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Loyds: Merca y Derecho

En 2014, Loyds publicó Merca, su primera novela, en el prestigioso sello editorial Emecé. El autor argentino no tardó en ganar reconocimiento por su trabajo por retratar a una clase social olvidada por la literatura argentina actual, a la que él se refiere como la clase acomodada. Antes de ser escritor, Loyds se dedicó al Derecho penal. ¿Qué vínculo existe en su formación jurídica y su trabajo literario? ¿Hay puentes que se pueden tender entre una y otra disciplinas?

Loyds es escritor, guionista y comunicador. En 2014 publicó su primera novela, Merca, reeditada por Emecé. Fue compilador, editor y coautor de la antología Cuentos cuervos (Planeta, 2014). En 2020 escribió el guión de Merca (la serie). Actualmente dicta talleres de escritura creativa y coordina clubes de lectura. Su narrativa ha sido traducida y publicada en varios países. La mamá de Johnny (2021), su segunda novela, fue publicada recientemente por Emecé.


Del Derecho a la literatura

Si bien el Derecho es algo que dejé atrás, formó parte importante de mi vida. Las letras me apasionaban más que la abogacía. Desde chico siempre me gustó leer; después me animé a escribir algunas cosas. Mi padre fue universitario y siempre fomentó que sus hijos estudiáramos una carrera universitaria. Él era médico profesor de la Universidad de Buenos Aires, pero yo no tenía mucho estómago para la medicina; no era lo mío. Tampoco lo eran los números. Así que empecé a escribir. Lo más lógico es que eligiera una profesión que me obligara a leer y que tuviera que ver un poco con lo que yo hacía. Así elegí Derecho.

Estudié la licenciatura con una visión bastante idealista de la justicia y el Derecho, y como siempre fui una persona inquieta, lo que implicaba papeleo no me divertía, por lo que elegí el Derecho penal. Eentré a un juzgado de instrucción, un juzgado de primera instancia en Buenos Aires. Fui desde meritorio, trabajé gratis más de un año, hasta que me nombraron, y después hice toda la carrera judicial hasta ser secretario de un juzgado de primera instancia penal. Me recibí de abogado a los 24 años de edad y me fue muy bien. A los pocos años de ser secretario me ofrecieron a trabajar en un estudio penalista muuy conocido donde trabajé seis años. Hubo, entonces, un momento en el que la literatura comenzó a abrirse paso; empecé a escribir y a leer más, y, como una revelación, descubrí a los autores de mi generación. 

En algún momento comencé a publicar algunos cuentos y algunos poemas. Me empecé a entusiasmar con eso y entonces me di cuenta que me gustaba más que el Derecho. En esos días me dieron una beca para ir a Madrid a hacer una especie de posgrado/master en la Fundación Ortega y Gasset, asociada con la Universidad Complutense de Madrid. Allá me metí en una especie de bohemia literaria mientras estudiaba y comencé a realizar labores periodísticas en un medio latino que se llamaba Corte Latino creado por algunos dominicanos que me contrataron para crear la sección cultural. Para esa publicación entrevisté a muchos artistas latinoamericanos que iban a España: a Juan Luis Guerra, por ejemplo, y a Santiago Roncagliolo. Publicar me hacía sentir más feliz que ganar un juicio. Me resigné a percibir muchísimo menos dinero de lo que ganaba como abogado.

Los puentes entre el Derecho y la literatura

Como novelista, ser abogado me ha servido por dos cuestiones. Por un lado, la disciplina; por ejemplo, cuando tenía un deadline para presentar un escrito en un juzgado, esa experiencia la utilicé mucho en literatura: si me sentía un poco procrstinador me ponía el deadline de algún concurso literario que vencía un día determinado y ése era plazo que tenía para terminar lo que estaba escribiendo. Por otro lado, la puntuación. Me parece muy importante tener un marco de verosimilitud en lo que escribo, independientemente de que sea ciencia ficción o no; es un pacto que hago con los lectores, y mantenerme dentro para que lo que escribo no se salga nunca de su veracidad ni de su registro. Y eso es algo que hacía cuando presentaba un escrito para convencer de algo a un juez: tenía que ajustarme a las pruebas con las que contara. Lo que desarrollé en mi paso por el estudio jurídico me sirvió al momento de escribir, porque ambas actividades poseen puntos de contacto: transmitir ideas, hacer una estructura funcional, usar correctamente la gramática. Todo esto es lo mismo en un escrito judicial que en una novela.

