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Cultura de la justicia

“En algún lugar,
en el sitio más recóndito,
el lenguaje intenta componer al mundo.
Intenta encarnar en el desamparado
y despertarlo
de su vacío.”

«Ahí» (fragmento), Najwan Darwish
(trad. Sofía Calderón y Alí Calderón)

En una conversación con Mia Couto, Diego Gómez Pickering preguntó al escritor mozambiqueño cómo combatir la xenofobia y el nacionalismo desde África y la literatura, a lo que el prestigioso autor subsahariano respondió: “Una de las maneras más eficaces es combatir el miedo” (Letras Libres, julio de 2020). En su respuesta, Couto se refería al sentimiento generado por un discurso nihilista que hace parecer que el mundo se va a terminar. Esta fórmula también podría funcionar si la pregunta se trasladara al contexto mexicano: ¿cómo combatir la discriminación desde México y la literatura?

En 2017, durante el Encuentro Internacional por una Cultura de Paz organizado por la Universidad del Claustro de Sor Juana, escuché al escritor Eduardo Antonio Parra presentar un ensayo en torno al lenguaje de la violencia. En su ponencia Parra citó el texto Escribir en la oscuridad, de David Grossman, donde el autor hebreo afirma que cuando una sociedad experimenta una situación de violencia extrema durante un largo periodo de tiempo, entre sus habitantes y el mundo externo se abre un vacío que no tarda en llenarse de apatía, miedo, cinismo y desesperanza, y que produce, instintivamente, un estado de insensibilidad. Así —repite Parra—, el individuo se inhibe, deja de identificarse con los otros y con los problemas que sufren las víctimas de la situación de violencia: se vuelve indiferente ante la realidad que lo rodea. Y de ese modo su universo, el espacio en el que se resguarda por seguridad, se reduce, y con éste, el lenguaje —la forma de describir y recrear la realidad— a aquel que quienes se encargan del conflicto (como militares y policías) usan para narrarlo desde su perspectiva y que, eventualmente, se difunde por los medios de comunicación que pretenden facilitarlo al entendimiento de sus audiencias, empobreciéndolo aún más.

México, si bien no se encuentra en el conflicto bélico en el que el Israel del contexto de Grossman se halla con sus países vecinos, internamente puede compararse con éste, asegura Parra en su ensayo. Las personas que habitan el país se han vuelto insensibles ante la violencia que acecha a nuestra realidad y de la que muchas personas han sido y son víctimas. Los numerosos feminicidios, la guerra contra el narcotráfico y el trato que se les da a las personas migrantes que atraviesan nuestro territorio, entre otros ejemplos de violencia estructural, constituyen nuestro contexto interno violento.

De vuelta con Gómez Pickering y Couto, combatir el miedo como instrumento para combatir la discriminación, en el contexto mexicano, puede hacerse —siguiendo a Grossman— desde el lenguaje: identificando injusticias y desigualdades, nombrándolas y, por ende, devolviéndonos la capacidad de empatía y el sentido de esperanza (requisito necesario para cualquier transformación, como asegura Enrique Dussel) y ayudándonos a combatir el miedo en los términos planteados por Couto. El acto de nombrar lo justo, de convertirlo en práctica y defenderlo eventualmente puede enraizarse en la cultura. Lo anterior es relevante para cualquier miembro de una comunidad política; para la abogacía, sin embargo, adquiere un peculiar tono de obligatoriedad, pues la función social de esta profesión es la protección de la justicia como uno de los valores que sostienen al contrato social. Esta afirmación detona numerosos cuestionamientos; planteo aquí dos que surgen desde la dirección de abogacía: ¿cómo puede una revista de divulgación jurídica coadyuvar en el desarrollo de la empatía? y ¿cómo puede practicar y divulgar la justicia?

Entre las respuestas que pueden tener los cuestionamientos anteriores y que es posible encontrar en nuestras páginas, esta edición apuesta por el diálogo. Conversamos con algunos actores políticos, operadores jurídicos e investigadores sobre descubrir otros mundos similares al nuestro a pesar de su geografía; sobre el Estado moral chino y sus lazos comerciales y jurídicos con Occidente; sobre la importancia de conformar una comunidad profesional, comprometida y organizada; sobre las recientes reformas laborales y la protección que deben tener los diversos tipos de trabajo; y sobre los fideicomisos en el sector inmobiliario.

Erradiquemos las injusticias y las desigualdades enfrentándonos al miedo, reconociendo a los otros, construyendo un lenguaje igualitario y facilitando un diálogo que nos permita desarrollar empatía y un fuerte sentido de justicia; quizá eso también nos ayude a rechazar los estados de excepción y de terror, y a defender a toda costa los estados de derecho y de paz en momentos como los que hoy aquejan a la humanidad.

Cordialmente,
Mateo Mansilla-Moya
Director editorial

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