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Biden Fénix II

“If it wasn’t clear before, it’s clear now: We are living through a battle for the soul of this nation.” – Bide

Esta es la segunda parte de mi análisis sobre los dos primeros años del gobierno del presidente Joe Biden. En la primera entrega (que usted puede leer aquí) adelanté que el prometedor arranque de la administración muy pronto se vio interrumpido por una avalancha de reveses, problemas y errores. Para empezar, la secta fascista en que se transformó el partido republicano, apoyada por su aparato mediático y por mercenarios conspiracionistas como Joe Rogan y Alex Jones, bombardeó a sus simpatizantes con desinformación contra las vacunas, politizando un tema de salud pública y frenando la exitosa campaña de inmunización en seco. Para cuando llegaron las nuevas y más contagiosas variantes del virus, EEUU ya se había convertido en el país desarrollado menos vacunado del mundo. Biden había cumplido con su deber de llevar al caballo al abrevadero pero no pudo obligarlo a beber. El recrudecimiento de la pandemia, provocado por la alianza entre las nuevas variantes y los antivacunas, se sumó a la espiral inflacionaria (un fenómeno global provocado por la pandemia) y a una desastrosa retirada de Afganistán (una decisión acertada pero trágica y quizá inevitablemente mal ejecutada) generando un profundo malestar en la población y provocando el desplome de los niveles de popularidad del presidente.

Y para rematar esta pesadillesca racha de calamidades, en diciembre de 2021, tras meses de tumultuosas negociaciones, el senador Joe Manchin (el miembro más conservador de la bancada demócrata y el voto decisivo en un senado dividido) apareció en Fox News para anunciar que no apoyaría la pieza más  ambiciosa de la agenda presidencial, un paquete para combatir el cambio climático y expandir considerablemente el Estado de bienestar. Con los republicanos encaminados, según todas las encuestas, a recuperar el congreso, la presidencia de Biden parecía haber llegado a un triste y prematuro final. Y durante los siguientes meses los medios bombardearon a sus audiencias con reportajes sensacionalistas sobre la inflación (sin jamás mencionar la tasa récord de desempleo) y con piezas histéricas que llamaban al presidente a no buscar la reelección. Para principios de 2022 parecía claro que Biden había fallado trágicamente y que la República  tenía los días contados.

En medio de esta tormenta doméstica, del otro lado del Atlántico, al tirano Vladimir Putin se le ocurrió la brillante idea de invadir Ucrania, detonando la crisis global más delicada de las últimas décadas y obligando al presidente a ejercer a fondo su rol de líder del mundo libre. Afortunadamente el liderazgo de Biden no es pirotécnico ni efectista. Que yo sepa jamás ha posado sin camisa para presumir sus pectorales de macho alfa lomo plateado, como el ridículo bufón ruso. Porque estamos hablando de un estadista serio y con toneladas de experiencia en asuntos internacionales, acumulada durante sus décadas al frente del poderoso Comité de Relaciones Exteriores del Senado, y en sus años como Vicepresidente. Justo lo que el mundo necesitaba en una coyuntura tan peligrosa.

Por eso no me extrañó la destreza con la que lidió con la crisis: informándole oportuna y pacientemente al país y al mundo sobre los desquiciados planes del tirano ruso. Contrarrestando la desinformación del Kremlin a través de la desclasificación de reportes de inteligencia espectacularmente precisos (una estrategia inédita y osada). Agotando todas las vías  diplomáticas y al mismo tiempo preparando un paquete de sanciones económicas inédito por su severidad y envergadura. Reconstruyendo a la OTAN a marchas forzadas tras cuatro pesadillescos años de corrosión trumpista, y manteniendo en sintonía a esa alianza enloquecedoramente diversa y plagada de vedettes veleidosas y con intereses encontrados, a quienes supo persuadir y delegarles tareas, dándoles tiempo para procesar la información y los eventos, y espacio para brillar frente a los reflectores. Y finalmente armando a Ucrania hasta los dientes, gradual y cautelosamente, con el pulso de un neurocirujano, para evitar escalar el conflicto y detonar una conflagración nuclear.

Confieso que nunca me sentí más agradecido por el resultado de la elección de 2020 que cuando Putin puso al mundo al borde del abismo, no quiero ni imaginar lo que habría sucedido si Trump, un troglodita descerebrado y con misteriosos nexos con el Kremlin, hubiera ganado. Seguramente Ucrania habría sido abandonada a su suerte, la alianza transatlántica estaría en ruinas, y las tinieblas habrían  descendido sobre el mundo. Por eso quiero aprovechar el magnífico desempeño del presidente en el tema ucraniano para tocar un asunto espinoso: su edad. Sobra decir que desprecio esa teoría de la conspiración promovida por la ultraderecha global  y que pinta a Biden, a base de videos editados y sacados de contexto, como una marioneta senil que no sabe ni en qué día vive. Pero hay mucha gente que, sin descender a esos niveles de deshonestidad y vileza, piensa sinceramente que el presidente está demasiado viejo para desempeñar su cargo.

