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Sobre Sergio García Ramírez

Raúl Contreras Bustamante dedica este texto a recordar la trayectoria de Sergio García Ramírez, con quien trabajó de cerca y que fue profesor emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México.


Existen días en la vida que causan una profunda tristeza. El pasado 10 de enero una gran luz se extinguió. Me refiero al sensible fallecimiento del profesor emérito de la Facultad de Derecho, doctor Sergio García Ramírez. 

Hablar de Sergio García Ramírez es muy sencillo, porque sus méritos, sus logros y sus aportaciones jurídicas son infinitos. Pero la dificultad de hacerlo estriba en que cuesta mucho trabajo ser objetivo, cuando el dolor por su partida aún no permite claridad de ideas.

Mexicano de excepción, universitario ejemplar y prototipo de egresado de la facultad, su formación en la Universidad Nacional Autónoma de México como licenciado y doctor en derecho, con mención honorífica, fue piedra angular en su desarrollo profesional, el cual fue proporcional a su talento.

La variedad y la importancia de sus cargos públicos es impresionante: fue subsecretario de Patrimonio Nacional, de Gobernación y de Educación Pública, así como de Patrimonio y Fomento Industrial. Asimismo, fungió como secretario del Trabajo y Previsión Social, presidente fundador del Tribunal Superior Agrario, procurador general de la República, consejero electoral del Instituto Federal Electoral, entre otros.

En el ámbito internacional fue juez y presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, lugar en el que, con su pluma experimentada y valiente, forjó lo que hoy conocemos como control de convencionalidad, que vino a revolucionar el constitucionalismo contemporáneo. 

De manera paralela forjó una carrera académica excepcional durante más de medio siglo de labor docente en su alma mater; dictó más de 900 conferencias; escribió más de 60 libros y más de 300 artículos en revistas arbitradas nacionales e internacionales.

El Sistema Nacional de Investigadores lo nombró investigador nacional emérito y su Universidad —donde muchos años fue miembro de la junta de gobierno— lo distinguió como profesor emérito de la Facultad de Derecho. 

Como solía decir el doctor García Ramírez, una de las rutas de la memoria que el catedrático deja en las lecciones que dicta es motivar a sus discípulos mediante la práctica de predicar con el ejemplo. 

En eso, es maestro de vida de quien esto escribe y de muchas personas más, porque siempre fue honesto, sencillo no obstante su erudita formación, educado y fino en su manera de expresarse y siempre dispuesto a dar un consejo respetuoso y experimentado.

Se dio tiempo de escribir sus memorias en una gran obra que llamó Del alba al crepúsculo, en cuyas últimas páginas dejó instrucciones precisas que su amada esposa Carmen debió ejecutar en el momento de su deceso. Y ella lo hizo con una lealtad y con el amor infinito que le profesa.

Respetando la voluntad de nuestro querido profesor emérito, prescindimos de cualquier tipo de homenaje de cuerpo presente; tampoco tuvo un sepelio público. Sin embargo, no puedo dejar de dedicarle las presentes líneas con profunda admiración, sincero cariño y dolor por su irreparable ausencia.

El próximo 29 de febrero, en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, se presentará su libro Historia de la Facultad de Derecho, que escribió en coautoría con la doctora Elisa Speckman Guerra y que será uno de los muchos homenajes que la comunidad jurídica rendirá a su maestro. 

Don Sergio vivirá por siempre en sus libros, en sus sentencias y en sus artículos periodísticos. Pero, por encima de todo, en la memoria y en los corazones de quienes lo vimos comparecer y tuvimos la fortuna de compartir su presencia en este mundo.  

Buen viaje, maestro, en este nuevo camino que ha iniciado, ligero de cuerpo y libre de sufrimientos, hacia mejores horizontes. Sé que desde donde está nos va a acompañar, aconsejar y cuidar, como siempre lo hizo. Adiós, amigo del alma.

Como corolario, las palabras del profesor Sergio García Ramírez: «El acierto central de una vida, su mejor herencia, es asegurar la vida nueva.»

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