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Hombres de gobierno. Estadistas que hicieron de la política un arte

Gerardo Laveaga 
2ª ed.
Aguilar, México
2023


La etimología de la palabra gobernar —del latín gubernare y del griego kybernân remite al acto de “pilotar una nave”, es decir, fijar el rumbo para llegar a un destino determinado. Sólo quien sepa cómo utilizar el timón seguirá el curso idóneo para llegar a buen puerto; en caso contrario, el conductor inexperto y quienes vayan con él sufrirán un destino trágico. Nadie que ignore cómo lograr esto último debe atreverse a conducir a múltiples pasajeros, pues el resultado de ello será, sin duda, un desastre. Quien sepa lo que hace, quien demuestre la capacidad necesaria como para ocuparse de asuntos de singular envergadura, es quien debe capitanear el barco.

En la segunda edición de la clásica obra Hombres de gobierno de Gerardo Laveaga se ofrecen 54 semblanzas (la primera tuvo 48) de estadistas cuyos logros dependieron, en gran medida, de cinco rasgos: una energía descomunal imputable a cuestiones biológicas, una ambición profunda, unos ideales claros, una narrativa mediáticamente atractiva y, por último, suerte, ese elemento misterioso que en un instante puede inclinar la balanza a cualquier lado. Es probable que, sin disponer de alguno de estos rasgos, personalidades de todas las épocas que influyeron en la historia mundial hubieran fracasado en sus objetivos. En todo caso, los individuos a quienes se hace referencia en estas páginas se inconformaron con su entorno, decidieron cambiarlo y no se detuvieron sino hasta haberlo logrado. Hay de cambios a cambios, claro está. El gobernante que se envanece de sus hazañas —reales o imaginarias— no necesariamente procura el bienestar individual; el complejo de Eróstrato y el culto a la personalidad son —y han sido— características típicas de innumerables jefes de Estado que comúnmente ejercen el poder en función de criterios religiosos, axiológicos o ideológicos. En términos weberianos, a esta ética de la convicción se opone la ética de la responsabilidad, que mueve al líder a proceder con base no en sus propias necesidades sino en las de su pueblo; a conseguir cambios sustanciales con miras al progreso en todos los órdenes. Como el lector advertirá, los personajes dibujados en esta obra trascendieron, principalmente, por su evidente inclinación a reparar toda ilegalidad y toda inmoralidad que afectara a los suyos, privándolos del respeto a su libertad y a sus derechos. De este modo se fundaron naciones y se disgregaron otras, evolucionaron los modelos económicos, se alentó el Estado de derecho, se perfeccionaron los sistemas judiciales, se evitaron guerras…Desde luego, los protagonistas de estas semblanzas no fueron un dechado de bondad; seres humanos al fin, todos ellos incurrieron en omisiones o se precipitaron, faltas que luego se han reflejado en la memoria que el mundo tiene de ellos. De cualquier modo, el objetivo de este libro no es glorificar a nadie, sino demostrar que la acción política puede ser acorde con la razón y el pragmatismo, sin que ello implique subordinar el bien público a la materialización de veleidades. Todo gobernante está de paso; es el futuro de la raza humana el que debe asegurarse y para eso se requieren líderes con singular altura de miras. Recuérdese que, como anotó el gran Nikos Kazantzakis en Cristo de nuevo crucificado, “el mundo está suspendido de un pelo. Si éste se corta, el mundo se precipita y se hace añicos”.

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