El desarrollo de la clase acomodada argentina como una forma de justicia literaria

No sé si es justicia, pero me parece que es necesario hacer un retrato de la clase acomodada. Lo que pasó con el gran escritor argentino Roberto Arlt, por ejemplo, fue lo contrario de lo que sucedió con mi generación, porque en su época los escritores pertenecían a clases sociales más pudientes. Estamos hablando de la época de Borges y de las hermanas Ocampo, todos los que confluyeron en el famoso Grupo de Florida. En cambio, el caso Arlt fue lo contrario. Él empezó a contar sobre los márgenes y acerca de todo lo que no estaba dentro del marco. En el caso de mi generación pasó al revés: de alguna manera se escribía desde la clase marginal, desde las afueras de la ciudad de Buenos Aires —los suburbios son conocidos como el “conturbado buonerense”—. Había muchas historias que tenían que ver con la carencia. De repente me di cuenta de que había un espacio vacante que ya nadie estaba llenando: escribir sobre las clases acomodadas; con humor negro, pues no me tomo muy en serio a esa clase. Me pareció un invento esa clase europeizante que a veces padecemos los latinoamericanos: hay gente que se piensa europea cuando todos somos latinoamericanos. Es una actitud absurda. Eso me permitió jugar un poco con ese tema, con lo ridículo; por eso creo que mi literatura fue bien recibida, porque escribí acerca de lo que faltaba ahí.

Reitero, no sé si llamarlo acto de justicia; más bien era necesario para que se viera todo el espectro, pues también hay buenas historias en las clases acomodadas; no siempre tiene que ser una historia marginal para ser una buena historia, sino que en el seno de esas clases también tienen sus miserias, sus personajes y su glamour. Eso es lo que yo quería demostrar. 

Corrección política y literatura

Me parece que la corrección política empobrece al arte. Si yo quiero escribir la historia de un personaje que va en contra de todo lo que es políticamente correcto, un personaje ficticio, la disrupción o la transgresión de la corrección política pueden poner sobre la mesa cambios paradigmáticos; si, por el contrario, ajustamos el pensamiento y las acciones de un personaje de ficción a esta ola de corrección política moriríamos de aburrimiento. No tendríamos a Hannibal Lecter, por ejemplo, por decir uno entre muchos. Los villanos siempre son muy cautivantes en la literatura y en el cine: ¿qué sería de los villanos si pasamos la corrección política sobre ellos? Desaparecerían y el arte sería monocromático, una cosa muy aburrida.

La narración en primera persona y tu formación jurídica

Elías Neuman fue un jurista argentino muy reconocido que además escribió El patrón, un libro basado en un caso real sobre el empleado de un carnicero que asesinó a su jefe porque sus aberrantes prácticas lo llevaron a odiarlo al grado de que, en una especie de demencia temporal, cometió el crimen.

Zaffaroni y el libro de Elías fueron dos lecturas obligadas en la Facultad de Derecho. He leído a ambos autores con mucha devoción. Yo creo que nosotros somos un producto de las cosas que hemos leído. 

Mis personajes que hablan en primera persona tienen una actitud muy imperativa porque no aceptan mucha disidencia; son soberbios y cínicos, y eso les da una potencia narrativa de villanos que proviene, también, de la práctica del abogado que trata de convencer a un tribunal. Esa cosa imperativa del abogado que busca imponer su versión de los hechos de alguna manera puede haberse trasladado un poco a estos personajes a través de la voz en primera persona. 

El impacto de la literatura en el Derecho

No sé si mis obras —me parece que afirmar que mis obras puedan influir en el Derecho es un poco pretensioso de mi parte—, pero sí muchas obras literarias pueden tene un impacto importante en el Derecho. Más allá de que muchos abogados y escritores hemos abordado las mismas temáticas (en el género de la novela negra, por ejemplo), me acuerdo que cuando redactaba escritos jurídicos hacía referencias literarias; citaba El proceso de Kafka, por ejemplo, y eso los enriquecía y hacía más amena una cosa tan técnica. Hay fallos en los que podemos identificar referencias literarias. El mundo del Derecho está plagado de personas a quienes les gusta leer. 

Ambas disciplinas están enteramente vinculadas; por algo hay muchos más escritores que eran abogados, que escritores que eran matemáticos o ingenieros, y creo que eso tiene que ver con sentarse a leer, básicamente. 

Una distinción entre el Derecho y la literatura es que es un poco más fácil que viaje un libro que un criterio jurídico, como aplicar una jurisprudencia de la Corte Suprema argentina en algún tribunal mexicano. Lo que tiene la literatura es que se puede leer en todos lados.


A propósito de este artículo, Manuel J. Carreón realizó una reseña de la obra de Loyds, Merca, que podría interesarte:

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