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Alumno promedio, tesista sobresaliente

El estudiante Julio Torri, abogado egresado de la Escuela Nacional de Jurisprudencia conocido por ser miembro del Ateneo de la Juventud —junto a figuras como Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, Antonio Caso y Alfonso Reyes—, tiene otra faceta acaso desconocida para la mayoría de los lectores: su modesto desempeño —por utilizar un eufemismo— como estudiante de derecho, lo que no le impidió graduarse con una tesis que hoy vale la pena recordar.


El año antepasado fue cruel para algunos aniversarios. La pandemia de Covid-19 borró la memoria para atender lo más urgente: sobrevivir. No podía ser de otro modo. A pesar de eso, sabía que el 11 de mayo se cumplirían 50 años del fallecimiento de Julio Torri (1889-1970). En aquellos meses de horrorosa incertidumbre, más que nunca, tenía que saldar deudas reales y simbólicas. Una de ellas era la que había adquirido con el abogado saltillense en mi época de formación literaria. Ante ello, puse manos a la obra y llegué a completar un librito que, debido a la pandemia, tuvo que publicarse un año después: Licenciado Torri, abogado desencantado (UAdeC, 2021). En ese tránsito investigativo había solicitado el expediente del doctor Julio Torri Máynez al archivo del personal académico de la Universidad Nacional Autónoma de México. Otra vez la pandemia impidió que lo tuviera a tiempo. Honestamente pensé que no lo llegaría a ver.

Gracias a Ángel Gilberto Adame, colega in utroque jurídico y literario, conseguí los expedientes del estudiante y profesor Julio Torri: dos personalidades que se tocan, pero también que se distancian en el devenir documental. Ahora mi librito tiene una deuda superveniente, pues no puedo eludir lo que encontré en aquellos documentos. Ángel Gilberto sentenció: tendrás que reescribir el libro. Probablemente así será en una segunda edición. Mientras eso ocurre, vale la pena trazar un boceto de ese joven que llegó a la Ciudad de México, matriculándose en la hegemónica Escuela Nacional de Jurisprudencia a finales de 1908.

El primer año, 1909, fue regular para el alumno. Debía adaptarse al ritmo citadino y soportar los rigores de las novatadas. Así lo recordó Alfonso Reyes, con motivo del fallecimiento del escritor colombiano José María Vargas Vila, en carta de mayo de 1933: “Fabio mío, yo te conocí escondido bajo una mesa de lectura, en la Biblioteca de la Escuela de Derecho, cuando cursábamos el primer año y tú llegabas apenas de Torreón. Unos cuantos muchachos, todos paisanos tuyos, te asediaban y te lanzaban libros a la cabeza, porque acababas de declararles, con un valor más fuerte que tú, que Vargas Vila era un escritor pésimo”.

La anécdota alude a la firmeza que como crítico literario ya tenía en esos años el estudiante norteño. También hay algo de un espíritu pedante y antipático. Mucha literatura y poco derecho, pues el resultado en sus materias fue de altibajos. Sin embargo, ya se asomaba su cariño por el derecho civil. Las calificaciones son las siguientes: principios de sociología, 3; primer curso de economía política, 2 ½, y primer curso de derecho civil, 4.

Varias cosas que intuía en Licenciado Torri, abogado desencantado se confirmaron; otras tantas, no. La fotografía de óvalo del joven Julio que contrasté con el viejo Torri, doctor en letras, allí estaba. Había otra más: Julio Torri, mucho más joven, con un bello facial que oscila entre el bozo y el bigote. Se trataba del “pase” para ingresar a la carrera de abogado en el que se hacía constar que había aprobado sus estudios preparatorios en la escuela Juan Antonio de la Fuente. Estos estudios los concluyó en diciembre de 1907. A diferencia de muchos otros aspirantes, que tenían que esperar varios años para ingresar a la escuela capitalina, el caso del joven coahuilense fue relativamente rápido.

