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Matar a un ruiseñor, el icónico abogado del cine

En esta ocasión, Jaime Vázquez nos remonta al filme basado en la clásica novela de Harper Lee, Matar a un ruiseñor; una historia obligada para la reflexión sobre el papel de la abogacía en la construcción de justicia.


Alan J. Pakula inició en 1962 la producción de Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird), dos años después de que Harper Lee publicara con gran éxito la novela en la que se basó el filme y con la que obtuvo el Premio Pulitzer de Ficción.

Pakula convenció a Robert Mulligan, surgido de la televisión, para hacerse cargo de la dirección del proyecto, y a Horton Foote, para el guión. 

Matar a un ruiseñor, la novela, recrea los años de infancia, la visión del mundo de una niña en un pequeño pueblo de Alabama en la década de 1930, años en los que Estados Unidos sufría los coletazos de la crisis económica, la Gran Depresión. El libro perfila la imagen del padre de Lee, encarnado en Atticus Finch, un abogado viudo a cargo de dos hijos que acepta defender en juicio a un joven negro acusado de violación. 

Todo eso y más está en la película, que acentúa el universo infantil de inocencia en un agridulce despertar al mundo de las desigualdades.

El papel de Atticus Finch, originalmente pensado para Rock Hudson, que le fue ofrecido luego a James Stewart, finalmente fue para Gregory Peck, quien convertiría al personaje en “el mayor héroe de la historia del cine norteamericano”, ejemplo de paternidad, civilidad, empatía e imagen del abogado por excelencia; hombre justo y modesto en una sociedad racista en la que los derechos humanos no existían en el horizonte.

Los alegatos de Atticus Finch en el juicio a Tom Robinson, el joven negro, son lecciones para una comunidad que no escucha.

Harper Lee se retrata en Scout, la pequeña hija Atticus. Recrea en la ficción a su amigo de infancia y vecino, Truman Capote, al que bautiza como Dill.

Es también el debut de Robert Duvall en el papel de “Boo” Radley, el joven discapacitado, la metáfora que da título a la novela y a la cinta: el ruiseñor.

El impecable Atticus Finch, en la magistral interpretación de Gregory Peck, recuerda en una escena el día en que su padre le permitió usar una escopeta: “Tenía 13 o 14 años […] y sólo me dejaba disparar en el huerto contra latas vacías, pero considerando que tarde o temprano me vencería la tentación de tirar a los pájaros, dijo que podía matar a todos los grajos que quisiera, pero que no olvidase que matar a un ruiseñor era un grave pecado… porque los ruiseñores no hacen otra cosa que cantar para regalarnos el oído… No hacen otra cosa que cantar con todas sus fuerzas para alegrarnos”. 

Harper Lee asistió al primer día de rodaje y lloró al ver a Gregory Peck interpretar a Atticus. Era la imagen de su padre caminando por la vereda, un padre que vivía de nuevo en la ficción. 

Capote, el vecino de Harper Lee, cuenta: “Su padre era abogado, y ella y yo solíamos ir a los juicios juntos todo el tiempo cuando éramos niños. Íbamos a los juicios en vez de ir al cine, como lo hacían otros niños”. 

Historia sobre la “muerte de la inocencia”, Matar a un ruiseñor, en palabras de Harper Lee, no es autobiográfica: es una posibilidad para que se escriba “sobre lo que se conoce y escribir sinceramente”.

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