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Paris Calling

Irpin en Ukraine. Nous avons vu la ville dévastée et les stigmates de la barbarie. Et l’héroisme, aussi des Ukrainiennes et des Ukrainiens qui ont arrêté ‘armée russe alors qu’elle descendait sur Kiev. L’ Ukraine résiste. Elle doit pouvoir l’emporter.

Emmanuel Macron

La semana pasada el presidente francés Emmanuel Macron viajó finalmente a Kyiv, en la que fue su primera visita a Ucrania desde el inicio de la criminal invasión rusa. Y lo hizo acompañado por el primer ministro italiano Mario Draghi y por el canciller alemán Olaf Scholz. El objetivo del viaje fue reafirmar el compromiso de Europa, a través de sus economías más poderosas,  con la causa ucraniana, tanto en el plano humanitario como en el económico y el militar. Así como darle un espaldarazo simbólico a las aspiraciones europeas de esa heroica y martirizada nación (mientras escribía estas líneas, Ucrania recibió oficialmente el estatus de candidato para ingresar a la Unión Europea). Pero es muy obvio que con su periplo los tres líderes europeos también trataron de despejar cualquier duda respecto a una posible fractura al interior del mundo libre.

Esto último porque en las semanas más recientes, tanto en las redes sociales como en algunos medios anglosajones, se ha desatado una campaña aparentemente concertada y bastante persistente y venenosa que insiste en pintar a esos tres países europeos como timoratos y obsequiosos frente a Putin. En el caso alemán, la desconfianza está parcialmente justificada, tanto por su historial como apaciguadores del tirano ruso como por la reticente lentitud con la que los teutones han enviado ayuda militar. Pero en lo que respecta a Italia, y muy especialmente a Francia, dichas acusaciones resultan calumniosas y ofensivas.

En el caso francés, buena parte de la hostilidad no es más que pura y típica francofobia anglosajona. Especialmente cuando proviene de la prensa conservadora británica (The Telegraph, The Spectator y The Times) que desde hace unos años decidió transformar a Macron en un villano caricaturesco, en la encarnación de todos los vicios de la siniestra maquinaria burocrática europea y en el verdadero culpable de que Brexit haya resultado un desastre económico y social. Pero más allá de la mala leche brexiter, la desconfianza de una buena parte de la opinión pública internacional es fruto de malentendidos genuinos producidos por actitudes y declaraciones del presidente que resultan sospechosas para quien no conoce la tradición diplomática francesa o el singular carácter del pueblo galo, y del propio Macron.

No tengo la menor duda de que nada ha dañado más la imagen del líder francés que sus constantes y aparentemente infructuosas conversaciones telefónicas con Putin. Pero la tardanza en viajar a Ucrania y su insistencia en que no hay que humillar a Rusia (una declaración que la prensa anglosajona y los ejércitos de troles en Twitter deformaron y convirtieron en: “no hay que humillar a Putin”) tampoco han ayudado. Sin embargo, para quienes estamos familiarizados con la tradición diplomática de Francia y con su carácter nacional, ni las llamadas ni las sesudas reflexiones filosóficas a las que es tan propenso Macron resultan sorpresivas o preocupantes.

La diplomacia francesa es gélidamente realista y a la hora de hacer política exterior pone los intereses de la nación por encima de sus valores. Y uno de sus principios fundamentales es jamás cortar un canal de comunicación con absolutamente nadie. Para un diplomático francés hacerle la ley del hielo a un dictador sanguinario o a un régimen criminal es un despropósito y una cursilería inútil. Un buen ejemplo de esta filosofía es la relación que el gobierno galo mantiene con el grupo armado Hezbollah. Mientras EEUU y todos los países europeos lo han incluido en sus respectivas listas de organizaciones terroristas, Francia considera que, al ser la fuerza política más importante de Líbano, es indispensable seguir dialogando con ellos.

Otra característica esencial de la diplomacia francesa, desde los tiempos del general De Gaulle, es mantener una digna independencia frente a EEUU. Si Reino Unido encontró su identidad postimperial como el aliado incondicional de sus primos estadounidenses, Francia ha preferido ser un aliado leal pero escéptico y crítico del coloso norteamericano. Es por eso que Macron, o cualquier otro presidente francés,  jamás adoptará la bravuconería de un Boris Johnson (y debo aclarar que me ha gustado mucho la actitud de Boris en este conflicto), y en cambio siempre preferirá actuar como la voz de la sensatez y la razón al interior de la alianza transatlántica, como una cabeza fría capaz contrarrestar a los temperamentales vaqueros americanos y a sus fieles mastines británicos. Y aquí vale la pena aclarar que Macron es el presidente mas anglófilo y proamericano que ha tenido Francia en décadas. Prueba de ello es que habla un inglés fluido e impecable, algo insólito en un líder francés.

