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Margarita Ríos Farjat: Una conversación sobre idealismo transformador y empatía

La ministra Margarita Ríos Farjat, considerada como una jueza firme y profundamente reflexiva por la periodista judicial estadounidense Linda Greenhouse, abordó temas tanto experienciales como técnicos sobre sus decisiones y su trabajo en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Entre otros temas, habló sobre la empatía, el aborto y la tensión entre democracia y constitucionalismo.


Me gustaría abrir esta conversación con una pregunta que podría parecer trivial, pero que creo que tiene una carga bastante significativa para los estudiantes que todavía se encuentran en la búsqueda de su vocación. ¿Siempre supo que quería estudiar Derecho?

Margarita Ríos Farjat – No. Siempre tuve inclinación por las reglas, los instructivos; lo que es justo, eso sí, pero quería estudiar todo: relaciones internacionales, actuación, literatura, economía, geografía, astronomía, incluso restauración de arte. Era ―y sigo siendo― una persona con muchas curiosidades e intereses. En su momento, la curiosidad me llevó a un par de universidades a tomar folletos de todas sus carreras para conocer a fondo de qué trataban, ¿qué tal si la oceanografía era lo mío y yo sin saberlo? El mundo se me hacía poco para conocerlo todo.

En el fondo siempre estuvo el Derecho porque mi papá me dio un acompañamiento muy sabio. Cuando yo era adolescente —que no era fácil porque como ya dije quería estudiar todo y jamás fui proclive a que se me impusiera nada— me acercó inteligentemente a lecturas, a reflexiones, y me habló sobre el gran honor de ser juez, de servir a México desde la justicia, así casualmente, mientras paseábamos por alguna plaza, por ejemplo.

Con cuánta claridad siempre supo que así es como se va orientando a los hijos: hablando de cosas superiores y del honor que entraña dedicarnos a ellas. La altura espiritual es la verdaderamente importante y estoy en deuda con él por ponerme en ese sendero, donde los avatares y las cuitas son sólo pruebas en un horizonte superior que sabe a destino. No me interesa salirme de ese enfoque.

Ya a la hora de entrar a la facultad, bueno, pues sea por Dios, a estudiar Derecho. Así lo sentí, quizá por eso no me concedí el espacio para darme cuenta de que verdaderamente ahí estaba mi vocación. Me inscribí, pero los primeros años sentía que me estaba perdiendo de otras cosas, que secretamente me había dejado “vencer” y me “rebelaba”: ahí estaban las calificaciones de excelencia, de 10 cerrado, pero en las tardes me iba a conferencias de periodismo y economía, a talleres de poesía y a encuentros de política, y me sumaba casi a cuanto grupo de gente estuviera “haciendo cosas”. Incluso tras obtener el primer lugar de aprovechamiento de mi generación reflexionaba: ¿Lo habría obtenido de no ser mi vocación? Ésa era, pero yo había sido demasiado rebelde intelectualmente para darme cuenta.

Veo ahora que el largo camino de mi vocación fue positivo porque me proporcionó una formación más integral como profesionista y también ensanchó mi visión del Derecho como ruta para el bien común y como herramienta de transformación y de impacto en todas las áreas de la vida.

Y ya cuando entró a la carrera de Derecho, ¿se orientó hacia alguna rama en particular? ¿Sentía inclinación por alguna?

Margarita Ríos Farjat – Cuando ingresé a Derecho no tenía claro qué rama quería ejercer. En un principio, porque pensé estudiar relaciones internacionales. Me imaginaba que el Derecho internacional o el Derecho de Autor dado mi gusto por la literatura y la creación artística; pero sólo eran ideas, de las que te imaginas cuando apenas das el primer paso en algo, nada práctico al principio.

Como dijera Octavio Paz, lo que nos gusta nos arrastra, y aunque era aplicada en todas, las materias de teoría de las obligaciones, Derecho procesal, teoría del Estado y Derecho constitucional eran, de verdad, mi fascinación. Si se piensa en mis intereses, pues era lógico; en especial en las últimas dos, con los ojos cerrados, me iba bien. Lo que me tomó por sorpresa fue que me gustaran tanto las de obligaciones y Derecho procesal; y quizá por eso tiene sentido que la primera puerta que me abrió la vida profesional fue la judicial, a pesar de que cuando entré a la carrera me imaginaba trabajando en una embajada y no en un juzgado, que los conocía tanto y tan bien.

