Hacia un horizonte para la inteligencia artificial

Ponencia presentada en el Taller “Inteligencia artificial, justicia y democracia”, convocado por la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y el Comité Panamericano de Jueces para Derechos Sociales y Doctrina Franciscana, los días 4 y 5 de marzo de 2025, en Casina Pío IV, Ciudad del Vaticano.


Como ha sucedido a lo largo del trayecto histórico de la humanidad, descubrimientos científicos, invenciones tecnológicas, transformaciones sociales, cismas políticos, conflictos militares y hasta desastres naturales, produjeron modificaciones, positivas las más, otras negativas y otras más catastróficas; pero todas las alteraciones que han generado significaron un quiebre del estado de cosas y, en consecuencia, la construcción de mejores estadios.

De la invención de la rueda a la Revolución industrial, de la pólvora a la imprenta, de la flecha a las armas biológicas, del “y sin embargo se mueve” a la teoría de la relatividad, las consecuencias han pasado del asombro a la adaptación, luego a la insatisfacción y después a la consecuente búsqueda de algo mejor.

Es el caso de la inteligencia artificial (IA): generada en los laboratorios y vertiginosamente colocada en las agendas económicas, políticas, jurídicas, científicas y criminales. La diferencia con otros acontecimientos disruptivos está en su permeabilidad a todos los ámbitos del planeta. Está lo mismo en los medios de comunicación que en las preocupaciones de la Iglesia.

La IA se discute en los parlamentos y se utiliza en tribunales y aulas; congrega a los liderazgos más influyentes; propicia inversiones multimillonarias; preocupa a las policías; irrumpe en el arte, y condiciona las prácticas comerciales.

También la IA modifica derechos y sugiere otros. Es tema de discusiones académicas y obliga a regulaciones apresuradas. Las oportunidades de aplicarla parecen ilimitadas, tanto como preocupan sus alcances. Nos ha hecho transitar, en breve tiempo, de la admiración a la intimidación; traslada rápidamente de la sorpresa al miedo. De celebrarla como herramienta pasamos a temerle. Por más amigable, disminuye nuestras capacidades, nos rebaza, siempre va adelante. Obliga a modificar conceptos, criterios y prácticas. Derriba mitos y restricciones, trastoca principios y genera otros conceptos. Nos sustituye, nos anula.

Los impactos de la IA no tienen fronteras físicas ni limitaciones que no sean económicas; pero su asimilación y su desarrollo no son homogéneos y, por lo tanto, generan una profunda diferenciación en el sistema global al marcar territorios de mayor desarrollo mientras a otros los hace dependientes, si no es que económicamente subordinados. Es una forma de discriminación hacia el desarrollo.

En esa ruta, los sistemas políticos resienten diversas afectaciones. La IA encuentra en los procesos electorales un terreno fértil para la degradación de los principios democráticos mediante la sustitución de la voluntad ciudadana por una manipulación masiva. La confusión desaparece proporcionalmente a la normalización de su uso en hogares, espacios públicos, procedimientos administrativos, experimentos científicos, investigación de delitos, solución de controversias legales, empresas productivas, servicios públicos.

En consecuencia, aumenta la sustitución de la especie humana que sólo alcanza a intentar contenerla suponiendo la imposibilidad de que la IA logre sustituir la capacidad cerebral para percibir y transmitir emociones; y así, con la información de la que ha sido alimentada, decidir, por ejemplo, la responsabilidad penal de quienes son parte en un juicio por una conducta que los colocó en conflicto con la ley, por una parte, y, por otra, los derechos de las víctimas.

Dicho en otras palabras: hay quien todavía duda de la capacidad de la IA de emitir una sentencia absolutoria o condenatoria, civil, penal o laboral, como lo haría una persona juzgadora: con la aplicación de la ley y con el conocimiento directo de quien la ha transgredido, o reclama un derecho, y la experiencia en el ejercicio de la facultad jurisdiccional, esto es, la experticia para impartir justicia.

El tema es cómo hacer que la ia sea una herramienta para resolver las prioridades universales de la población: salud, alimentación, seguridad, educación, preservación del medio ambiente, empleo, migración, contención de la violencia, comunicaciones, ocio. Cómo alcanzar similar homogeneidad del impacto en el desarrollo de todos los continentes del planeta. Qué hacer para lograr que los gobiernos nacionales comprometan políticas públicas para su aplicación en educación, ciencia y cultura.

En ese sentido hay avances importantes; entre otros, la recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial adoptada por la UNESCO, en 2021; el Reglamento de Inteligencia Artificial expedido por el Parlamento y el Consejo Europeo, en 2024; la Carta Iberoamericana de Inteligencia Artificial en la Administración Pública, propuesta por el Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo, en 2019; el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y la Corporación Andina de Fomento: “Uso estratégico y responsable de la inteligencia artificial en el sector público de América Latina y el Caribe, de 2022, y los Principios para el Desarrollo Confiable, Responsable y Seguro de la Inteligencia Artificial en México, del Centro México Digital, de 2024.