Por último, en la cosmovisión diplomática francesa, y muy especialmente en el caso de un presidente tan proeuropeo como Macron, no hay un aliado más importante y estratégico que Alemania. Y el hecho de que Scholz no haya estado a la altura de esta crisis geopolítica, y de que se haya convertido en una piñata internacional, ha impedido que el presidente francés juegue un rol más protagónico en el conflicto, pues lo último que quiere es humillar u opacar a su gran aliado. Esa es la razón por la que Macron no viajó solo a Kyiv y decidió hacerlo en compañía de Scholz y de un estadista de la estatura de Draghi.

El presidente Biden es un viejo lobo de mar con medio siglo de experiencia geopolítica a cuestas, y conoce perfectamente bien a todos los aliados y enemigos de EEUU. Es por eso que al reunir y al organizar a la alianza transatlántica en los meses previos a la invasión de Ucrania, le pidió a Macron que fungiera como el interlocutor oficial de Putin. En esos días una fuente confidencial al interior del gobierno francés le confesó a la columnista e investigadora Mujtaba Rahman que la Casa Blanca y el Elysée habían acordado jugar al policía bueno y el policía malo con el Kremlin, y ese es el rol que Macron insiste en desempeñar hasta la fecha. 

Uno puede decir muchas cosas sobre las constantes e interminables llamadas entre Putin y Macron pero no hay que olvidar que todas y cada una han sido coordinadas con el presidente Zelenski. Y el argumento más convincente a favor de que no cesen es que el aislado y enloquecido tirano ruso necesita un contacto con la realidad. Y en un plano más personal y egoísta, debo confesar que me muero por leer todo lo que va a escribir Macron sobre estos días y sobre sus conversaciones con Putin cuando deje la presidencia. Es como si Clarice Starling escribiera un libro sobre sus interacciones con Hannibal Lecter.

En su maravilloso Book of longing, el inmortal Leonard Cohen le dedica un poema a Francia que incluye los siguientes versos: 

Be strong, be nuclear, my France. 

Flirt with every side, and talk, talk, never stop talking about how to

live without G-d.

Como todo gran poeta, Cohen logra encapsular algo tremendamente complejo en unas cuantas palabras, en este caso el carácter nacional francés. “Habla y habla y nunca dejes de hablar…”. No es casual que las llamadas entre Macron y Putin sólo hayan causado polémica en el extranjero, porque para los franceses, ese pueblo de setenta millones de filósofos que lograron que las librerías fueran catalogadas como negocios esenciales durante la pandemia y para quienes todo en la vida es diálogo y debate, su presidente está haciendo lo correcto.  Y no exagero al decir que el ciudadano francés promedio tiene alma de filósofo. Justo un día antes de la visita de Macron a Ucrania, Francia vivió uno de sus más sagrados rituales anuales: el BAC Philo. El legendario examen de filosofía que tienen que presentar todos los adolescentes franceses para entrar a la universidad. Cada año, el examen, que empieza a las ocho de la mañana y dura cuatro horas, es un auténtico suceso que, desde semanas antes, genera ríos de tinta y horas de diálogo en las redes, la radio y la televisión.

La prueba contiene solamente dos preguntas y un ensayo filosófico. Cada alumno debe elegir si decide responder una de las dos preguntas o analizar el ensayo, y tiene cuatro horas para desarrollar su respuesta o su análisis aplicando todos sus conocimientos filosóficos. La calificación depende de la calidad de los argumentos, de la exposición de los mismos, y de la capacidad para aplicar y combinar las ideas de los grandes filósofos de la historia. Las preguntas en el BAC General de este año fueron: ¿Puede el arte transformar el mundo? Y ¿Es parte del papel del Estado decidir qué es justo? Ese es el sistema educativo que engendró a Macron, quien además terminó estudiando filosofía y en su juventud fungió como asistente del eminente filósofo Paul Ricœr. Por eso no debe sorprendernos ni alarmarnos si sigue marcándole a Putin o si en vez de responder las preguntas de la prensa con un monosílabo o un lugar común se lanza en una larga disquisición filosófica o histórica en la que analiza por qué el Tratado de Versalles demuestra que no es buena idea humillar a Rusia.


Porque además de “hablar y hablar”, Francia es fuerte y nuclear, como dice Cohen. Y por ello ha apoyado incondicionalmente a Ucrania desde el primer instante, enviando a expertos a Bucha para documentar los crímenes de guerra de las hordas rusas o dotando al ejército ucraniano de  Caesar Howitzers, artillería pesada autopropulsada de última generación, además de entrenar a sus tropas en territorio francés para usarlos. Occidente es muy propenso a la autocrítica masoquista, pero en esta ocasión debemos reconocer y celebrar que el mundo libre se ha mantenido sorprendentemente unido y muy firme frente al embate criminal de Putin y sus hordas. Incluso la vilipendiada Alemania ha dado un giro de 180 grados y está a años luz de dónde estaba hace unos cuantos meses. Como dice Macron en el epígrafe de este texto, Ucrania resiste y debe ganar. Y con el apoyo incondicional de sus aliados, no tengo la menor duda de que así será.

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