La pluralidad de las personas con quienes convivo me permite darme cuenta de que existen muchos Méxicos, muchas perspectivas de carácter económico, político, social y jurídico, ¿qué opina al respecto?

Margarita Ríos Farjat – Mi mamá es yucateca y mi papá regiomontano, así que viví dos Méxicos en casa. Comparto lo que dices del mosaico mexicano; la geografía impone muchas cosas, por eso el federalismo es tan importante: como principio, como pacto constitucional y como metodología para solucionar los grandes problemas nacionales. Creo que se ha ido desdibujando con tanta creación de normas generales, pero también con interpretaciones constitucionales centralistas.

Lo hemos vivido en la Corte. Yo soy parte de una minoría que piensa que los estados no han perdido su capacidad de reformar para poner al día sus leyes procesales civiles sino hasta que entre en vigor el nuevo código nacional. Sin embargo, la mayoría opina que los estados dejaron de tener competencia para eso desde que se anunció que habría un código único, que entraría en vigor 10 años después de que se anunció. No puedo compartir eso, tienen soberanía interior para actualizar sus códigos en beneficio de la gente. Cuando entre en vigor el nuevo código se acaba su competencia, no antes.

Mexico is fortunate to have such a strong and thoughtful member of the Supreme Court.

Linda Greenhouse

Hablando de geografía, ¿cuál fue su experiencia cuando se vino a la Ciudad de México procedente de Nuevo León?

He vivido la mudanza entre Monterrey y la Ciudad de México ya tres veces…

¿Cómo ha sido?

Margarita Ríos Farjat – Mi papá fue funcionario del Poder Judicial de la Federación, primero en Nuevo León y después en la Ciudad de México, a donde llegó como secretario de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Así que por eso estudié primaria, secundaria y preparatoria en la Ciudad de México, y crecí sintiéndome de aquí. Llegué a los seis años y fue un cambio muy difícil porque a esa edad la abuelita, la tía, los primos y la demás familia extendida son muy importantes, y en la Ciudad de México no los tenía. Hubo que adaptarse.

A veces visitábamos a mi papá en la Corte, y en esas visitas llegó a llevarnos, a mi hermana y a mí, a sesiones del Pleno. Tendría yo unos 10 u 11 años, y ahí estábamos, muy atentas al amplio conjunto de togas negras (eran 21 entonces pero no me tocó verlos completos). Nos esforzábamos por entender lo que sucedía en la sala, porque papá decía que era importante, pero siendo niñas no lo lográbamos y luego de un muy largo rato le pedíamos que nos llevara a un parque. Obviamente el destino ha convertido ese recuerdo en algo muy entrañable y ahora lo tengo siempre presente, tratando de interpretar qué era lo que mi padre quería transmitirnos, y no encuentro más que un sincero respeto y un profundo sentido cívico hacia un espacio patrio que es el más alto laboratorio de la justicia en México.

Justo cuando terminé la preparatoria, mi papá, que ya llevaba cuatro años como juez de distrito, primero en Chiapas y luego en Durango, fue adscrito a Monterrey y entonces nos mudamos de vuelta. Yo no quería hacerlo, ¡para nada! Sentía, como dice el poema de Mio Cid, como “uña que se desprende de la carne”, así fue.

Había obtenido el primer lugar de aprovechamiento de las preparatorias del sistema incorporado a la Universidad Nacional Autónoma de México y acaba de aprobar exitosamente un examen de admisión en una universidad privada aquí en México, una que incluso me parecía muy linda como para estudiar un lustro, y tenía amigos y muchos sueños aquí; pero a punto de cumplir los 18 años debía irme y, aunque soy de Monterrey, batallé para asimilar ese retorno. Mucho.

