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Benjamin Ferencz: discurso de apertura en Nuremberg

El pasado 7 de abril del 2023 falleció el abogado estadounidense, de origen judío-húngaro, Benjamin Ferencz, el último de los fiscales presentes en los Juicios de Nuremberg (1945-1946). Posteriormente, Ferencz se desempeñó como fiscal jefe del ejército de los Estados Unidos en el “Juicio a los Einsatzgruppen” (1947-1948) –término que se refiere a las unidades paramilitares de la Alemania Nazi responsables de la persecución y exterminio de civiles en la Europa oriental– en el que se acusó y condenó a 24 oficiales de la SS. 

En un texto publicado en el Journal of International Affairs de 1999, Ferencz memora su trayectoria como Procurador, estableciendo –sin decirlo– una cierta resonancia con los asombros y cuestionamientos que Hannah Arendt tuvo ante el juicio realizado al oficial nazi Adolf Eichmann en 1961: “¿Cómo se hace frente a aquellos que siguen convencidos, sin sentir vergüenza o arrepentimiento, de que formaron parte de una raza superior y de que lo que hicieron fue necesario y justo?”

Por lo anterior, reproducimos el discurso de apertura de Benjamin Ferencz en el Juicio a los Einsatzgruppen, pronunciado en septiembre de 1947. Esto no sólo con el propósito de recordar(le), sino de hacer presente la vigencia de una reflexión que bien atraviesa ciertos fenómenos de nuestra actualidad, como lo sería la reciente muerte de 27 migrantes en un incendio en un centro de detención del Instituto Nacional de Migración en Ciudad Juárez tras haber sido dejados al fuego por los guardas, o la “política de seguridad” de Nayib Bukele en El Salvador, por mencionar algunos. ¿Cómo hacer frente ante aquellos que, sin vergüenza o arrepentimiento, pueden asumirse superiores a otros y que, por tanto, sus acciones son válidas, justas o necesarias?


Con su permiso, Señorías: es con tristeza y esperanza que aquí revelamos la matanza deliberada de más de un millón de hombres, mujeres y niños inocentes y desarmados. Esto fue el trágico cumplimiento de un programa de intolerancia y arrogancia. La venganza no es nuestro objetivo, ni buscamos meramente una justa retribución. Pedimos a este Tribunal que afirme mediante una acción penal internacional el derecho del hombre a vivir en paz y dignidad independientemente de su raza o credo. El caso que presentamos es una súplica de humanidad a la ley.

Estableceremos más allá de cualquier duda hechos que, antes de la década oscura del Tercer Reich, habrían parecido increíbles. Los acusados eran comandantes y oficiales de grupos especiales de las SS conocidos como Einsatzgruppen, establecidos con el propósito específico de masacrar seres humanos porque eran judíos, o porque eran considerados como pueblos inferiores por alguna otra razón. Cada uno de los acusados en el banquillo ocupaba una posición de responsabilidad o mando en una unidad de exterminio. Cada uno asumió el derecho de decidir el destino de los hombres, y la muerte fue el resultado previsto de su poder y desprecio. Sus propios informes mostrarán que la matanza cometida por estos acusados fue dictada, no por necesidad militar, sino por esa suprema perversión del pensamiento, la teoría nazi de la raza superior. Mostraremos que estos actos de hombres uniformados fueron la ejecución metódica de planes a largo plazo para destruir grupos étnicos, nacionales, políticos y religiosos que estaban condenados en la mente nazi. El genocidio, la exterminación de categorías enteras de seres humanos, fue un instrumento fundamental de la doctrina nazi. Incluso antes de la guerra, los campos de concentración dentro del Tercer Reich habían presenciado muchas matanzas inspiradas en estas ideas. Durante los primeros meses de la guerra, el régimen nazi amplió sus planes de genocidio y amplió los medios para ejecutarlos. Tras la invasión alemana de Polonia surgieron campos de exterminio como Auschwitz y Maidanek. En la primavera de 1941, en contemplación del próximo asalto a la Unión Soviética, se crearon los Einsatzgruppen como unidades militares, pero no para luchar como soldados. Fueron organizados para matar. Antes del ataque a Rusia, se ordenó a los Einsatzgruppen que destruyeran la vida detrás de las líneas de combate. No toda la vida, desde luego. Debían destruir a todos los que fueran designados como judíos, funcionarios políticos, gitanos y esos otros miles llamados «asociales» por el autodenominado superhombre nazi. Esto era la nueva «Kultur» alemana. Las unidades Einsatz que entraban en una ciudad o pueblo ordenaban que todos los judíos fueran registrados. Fueron obligados a usar la Estrella de David bajo amenaza de muerte. Luego todos fueron reunidos con sus familias para ser «reubicados» bajo supervisión nazi. En las afueras de cada pueblo había una zanja, donde un pelotón de hombres Einsatz esperaba a sus víctimas. Familias enteras fueron alineadas, arrodilladas o de pie cerca del hoyo para enfrentar una mortal lluvia de fuego.

