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Malala en el cine: Voz por la educación

El cine es un espacio de diálogo y aprendizaje. Tópicos de enorme relevancia social han sido llevados a las grandes pantallas. Uno de ellos, ha sido la educación. Jaime Vázquez escribo sobre Malala.


Mingora es una localidad del distrito de Swat, en Pakistán, que contaba con menos de 300 000 habitantes al inicio de 2010. Los periódicos informaron que en esa localidad, el 9 de octubre de 2012, un hombre armado subió a un autobús escolar que transportaba a estudiantes del colegio con rumbo a sus casas. El sujeto, que pertenecía al Movimiento de los Talibanes Pakistaníes, le disparó en la cabeza y el cuello a una de las jóvenes y provocó heridas a otras dos alumnas más.

La joven de 14 años, Malala Yousafzai, blanco del terrorismo, según los preceptos y las creencias de los talibanes, había cometido un delito imperdonable: asistir a la escuela y, a través de un blog, abogar por el derecho de las mujeres a la educación y a la libertad.

Malala fue atendida inicialmente en un hospital militar pakistaní. De ahí la trasladaron a Inglaterra, donde recibió la atención médica que le salvó la vida. Se estableció con su familia en ese país, adonde volvió a la escuela en abril de 2013. “El día más feliz de mi vida”, según declaró. 

Malala se convirtió en una símbolo y una referencia: una niña que sufrió un ataque atroz que hirió al mundo y que puso énfasis en un problema a nivel global: el derecho universal a la educación, a la equidad, a la libre expresión. Un atentado que obligó al mundo a ver de frente la situación general que sufren las mujeres en sociedades con desigualdades evidentes.

El director y productor estadounidense Davis Guggenheim, quien debutó como director de ficción con el thriller Gossip en 2000, emprendió en 2015 su documental Él me llamó Malala, un recorrido por la vida, el entramado político-social y la repercusión global del llamado que hizo Malala Yousafzai a la humanidad con su voz y su ejemplo. 

Pakistán estaba en la mira de los fundamentalismos. En enero de 2009 los talibanes prohibieron a las mujeres asistir a la escuela y realizar actividades sólo permitidas a los hombres. 

Ese es el relato que realiza Malala en el documental. El testimonio de una joven que se transforma, que conserva algo de candidez y que levanta la voz por la educación, con una razón permanente: la educación como un derecho humano universal. Un grito de las mujeres que resuena más allá de las aulas.

El cine, espejo múltiple, ha contado muchas historias al respecto. Maestros Pigmalión en la búsqueda de su Galatea; profesores ejemplares o envueltos en tragedias, inspiradores o dictatoriales; escuelas marginales o de grandes ciudades que son escenarios de inspiradores acontecimientos de superación personal o comunitaria, y también de profundas catástrofes.

“Hay momentos —dice Malala— en los que hay que elegir entre callarse o ponerse de pie. Pensaron que una bala nos callaría”. Afirma que pudo ser parte de esos 66 millones de jóvenes a los que la sociedad de su país, las ideologías, la marginación o los fundamentalismos privaron de la educación. El filme se titula Él me llamó Malala. La joven pakistaní, Premio Nobel de la Paz, subraya: “Mi padre me llamó Malala, no me hizo Malala”.

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