El futuro que se vislumbraba en la Ciudad de México se quedó entonces como entre la bruma, como algo muy querido que se perdió. Con el tiempo, ese dolor, porque sí lo era, se transformó en capacidad para asimilar cambios y no apegarme demasiado a cosas, personas y lugares. La poesía ya me gustaba. Bueno, pues esta experiencia me volcó de lleno en ella y se quedó para siempre en mí como un balance, algo entre tanque de oxígeno y cofre de secretos.

Asimilé mi nueva vida en Monterrey. Mi perspectiva universitaria cambió drásticamente y ahora soy hija de la universidad pública, y con mucho orgullo. Me casé, tuve hijos, y además ya era dueña de mi tiempo y de mi destino profesional tras los dos techos de cristal con los que había topado (el primero por casarme y el segundo al convertirme en madre).

Es entonces cuando la vida vuelve a sacudirme y me llama a trabajar a la Ciudad de México, dirigiendo el Servicio de Administración Tributaria. Fiel a la genética de mi apellido materno (Farjat), libanés, herencia de marineros fenicios, me volví a hacer a la mar. Tomo la vida como se va presentando y la voy navegando; no me quedo quieta, siempre busco experiencias. Y la ruta no está exenta de vicisitudes, pero tampoco de esperanza.

¿Qué retos enfrentó y cuál fue su experiencia cuando se vino a la Ciudad de México después de haber estudiado la licenciatura en Nuevo León?

Margarita Ríos Farjat – Regresar a esta ciudad, con una actividad enraizada aquí, fue toda una sacudida en la narrativa más íntima de mi vida. Igualito que el tango de Gardel; desde el avión “adivinaba el parpadeo de las luces que a lo lejos iban marcando mi retorno, las mismas que habían alumbrado con sus pálidos reflejos hondas horas de dolor” al irme. Y aunque “ya no quería el regreso, volví al primer amor”. Era de Monterrey, sí, pero cumplí los siete años acá. Y a punto de tramitar mi credencial de elector, me iba. Amé esta ciudad, lo que había vivido en ella, y volvía 28 años después.

Esa nostalgia me había acompañado siempre y me permitía empatizar con quienes migran. Una vez un conocido me dijo que al lugar donde fuiste feliz no debes volver nunca. Entonces, volver a la Ciudad de México me intimidaba sobre qué recuerdos, ya perfectamente acomodados, se removerían. Y fueron muchos. Pero también mi visión acerca del tiempo y de otros conceptos así de básicos.

Creo que precisamente por estar enfrascada en esa dimensión tan íntima no reparé en lo difícil que es para una regiomontana abrirse espacio en la abogacía del centro. El gremio de colegas de la Ciudad de México es celoso y centralista. ¡Pero yo tenía cosas más profundas en qué ocupar mis pensamientos! Es verdad aunque me ría. Aguanté la vara de no tener un título de esta ciudad, pero me abrí paso y ya.

Durante un año viví entre las dos ciudades. Pasaba el fin de semana en Monterrey y el domingo o el lunes a primera hora aterrizaba de regreso en la Ciudad de México. Mi familia se mudó conmigo en diciembre de 2019, justo cuando estaba por entrar a la Corte, aunque ya habíamos tomado esa decisión en verano. Naturalmente esto representó muchos ajustes familiares, patrimoniales y escolares, los que quieras. Los fuimos sorteando. Llegó el encierro por la pandemia y otra vez tuvimos que mudarnos a Monterrey, donde teníamos más espacio; cuando se acabó el encierro, bueno, de vuelta a México.

La dimensión de todos estos grandes ajustes logísticos fue profundamente menor a la de mi fuero íntimo. Pero ésta soy yo, sensible, aunque no a cualquier cosa sino quizá al tiempo, a los seres y a los lugares queridos, a las ilusiones, a las causas que se abrazan en la vida. Quizá pueda sonar ridículo, pero todos poseemos espacios de sensibilidad que sólo nosotros comprendemos, que son tan nuestros que no cabe nadie más de tan íntimo que es.

Con el paso de los años, ¿ha cambiado ese idealismo que tenía al momento de iniciar su carrera?