Los Einsatz entraron en los campos de prisioneros de guerra, seleccionando hombres para su exterminio y negándoles el derecho a vivir.

Civiles indefensos fueron convenientemente etiquetados como «Partisanos» o «Simpatizantes de los partisanos» y luego ejecutados. En los hospitales y asilos, los Einsatzgruppen destruyeron a los enfermos y a los locos, porque los «comedores inútiles» nunca podrían servir al Tercer Reich.

Luego vinieron las camionetas de gas, vehículos que podían recibir seres humanos vivos y descargar cadáveres. Cada Einsatzgruppe tenía su asignación de estos carros de la muerte.

Éstas, en resumen, fueron las actividades de los Einsatzgruppen. Los Estados Unidos, en 1942, se unieron a 11 naciones para condenar estas masacres nazis y juraron que se haría justicia. Aquí actuamos para cumplir esa promesa, pero no sólo por eso.

Alemania es una tierra de ruinas ocupada por tropas extranjeras, su economía está paralizada y su pueblo hambriento. La mayoría de los alemanes todavía no son conscientes de los detalles de los eventos que relataremos. Deben darse cuenta de que estas cosas ocurrieron para entender las causas de su situación actual. Depositaron su fe en Hitler y su esperanza en su régimen. La ideología nazi, carente de humanismo y fundada en un materialismo despiadado, fue proclamada en toda Alemania y era conocida por todos los alemanes. Hitler y otros líderes nazis no ocultaron su intención de destruir a los judíos. Al relatar aquí la masacre de miles de niños indefensos, el pueblo alemán puede reflexionar sobre ello para evaluar los méritos del sistema que aclamaron con tanto entusiasmo. Si se avergüenzan de la locura de su elección, todavía pueden encontrar un verdadero ideal en lugar de un ídolo repugnante. La prueba de un millón de asesinatos no será el aspecto más significativo de este caso. Acusamos más que de asesinato, porque no podemos cerrar los ojos ante un hecho ominoso y lleno de presagios para toda la humanidad. Desde que los hombres abandonaron las lealtades tribales, ningún estado ha desafiado el derecho de los pueblos enteros a existir. Y desde la época medieval, los gobiernos no han marcado a los hombres para la muerte debido a su raza o fe. Ahora llega esta recrudescencia: la doctrina nazi de una raza superior, una arrogancia mezclada de vanidad tribal y un desprecio sin límites por el hombre mismo. Es una idea cuya tolerancia pone en peligro a todos los hombres. Es, como hemos acusado, un crimen contra la humanidad.

La conciencia de la humanidad es el fundamento de todas las leyes. Buscamos aquí un juicio que exprese esa conciencia y reafirme bajo la ley los derechos básicos del hombre.

Benjamin Ferencz, 1947.


Fuentes:

Trial of the Major War Criminals. vol. IV. p. 494. Nuremberg. 1947. Disponible en https://benferencz.org/articles/pre-1970/ferencz-opening-statement-at-nuremburg/

Journal of International Affairs, Vol. 52, No. 2, Seeking International Justice The Role of Institutions (Spring 1999), pp. 455-469 Disponible en: https://www.jstor.org/stable/24358048 

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