Sí, Biden es el líder norteamericano más longevo de la historia, y reconozco que lo ideal hubiera sido que llegara al puesto en 2016. Además, es innegable que frente a las cámaras la figura del presidente transmite cierta fragilidad física, y que la edad ha empeorado su tartamudez, un trastorno con el que ha tenido que lidiar desde la infancia y al que logró imponerse para construir una exitosa carrera política. Pero a pesar de todo eso, tratar de descalificar a un líder solamente por su edad me parece ridículo y digno de la frivolidad de nuestra época. Porque el autoritarismo populista y fascistoide que recorre el mundo ha vuelto a poner de moda a los “hombres fuertes”, esos machos alfa caricaturescos que seducen a las masas con sus ridículos despliegues de virilidad impostada. Payasos supuestamente providenciales que siempre acaban exhibiéndose como pésimos gobernantes y peores administradores de Estados modernos.

Pero, angustiadas por los vertiginosos cambios tecnológicos y sociales que están transformando al mundo y azuzadas por maliciosos algoritmos, las masas han olvidado que ya no estamos en la Edad Media y que ya no necesitamos caudillos narcisistas e inseguros de su masculinidad para “defendernos”. Biden no tiene que montarse en un caballo y blandir su espada en una batalla, porque es el comandante en jefe de la fuerza militar más poderosa y sofisticada de la historia. Franklin Delano Roosevelt aplastó a Hitler y al imperio japonés postrado en una silla de ruedas, y nadie cuestionó su liderazgo a pesar de que estaba tan enfermo que murió antes de que acabara la guerra. Porque un líder moderno necesita habilidades y virtudes que no disminuyen con la edad, y quizá las más importantes de todas sean: poseer un sólido compás moral, saber rodearse de un buen equipo de colaboradores y tener la suficiente humildad y lucidez para dejarse asesorar por voces expertas. Y aunque no es un orador prodigioso como Obama, ni un cerebrito experto en diseñar políticas públicas, como Clinton, Biden es un operador político de peso completo que domina el arte del proceso legislativo como ningún presidente desde Lyndon Johnson.

Y fue precisamente ese dominio de las artes oscuras de la política lo que le permitió salvar su presidencia durante el histórico verano de 2022, y cosechar un legado de dimensiones históricas tras meses de negociaciones y disciplina estratégica. Pues sin importar qué suceda en los próximos años, Biden ya es el líder norteamericano más transformativo desde Lyndon Johnson. El columnista del Financial Times Edward Luce dio en el blanco al escribir que: “El anciano presidente de EEUU ya puede presumir un historial legislativo más sólido, en menos de dos años, que el que Obama y Bill Clinton lograron en ocho.” ¿Pero qué fue exactamente lo que logró Biden en estas vertiginosas semanas? Para empezar, resucitó la columna vertebral de su paquete más ambicioso, el mismo que el senador Joe Manchin había bloqueado durante el invierno. Y aunque una buena parte de la expansión del Estado de bienestar se perdió en las negociaciones, lo que terminó  aprobándose es un logro colosal, e incluye la mayor inversión en transición energética y cambio climático en la historia de la humanidad. Casi 500 mil millones de dólares que permitirán que EEUU lidere el esfuerzo global en contra de esta amenaza civilizatoria.

Y eso no es todo, pues el paquete también incluye la mayor expansión del acceso a la salud en más de una década, dota de capacidad de negociación a Medicare para reducir el precio de los medicamentos (un golpe inédito en contra de las grandes farmacéuticas), e impone un gasto máximo en salud que beneficiará a los adultos mayores. Todo esto financiado por un impuesto mínimo del 15% para las multinacionales que reporten ganancias de más de mil millones de dólares, y por el fortalecimiento de la autoridad tributaria para que pueda detectar y perseguir a los grandes evasores. Y mientras todo esto se negociaba en el más absoluto de los secretos, el presidente logró convencer a los Republicanos, en esta era de ultrapolarización, de ayudarlo a aprobar la ley CHIPS, que le permitirá al país producir semiconductores en su territorio y es básicamente la resurrección de la política industrial norteamericana, y la punta de lanza para ganarle el siglo XXI a China. Biden nos ha acostumbrado a cifras estratosféricas, pero los casi 300 mil millones contemplados en esta ley superan, ajustados por inflación, el presupuesto del programa Apolo que llevó al hombre a la Luna. 