Margarita Ríos Farjat – Bueno, ya vamos viendo que soy una persona idealista o espiritual, que para mí son la misma cosa. Siempre he sido alguien que no se detiene frente a posibles obstáculos; comoquiera yo voy para adelante con la ilusión, por qué no decirlo, de que mi paso por algunos lugares no sea en vano y deje algo positivo; pero, más que nada, de que mientras paso por ahí, la novela de mi vida sea una que vale la pena de ser vivida.

Cuando experimentas la vida, como literatura, sabiendo que toda novela tiene un final con partes gloriosas, no pierdes el tiempo en cosas sin alma, en frivolidades o en acumulación sin sentido. Lo más importante es la anécdota luminosa de vivir, de coincidir, de hacer, de servir, de querer.

Eso no significa que los obstáculos, cuando se presentan, no sean difíciles. A veces duelen, confunden, enojan, y lo hacen intensamente. Claro que así es. Pero son las pruebas formativas para el discernimiento, el temple, la voluntad y el perdón. Son maravillosos en ese sentido, pues nos ayudan a volar más alto y más ligeros, y el río de nuestra vida se ensancha, de manera que ya no se desvía ni se diluye frente a una piedra, sino que corre ampliamente sobre un lecho de piedras que ahora son su cauce.

El idealismo no nace de la ingenuidad, sino del conocimiento de aquello a lo que nos vamos a enfrentar, y comoquiera le seguimos y nos contentamos con avanzar hacia un horizonte superior. Eso es inspirador en sí mismo: la seguridad de que algo habremos de aportar, de mejorar, de elevar, y de que nos entregamos a esa causa.

Con todo este bagaje de reflexiones, ¿cómo vive su papel de ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación?

Margarita Ríos Farjat – Como un servicio que entrego todos los días a la sociedad y a futuras generaciones, y cuya brújula es siempre hacerlo conforme a mi leal saber y entender, es decir, con lo mejor de mis conocimientos y el más alto de mis ideales. Este enfoque me brinda mucha paz y plenitud.

Me asumo parte de un tribunal constitucional, lo cual implica una pluralidad de perspectivas y entendimientos acerca de cómo hacer las cosas. En esa pluralidad hay que construir, siempre pensando que todos los demás comparten ese mismo espíritu de servicio. Es natural que algunas de nuestras decisiones gusten a una parte de la sociedad y a otra no, y luego con otras decisiones sucede a la inversa, pero creo que las vamos construyendo lo mejor que podemos, poniendo nuestros conocimientos y las perspectivas que la sensibilidad de cada uno de nosotros va asumiendo en su camino.

Las personas juzgadoras somos solucionadoras de problemas y eso implica ser diligentes y reflexivas; pero tenemos alma luchadora porque el bien común no se alcanza a partir de la contemplación pasiva, sino de lidiar constante contra el abuso, la perversidad y la injusticia. Esto requiere que debamos ser apegados a la excelencia, porque la mediocridad es garantía de fracaso en las misiones verdaderamente importantes de la vida personal y de la vida en sociedad.

Creo que quienes ponemos manos a la obra en la justicia mexicana no somos más que pueblo que resuelve problemas ajenos, con ganas de ayudar, a partir de años de estudio y servicio, de desvelos y dedicación.

Me gustaría preguntarle sobre las tensiones que hay entre democracia y constitucionalismo desde el papel del ministro.

Margarita Ríos Farjat – Yo no veo tensión entre democracia y constitucionalismo, porque nuestro constitucionalismo es democrático. Las tensiones son de equilibrio de poderes. Pero entiendo hacia dónde va tu interrogante.

Todos los mexicanos estamos sentados en la gran mesa constitucional y, aunque nuestras visiones o preferencias políticas sean diferentes, coincidimos en que es un pacto tan válido para las mayorías como para las minorías; es el punto de convergencia del México plural. Ahí se establece la prevalencia de los derechos humanos y la democracia y el federalismo como principios republicanos de los que debe partir la prosperidad de la Unión; por eso debe regir siempre.

