya no es símbolo de sabiduría, sino de “representación del pueblo”. ¿De cuál pueblo? ¿Del que ni siquiera confía en sus policías ni conoce cómo se tramita un amparo?
Pero lo más grave es que esta peligrosa fantasía no está ocurriendo en un vacío. Está sucediendo en un país donde los maestros de la CNTE —una fuerza política paralela con poder de calle— ya avisaron que si no les cumplen bloquearán las elecciones. ¿Qué pasa si un poder fáctico con historial de presiones se vuelve decisivo en la designación de jueces? El riesgo no sólo es la ingobernabilidad. Es la captura del Poder Judicial por intereses sindicales, políticos o incluso criminales, disfrazados de voz popular.
El juicio de los inexpertos
La función de un juez o magistrado no es aprender, sino resolver con la máxima competencia jurídica. Cada decisión que toma un tribunal puede significar la libertad o la prisión de una persona, el quiebre o la salvación de una empresa, la protección o la violación de un derecho fundamental. No hay margen para la improvisación.
Pero los nuevos “aspirantes” no han litigado, no conocen de técnica de sentencia, no han redactado una ejecutoria ni han sostenido un criterio ante el pleno. Algunos ni siquiera han pisado una sala de audiencias. Otros creen que la Corte se dedica a opinar como en tertulia universitaria. Y ahora, con discursos aprendidos de redes sociales, buscan quedar en las boletas para “representar al pueblo”. ¿A cuál? ¿Al pueblo que exige justicia o al que vota por el más simpático?
El peligro del aplauso fácil
Y mientras tanto, el Ejecutivo sigue empujando una narrativa peligrosa: que todos los males del país son culpa de los jueces que estaban al servicio de los podereosos. La pregunta sería: ¿cuáles poderosos? Que si un feminicida sale libre es por culpa del juez corrupto, no por las omisiones del Ministerio Público. Que si un caso se cae, no fue por la mala integración de la carpeta, sino porque el Poder Judicial “protege delincuentes”. Esta narrativa vende, claro; pero cuesta: debilita a las instituciones y refuerza la idea de que la justicia puede comprarse con votos.
¿Justicia popular o justicia populista?
No se trata de defender lo indefendible. El Poder Judicial necesita reformas, sí. Pero no de esta manera, no a empujones, no con boletas en mano y egresados sin calle ni jurisprudencia. La justicia no puede depender de la popularidad en redes ni del respaldo de un sindicato de maestros con historial de chantajes.
Elegir a jueces por voto directo sin exigir experiencia, sin una verdadera evaluación de capacidades, es como rifar la Corte Suprema en una tómbola de feria. El resultado no será un Poder Judicial más cercano al pueblo, sino un pueblo más alejado de la justicia.
Un país que juega con fuego
Bukowski lo dijo sin pelos en la lengua: “El problema del mundo es que la gente inteligente está llena de dudas, mientras los estúpidos están llenos de confianza”. Y aquí estamos, en vísperas de que los más inexpertos y confiados se sienten en el estrado a dictar justicia. Esto no es un experimento social, es nuestro México, y lo que esta en juego no es la elección: es el Estado de derecho. Junio se acerca y esperemos que no solamente tengamos confianza para que el país mejore.