Y eso no es todo porque, también contando con apoyo bipartidista, el presidente logró aprobar la primera ley de control de armas de fuego en casi tres décadas, y la mayor expansión del sistema de salud para veteranos en más de medio siglo. Y mientras rompía todos los récords con esa aplanadora legislativa, Biden encontró tiempo para eliminar al líder supremo de Al Qaeda, uno de los autores intelectuales del ataque terrorista contra las Torres Gemelas, con un golpe quirúrgico en el corazón de Kabul que pulverizó al terrorista sin causar daños colaterales. Y también se dio un break para consumar el ascenso a la OTAN de Suecia y Finlandia, las dos pequeñas potencias escandinavas que fortalecerán  significativamente a la alianza transatlántica. Y ya ebrio de éxitos, Biden se dio el lujo de condonarle buena parte de su deuda estudiantil a millones de jóvenes de clase trabajadora y clase media, en una transferencia de riqueza generacional que por primera vez benefició a los martirizados millennials. Y no puedo cerrar este largo recuento de los logros de Biden sin mencionar el ascenso de la primera mujer afroamericana a la Corte Suprema, y el hecho de que desde los tiempos de JFK ningún presidente había logrado confirmar a tantos jueces federales.

Sí, el viejo Sleepy Joe volvió a resurgir de las cenizas y a callar a sus críticos con un verano de ensueño en el que el panorama político mejoró considerablemente gracias a su avalancha de éxitos, al precio de la gasolina que ha caído en picada durante once semanas consecutivas, a los interminables problemas legales de Trump que cada día parece estar más cerca de enfrentar a la justicia, y al error garrafal que cometieron los fanáticos religiosos que se apoderaron de la Corte Suprema cuando decidieron despojar a la mitad de la población del derecho fundamental a decidir sobre su cuerpo. Los nubarrones que hace apenas unos meses presagiaban un aplastante triunfo del fascismo MAGA en las elecciones de noviembre se han disipado. Todo parece indicar que el partido del presidente mantendrá el Senado e incluso existe una pequeña posibilidad de que retenga la Cámara de Representantes, lo cual sería insólito, pues el partido que ocupa la Casa Blanca suele perder la Cámara siempre. No hay que olvidar que Obama y Clinton sufrieron derrotas devastadoras en las intermedias y a pesar de ello ambos terminaron reeligiéndose.

Así pues, se vale celebrar y saborear este dulcísimo momento, e incluso es sano unirse a las tropas virtuales de Dark Brandon, ese ingenioso meme que presenta a Biden como un genio maligno dotado de ojos láser, que no tolera la malarkey y que combate al fascismo MAGA jugando ajedrez de cincuenta dimensiones mientras devora helado. Un fenómeno viral cien por ciento orgánico que es lo mejor que le ha pasado a la red en años y que confirma el gran momento que está viviendo el presidente. Pero sería una locura cantar victoria. Los meses y los años que vienen serán tremendamente difíciles. La Reserva Federal ya anunció que seguirá aumentando las tasas de interés para tratar de controlar la inflación y esa amarga medicina podría precipitar la economía en una recesión. Ucrania está ganándole la guerra a Rusia pero viene un invierno muy complicado para Europa y Biden tendrá que mantener a la alianza occidental unida contra viento y marea. Y aunque las elecciones intermedias ya no serán el tsunami rojo anunciado hace unos meses, es muy probable que el fascismo MAGA se apodere de la Cámara de representantes y desde ahí se dedique a socavar la Républica y a desestabilizar al gobierno. E incluso si Trump termina en la cárcel o es despojado de sus derechos políticos, el Partido Republicano, que ha dejado de ser lo que fue para transformarse en una secta fascistoide,  seguramente lo reemplazará con un personaje tan o más peligroso.

En menos de dos años de gobierno, Biden construyó los sólidos cimientos que permitirán que el XXI sea el segundo siglo americano. China, al borde de un cataclismo demográfico y lastrada por el culto a la personalidad de un tiranuelo obtuso como Xi y por su dependencia alimentaria y energética, no tiene ningún chance frente al coloso norteamericano. Es por eso que a partir de este momento, y sin descuidar todo lo demás, la prioridad número uno de Biden será combatir sin cuartel al fascismo MAGA, ese enemigo interno que es el único que podría acabar con el entrañable experimento americano y con el orden liberal internacional. Y si eso llegara a pasar, el mundo entero descenderá a una era sumamente oscura y Estados Unidos dejará de ser Estados Unidos. Pues como dijo Abraham Lincoln: 

At what point then is the approach of danger to be expected? I answer, if it ever reach us, it must spring up amongst us. It cannot come from abroad. If destruction be our lot, we must ourselves be its author and finisher. As a nation of freemen, we must live through all time, or die by suicide.

A pesar de este luminoso verano, el panorama en el mediano plazo sigue siendo terriblemente sombrío, pero aún pienso que es un error garrafal apostar en contra de EEUU y de su curtido y obstinado líder…

Silvia Lozano y Fernando Villarreal

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