La Corte es el árbitro de ese México plural, disímbolo y luminoso, porque la Constitución lo ha dispuesto así, para que ese vasto y complejo conjunto de bienes políticos sean salvaguardados bajo una racionalidad jurídica. ¿Y cómo es esto? Lo primero que hay que entender es que la Constitución dispone una serie de herramientas para esa salvaguarda, algunas para la sociedad y otras para actores políticos, así que la intervención de la Corte necesariamente requiere que otros activen esos mecanismos. Ella sola no sale a la calle a recoger problemas públicos y transformarlos en procesos judiciales. Los procesos ya existen, porque la sociedad o los actores legitimados los hicieron valer, y éste es el segundo punto que hay que observar. Así tenemos, por ejemplo, las controversias constitucionales, para equilibrar el desbordamiento de competencias entre poderes; las acciones de inconstitucionalidad, para evitar que una norma inconstitucional perviva y cause daño, o el juicio de amparo, para proteger a las personas de un mal despliegue del poder público.

Es decir, la Constitución no otorga esos instrumentos a la Corte —porque ella no elige usarlos—, pero le ordena, con todas sus letras, resolverlos. Imagínate, entonces, en un entorno democrático de gran beligerancia, de una pluralidad política hostil y de intereses económicos enquistados: ¿cómo van a estar las rechiflas al árbitro que resuelva los conflictos de esa vida pública?

Entonces, si me permites el símil, la Corte es el regulador de voltaje de la casa constitucional que habitamos todos. Cuando este regulador está sobrecargado es porque la vía política está en crisis, y la historia da cuenta de que esto siempre es delicado.

Pero ese gran regulador también recibe descargas directas cuando es descalificado por realizar su quehacer. Por ejemplo, recientemente se ha cuestionado la competencia de la Corte para invalidar procesos legislativos. Quienes tenemos gusto por la teoría política comprendemos la escena, después de todo el Poder Legislativo es el representante directo de la sociedad que, con esa soberanía, se dicta sus leyes. Sin embargo, el pueblo, a través del artículo 105 constitucional, ha dictado que la Corte tiene la obligación de resolver “la posible contradicción entre una norma de carácter general” y la Constitución, y entonces lo que primero debe analizarse es si esa norma en realidad lo es, es decir, si es producto de un procedimiento legislativo que se siguió bajo los principios del artículo 72 constitucional o del 116 (donde se determina que los poderes de los estados se organizarán conforme a sus constituciones), según si es ley federal o local. Y lo que la realidad muestra es que no existe un procedimiento legislativo inmaculado, pues casi todos presentan descuidos, así que la Corte ha ido construyendo una doctrina para no invalidar por peccata minuta sino cuando los principios de esos artículos se trastocan al grado de afectar la deliberación parlamentaria.

Entonces, no es que la Corte anhele censurar a otro poder, sino que debe invalidar discordancias con la Constitución. Si ya de plano la molestia es mucha, el constituyente permanente puede crear una excepción para que la Corte no verifique procedimientos legislativos; eso es relativamente sencillo. Pero, esto podría incidir en la solidez republicana porque es una garantía de respeto al pluralismo y éste es un valor democrático. ¿A qué me refiero con esto? A que el artículo 40 constitucional dispone, como forma de gobierno, una República representativa y democrática, y al haber elegido el uso de ambos adjetivos entonces se introduce como valor constitucional el amplio repertorio de principios de cada uno, y el pluralismo lo es para la democracia.

En todo caso, la discusión debería ir encaminada hacia allá, hacia la verdad: es la Constitución la que implica ese análisis, no un capricho de la Corte. El debate no es si la Corte se “desborda”, sino hasta dónde la sociedad no desea esa revisión y establece una excepción.

Ahora, si me lo permite, me gustaría recordar la discusión que hubo en relación con el caso de la despenalización del aborto en México, en la que usted afirmó: “Nadie se embaraza, en ejercicio de su autonomía, para después abortar”. Fue un momento muy importante que visibilizó su trabajo y también su visión como ministra y, al mismo tiempo, fue una frase que resonó, no sólo en México, sino también en otros países de Latinoamérica, entre las personas que han estado por años en esta lucha. ¿Cómo fue su experiencia emitiendo este voto y cómo fue que decidió pronunciarse en ese sentido?