De la mayor relevancia fue la intervención del papa Francisco en la reunión inmediata anterior del G7, especialmente su advertencia: “La inteligencia artificial podría permitir una democratización del acceso al saber, el progreso exponencial de la investigación científica, la posibilidad de delegar a las máquinas los trabajos desgastantes; pero, al  mismo tiempo, podría traer consigo una mayor inequidad entre naciones avanzadas y naciones en vías de desarrollo, entre clases sociales dominantes y clases sociales oprimidas, poniendo así en peligro la posibilidad de una ‘cultura del encuentro’ y favoreciendo una ‘cultura del descarte’”.

La reciente Cumbre de Acción sobre Inteligencia Artificial, en París, convocada por Francia e India, generó la “Declaración sobre la inteligencia artificial inclusiva y sostenible para las personas y el planeta”, signada por 60 países, en la que se anunciaron las prioridades para la IA, pero también dejó ver las discrepancias de Estados Unidos, puntualizadas por el vicepresidente J. D. Vance, e Inglaterra, al respecto.

En el orden local, destaca la creación del Grupo de Trabajo Estratégico sobre Inteligencia Artificial de Massachusetts, formado por la gobernadora de ese estado, Maura Healey, en 2024. Su proyecto fundamental es el Centro de Inteligencia Artificial cuyo objetivo es “servir como nexo de la innovación en ia y facilitar la colaboración de vanguardia entre el gobierno, la industria, el mundo académico, las organizaciones sin fines de lucro y las empresas emergentes”.

Ese nivel de importancia en el tratamiento de la IA debe permear a los países menos desarrollados, a sus poco favorecidas regiones y a sus comunidades más alejadas, principalmente en América Latina y África, con una visión protectora de los derechos humanos. No hay tiempo para quedarnos en la divulgación mediática; tenemos que acelerar el paso a la conciencia del reto que implica la presencia de la ia. Insistir en lugares comunes sin información ni propuestas, de poco sirve, sin objetividad ante los altos riesgos y el espectro de posibilidades.

El concepto ia debe incluirse en las propuestas de partidos y asociaciones políticas, en la visión y la misión de universidades y centros de educación superior, agrupaciones académicas, corporaciones científicas, organismos de procuración e impartición de justicia, planes gubernamentales, agendas de organismos multilaterales, agencias policiales y financieras, proyectos hospitalarios, organismos protectores de derechos humanos y organizaciones sindicales, ambientalistas, artísticas y religiosas.

Para lograrlo, partamos de la complejidad que significa armonizar los textos constitucionales para darle cabida y, desde cada Constitución, multiplicarlo como parte del respectivo proyecto nacional, con la perspectiva de crear una cultura de supeditación de la ia al ser humano mediante principios y regulaciones vinculantes.

La IA debe desarrollarse para impulsar el equilibrio humanidad-naturaleza sin avasallarla al extremo de hacer realidad la ciencia ficción; evolucionar con un sentido humanista sin rebasar las leyes de la naturaleza ni la voluntad humana; potenciando las capacidades del ser humano sin someterlo, respetando la libertad, el libre pensamiento, la autodeterminación y las creencias religiosas y políticas.

La IA debe servir para la mejor comunicación del género humano, entre sí y con el entorno viviente; debe propiciarla y mejorarla, facilitando un lenguaje claro entre personas y comunidades, gobiernos y población gobernada.

El reto mayúsculo se encuentra en el campo jurídico. La sociedad requiere una normatividad alejada de preceptos añejos, constructiva de una ingeniería legal dinámica. Al contrario de las leyes de largo aliento, hoy requerimos una legislación flexible, adaptable a la rápida evolución de la IA, con menor riesgo de ser tardía u obsoleta apenas inicie su vigencia.

A la par, necesitamos una divulgación horizontal, es decir dirigida a todos los espacios susceptibles —todos lo son — de aprovechar y/o sufrir la ia. Es imprescindible superar la información superficial para alimentar otra que explique con claridad qué es y qué no es la IA.

La bibliografía, cada día más abundante, requiere divulgación constante; igual el intercambio de experiencias negativas y exitosas y las proyecciones para evitar la vulnerabilidad de Estados y personas en aspectos fundamentales como seguridad nacional y seguridad pública; acuerdos internacionales al más alto nivel, con participación social para su fortaleza y su efectividad, y focalización en actividades de riesgo destructivo: fabricación, venta y tráfico de armas destinadas al consumo de la delincuencia organizada, por ejemplo.

Por otro lado, debe impulsarse el potencial de la IA para avanzar en la atención a problemas elementales para la población, como alimentación y salud. El reto es crear un ambiente en el que la IA pase de ser fascinante a ser positivamente útil.

Un aspecto insoslayable es el financiamiento para la investigación y el desarrollo de la IA, desde el origen del dinero aplicable y la transparencia de los proyectos, hasta la evaluación del producto final, para lo cual habrán de perfeccionarse las metodologías y los parámetros de medición. 

Paralelamente, debe desarrollarse una filosofía en torno de la IA, imprescindible para los alcances de su desafío y la creación de la cultura necesaria para ser asimilada.

Además de explicaciones y proyecciones, requerimos un espacio de pensamiento y de reflexión para resolver el estrés que caracteriza nuestro momento, determinado por la IA, necesario —más que un despliegue proteccionista— especialmente para las generaciones colocadas en este tránsito cultural hacia nuevos paradigmas. Justicia y democracia son temas nodales de ese ejercicio.Si la ia avanza, requerimos un crecimiento superior de la inteligencia humana. Ése es el horizonte.

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