¿Qué se sabe del estudiante Julio Torri en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, más allá de sus calificaciones y de lo que consta en actas? La parte conocida la sabemos de sobra: la formación del Ateneo de la Juventud, aquel grupo célebre que cambió la escena cultural y política del país y, acaso lo más significativo en lo que hoy se llaman “relaciones públicas”, su amistad con Alfonso Reyes, Jesús T. Acevedo, José Vasconcelos, Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña, entre otros, que se palpará en los archivos epistolares y en los nombramientos. Con el dominicano vivió en la misma casa de estudiantes. Trasnochaban leyendo a poetas y filósofos, como la Ética de Spinoza. El autor de De fusilamientos dirá que, mientras Pedro continuaba la lectura con otros, él se “encaminaba a la facultad a escuchar al maestro don Julio García o a don Victoriano Pimentel, insignes jurisperitos”. ¿Habrá sido así de responsable o se cubre una bohemia juvenil? ¿No es un poco forzada la grandilocuencia de “insignes jurisperitos”?

Torri no fue un jurisperito, de acuerdo con la cabalidad etimológica de la expresión; sin embargo, al recuperar el tema de la oralidad en los juicios para su tesis, rompió con la tradición aristocrática de una cultura letrada que impedía a pobres y analfabetos acceder a la justicia.

Esto lo coloca como un adelantado en la escena jurídica del momento. Hay un germen de derecho social antes de la Constitución de 1917 y una revitalización de la tradición humanista, sobre todo del sentido de defensa contra las injusticias que permeó en la oratoria forense durante muchos años.

No obstante, antes de llegar a licenciarse, en octubre de 1913, Julio Torri Máynez era un estudiante de derecho promedio y un escritor en ciernes. Aunque contaba con el apoyo de su padre, al igual que muchos estudiantes actuales, padeció por falta de dinero. Fue un alumno cumplido, pero no sobresaliente. Además, padecía de dolores estomacales que a veces impedían su asistencia a clases. En más de una ocasión, al no poder inscribirse personalmente porque se hallaba con su familia en Coahuila, dejaba un poder para sus amigos, entre ellos Reyes, con la siguiente instrucción: “Se sirva inscribirme en la Secretaría de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, como alumno numerario”.

Entre sus asistencias y faltas, registro de exámenes, informes de prácticas reglamentarias en juzgados y otras cuestiones administrativas, en el expediente se puede consultar el examen de la asignatura “curso práctico de casos selectos” del quinto año —último en el plan de estudios de la ley de 1907—, fechado el 28 de octubre de 1912 y en manuscrita. Se trata de un caso testamentario con su debida resolución. La nota es de tres y firma el licenciado Demetrio Sodi. Quienes ya leyeron Licenciado Torri, abogado desencantado advertirán que Sodi fue profesor de casos selectos. Queda entonces confirmado que, además, fue profesor del estudiante Torri; única materia registrada sin números de foja y libro en lo que hoy sería su certificado de estudios. Hay una leyenda que dice: “Acta respectiva”. Quizás sea la razón por la que el examen se encuentra en el expediente.

El licenciado Sodi no sólo fue su profesor; también fungió como presidente del sínodo de su examen profesional, donde “hubo mucha pedantería, socialismo y abrazos a propósito del juicio verbal”. En el oficio número 584 del día del examen se consigna que el acto inició con la lectura de “Breves consideraciones sobre el juicio verbal” y continuó con la solución del famoso caso práctico —que ahora sabemos fue sobre la liquidación de una sociedad mercantil—; “a continuación contestó el sustentante a las preguntas que sobre la tesis y resolución referidas le hicieron sus cinco examinadores, y éstos, después de debatir entre sí, reservada pero libremente, sobre los méritos y aptitudes del examinado, lo declararon por unanimidad de votos digno de recibir el título de abogado”.

Ahora sabemos que los “dos desconocidos” que menosprecia Torri en la carta en la que avisa a Reyes que ya se tituló son Carlos Vargas Galeana y Luis G. Labastida. ¿Eran advenedizos? El primero fue profesor de derecho civil y de derecho internacional privado; el segundo aprovechó la fama de su padre, autor de obras como La legislación de los bancos y La prescripción respecto de los bienes nacionalizados. Pedimento fiscal. Quizás con esta actitud el joven abogado reprocha que ni las figuras de la escuela ni estos profesores entendieron y valoraron los alcances de su trabajo. Espero, a más de 100 años, que yo no lo haya decepcionado.

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