Margarita Ríos Farjat – Supongo que ese voto se gestó en mí desde hace décadas, sin proponérmelo. Cuando era joven, el aborto era un tabú, y cuando una mujer optaba por él, era digna de oprobio y ostracismo. Esa sociedad que tanto se preocupaba por una vida por nacer, era capaz de la intolerancia más majadera en contra de una mujer y de querer castigarla con toda la fuerza del Estado. Siempre encontré muy incoherente esa moral.

Nunca vislumbré que yo pudiera tomar una decisión así, pero me parecían inmorales las vejaciones a quienes sí lo hicieran. Imponer el Derecho penal también. No veía el aborto como un delito sino como una alternativa dura y difícil que algunas personas eligen a partir de no sé qué situaciones personales, seguramente lamentables, que no está en mí juzgar ni cuestionar.

Creo que hay una dimensión espiritual en este tema, como mencioné en la sesión del Pleno de la Suprema Corte del 7 de septiembre de 2021 y como ya había dicho ante la Comisión de Justicia del Senado de la República desde diciembre de 2019, pero el punto que dilucidábamos en la Corte era si el Derecho penal puede ser utilizado en estos casos y yo sigo convencida de que no. Primero, porque es una intervención excesiva del Estado, y segundo, porque no evita que el aborto suceda, como pretende el Derecho penal, y causa más sufrimiento.

Me asombra que haya personas que piensen que por el hecho de no estar tipificado como delito, las mujeres van a abarrotar las clínicas para solicitar abortos. Pero ¿qué se imaginan? Me indigna. ¡Qué manera de mirar hacia abajo a la mujer: como un ser al que hay que atar! ¿Desde qué superioridad moral imaginamos que este delito “mantenía a raya la promiscuidad de las mujeres” y que al eliminarlo darán rienda suelta al libertinaje y abortarán después? Qué visión tan preocupante.

¿Se dan cuenta de que esa visión, en sí misma, es humillante y agresiva? De ahí derivan muchos estereotipos dañinos y son los que mencioné en la sesión del Pleno: la mujer mala, la ignorante, la egoísta que debería hacer esto o aquello para evitar interrumpir su embarazo, la promiscua, la irresponsable; en fin, toda la gama de prejuicios por querer imponer nuestra moral a otras personas.

Cuando una verdaderamente decide ser madre, sabe que incluso dará su vida por salvar la que lleva dentro, y la tristeza es infinita cuando esa vida cesa por causas ajenas o desconocidas. Es algo muy profundo. Asumo que lo mismo sucede al revés: quien no desea ser madre seguramente hará todo lo posible por evitarlo, y el Estado puede decir o legislar lo que guste, de todas maneras ella hará lo que quiera.

Creo que esto ha sido así siempre, diga el código penal lo que diga, y que sólo ha significado que el Estado no se haya encargado de una realidad de aproximadamente un millón de abortos clandestinos al año y cerrara los ojos para no brindar servicios de salud porque, de ese millón, la tercera parte requiere atención médica por complicaciones. Y esto es lo que se sabe, pues es difícil hacer estadística de algo clandestino. Si a esto sumamos que las complicaciones aumentan, como es lógico, según la pobreza y la residencia rural, como dije en el Pleno, pues entonces tenemos una falta de solidaridad muy grande por parte del Estado hacia las mujeres más vulnerables de México.

Como dije, no creo que nadie se embarace, en ejercicio de su autonomía, para después abortar. Así que tampoco creo que quien tome esta decisión lo haga de manera frívola, sino a partir de un íntimo dolor. Al Estado no le toca llegar aquí con el código penal, sino con el derecho a la salud.

Un tema que viene a la par es el de la empatía. ¿Cuál debería de ser el papel de la empatía en el ejercicio de su profesión?

Margarita Ríos Farjat – Creo que el fin último del Derecho constitucional es la armonía social, en la misma lógica de Aristóteles, que consideraba que la felicidad es el bien supremo y la máxima aspiración. La clave de esa armonía reside en la Constitución, porque clarifica los consensos y nos amalgama en torno del bien común.

Deberíamos procurar más la empatía, por encima de la tolerancia, porque si encontramos cuáles son nuestras coincidencias con los demás, habrá más armonía a que si solamente toleramos que los demás digan lo que quieran con el fin de que nosotros hagamos lo mismo cuando nos toque.

La abogacía es una profesión de servicio que no debe olvidar orientarse al bien común. Es necesario reflexionar con ética, por ejemplo, que ser un buen fiscalista no es evitar que alguien pague impuestos o, peor, recuperar los que no pagó (uso de facturas falsas), ni ser un buen litigante es hacer pleito judicial de todo. Si las estadísticas judiciales siguen su tendencia, llegaremos a un punto en que no habrá jueces que alcancen y esto va a perjudicar a quienes tienen casos realmente apremiantes en sede judicial. Es un poco drástica la expresión pero creo que se entiende la idea.

Usted hablaba sobre el lenguaje claro y creo que ese es uno de los temas más importantes en la formación del gremio jurídico mexicano: el aprender a escribir de manera clara y el poder comunicar ideas, así como traducirlas a un lenguaje de cualquier ciudadano. Además de ser ministra, también es poetisa. ¿Podría darnos algún consejo para aprender o desarrollar el hábito de comunicarnos claramente de tal manera que cualquier persona pueda entendernos?

Margarita Ríos Farjat – La literatura clásica enriquece el vocabulario y enseña gramática y a pensar con propiedad, a hilvanar las ideas, a elaborar argumentos congruentes e, incluso, a desentrañar la lógica de los personajes, y ese conocimiento, que se vuelve intuitivo, nunca sale sobrando. La poesía brinda oxígeno, y más cuando nos sumergimos tanto en expedientes judiciales; y además enseña a buscar la palabra exacta para decir algo y a identificar, con palabras, algo tan complejo como emociones o sentimientos.

Esto se ha estado soslayando en la formación de los juristas. Un juzgado, por ejemplo, contratará a quien posea un conjunto de actitudes personales orientadas a la ética y al servicio y domine los conocimientos y los precedentes, pero además la comunicación: que sepa escribir. ¡Y cómo se batalla con esto! La queja de que las sentencias de los tribunales no se entienden o que su lenguaje es inaccesible, no es culpa de los tribunales pues ellos se limitan a contratar a personas licenciadas en Derecho. Quien otorga el título necesita reflexionar.

Una de las razones principales por las que hago Upstanders es porque creo en la trascendencia de la representación. Me parece muy importante vernos reflejados en las historias de personas que admiramos y darnos cuenta de que ellas no encuentran el éxito de la noche a la mañana, sino que siempre hay adversidades. No importa el género, la orientación o de dónde viene uno, siempre puede lograr lo que se propone. ¿Qué les aconsejaría a los estudiantes de Derecho que sueñan con ser ministros o empezar una carrera judicial?

Margarita Ríos Farjat – Elijan con todas sus fuerzas ser personas de bien. La abogacía les mostrará lo más perverso del ser humano pero ustedes pueden elegir ser parte de sus mayores glorias. No se dejen contaminar por las bajezas que habrán de ver. La justicia requiere personas íntegras y el bien común necesita combatientes decididos pero que no dejen de construir con empatía la armonía social.

A veces su integridad será objeto de oprobio, lo sé por experiencia, como cuando adviertes un riesgo o haces ver que algo es inconstitucional, y luego no quieren aceptar que se los dijiste y te ofenden. O te calumnian por no dejar pasar ilegalidades. Piensen entonces que es mejor sufrir la injusticia que cometerla, y que elegimos no ser como quien nos agrede, porque eso degrada.

Por otra parte, no olviden que su misión es resolver problemas, así que nada de salir con excusas, delegar lo que les toca, procrastinar o no estudiar. Así no se hace el bien. Evadan la mediocridad como una peste y busquen la excelencia en todo, incluso en las cosas pequeñas, teniendo presente que la grandeza de la abogacía está en la diligencia y en el servicio. Dicho esto, sean buenos con ustedes mismos, no acusen recibo de agravios y dejen ir, así van a fluir mejor y siempre en horizontes soleados. Sean marineros, háganse a la mar y confíen: la vida tiene sus formas de recompensar a las personas que obran bien.

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