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Fer Bustos: Cine, derecho y filosofía pop

El filósofo Fer Bustos explora la influencia predominante de la vista en la sociedad actual, cuestionando la confianza implícita en las imágenes en un mundo saturado de pantallas y simulaciones. Asimismo, aborda temas como la representación del derecho y la justicia en el cine y la influencia de la pedagogía del deseo implícita en éste. Este diálogo hace una invitación a repensar la interacción entre la abogacía y la sociedad en la era de la información.


Fer Bustos es licenciado y maestro en Filosofía por la Universidad Veracruzana y doctorante por la Universidad Iberoamericana. Se ha desempeñado como crítico de la cultura y de cine, como docente universitario y columnista de opinión en The Washington Post. Es autor del libro Office as a Tribe. Sobre el futuro (más humano) de las oficinas (Arkhé, Sexto Piso, 2022). Puedes leer más sobre el trabajo de Fer Bustos aquí.


Anon (Andrew Niccol, 2018) es una película situada en un futuro distópico en el que los ojos humanos son regulados por una máquina. El mundo se presenta interpretado; no hay cabida a la interrogación. Uno de los personajes afirma: “Hay que creerle a nuestros ojos, o el sistema no funciona”… En un mundo en el que la imagen nos avasalla, en el que proliferan las fake news y los deepfakes, en esta era de la posverdad, ¿podemos creerles a nuestros ojos? ¿Cómo sitúas tu actividad como filósofo en este contexto?

Fer Bustos – Esa es una pregunta muy interesante. Me detonó muchas ideas. Somos, principalmente, una sociedad ocularcentrista, es decir que para nosotros el sentido de la vista está en el centro. No el oído, ni el olfato, ni el tacto, ni el gusto. Imaginemos la dificultad que tienen las personas invidentes para moverse en este mundo que hoy en día funciona, principalmente, a través de pantallas.

La vista es el centro de todas las cosas, prácticamente casi desde Aristóteles, porque es el sentido que nos proporciona mayor conocimiento del mundo de manera más rápida, a diferencia del resto de los sentidos. Así es también como la vista comienza a convertirse en un portador de verdad (imaginemos expresiones como “ver para creer” o memes como el del perrito asustado). El punto medular de esto es que confiamos excesivamente en nuestros ojos.

En la actualidad nos enfrentamos a un mundo simulado. Vivimos en la era de la pantalla global, en la era de las mil pantallas, según Lipovetsky y José Luis Brea, quienes utilizan diferentes conceptos para definir este momento que vivimos, caracterizado porque nos enteramos de la realidad, en buena medida, a través de las pantallas y de las imágenes que se proyectan en su superficie. 

El problema es que ya no podemos confiar completamente en las imágenes que vemos. En este sentido, se vuelve necesario desconfiar un poco de la vista. Como consecuencia de toda la simulación y de todo lo que se crea con inteligencias artificiales, tendremos que apelar a la razón; ya no podemos confiar ciegamente en lo que nos dicen los sentidos, sino que siempre debemos ser críticos frente a lo que se nos presenta.

Cuando vivimos en un momento en el que no podemos confiar genuinamente en las cosas que estamos viendo, tenemos que hacer hincapié en la necesidad de crear un órgano que analice lo que vemos para evitar creer en la simulación. 

Richard Rorty dijo alguna vez que “hacer filosofía es rascarse donde no pica”. ¿Qué opinas?, ¿qué es hacer filosofía en este contexto y qué tiene que ver lo pop en todo esto?

Fer Bustos – Muchas personas piensan que la filosofía se hace desde donde no pica; es decir, que se elabora pensando sólo en abstracciones sobre cosas que no nos acontecen. Por mucho tiempo así fue: especulativa. Sin embargo, la realidad nos ha alcanzado y nos ha rebasado en relación con el pensamiento filosófico. La filosofía ya no reflexiona únicamente en torno de las cosas que no nos pican, sino también acerca de lo que nos pica y lo que nos aqueja en este momento. Tener conciencia de que algo nos está picando no significa que tengamos herramientas para combatirlo críticamente. En este sentido, en la actualidad la filosofía trata de encontrar y dar respuestas a lo que acontece a nuestro alrededor, y por eso es más necesaria que en otros momentos históricos en los que solamente se especulaba. Con esto me refiero no a la filosofía excesivamente abstracta y académica sino a la filosofía de calle, a la cotidiana.

La cultura popular representa a la criminalidad fuera de los márgenes. Pienso, por ejemplo, en la novela Oliver Twist, de Mark Twain, en la que los niños huérfanos y pobres van a la ciudad a robar las carteras a los transeúntes. ¿Qué opinas sobre este vínculo entre criminalidad y marginación? 

Fer Bustos – Ese es un tema delicado. Nuestra sociedad puede perdonar muchas cosas, excepto ser pobre. Constantemente, en el discurso se castiga a la pobreza. Esta racionalidad nos obliga a pensar la marginalidad como una condición necesaria para la delincuencia. Es un falso estigma. La realidad es que delinque cualquier tipo de persona, no exclusivamente la que es pobre, por ejemplo. Hay mucha gente rica que comete delitos, pero a ésta no se le persigue porque al parecer el aura de riqueza automáticamente vuelve buenas a las personas.

La falta de oportunidades y las carencias económicas pueden orillar a las personas a delinquir, pero eso necesariamente no es un detonante.

Muchas veces la criminalidad y la marginación hacen las veces de carta de presentación de un país. Al respecto, hay una película que se titula Memorias del subdesarrollo que hace alusión a las condiciones necesarias para alcanzar el desarrollo de un país subdesarrollado: trabajo y sacrificios muy intensos por parte de la comunidad. En este sentido, ¿podría decirse que la condición social refleja al individuo o es el individuo el que refleja a la sociedad?

Fer Bustos – Ese fenómeno más bien es correlacional. Desde el momento en que uno nace ya pertenece a la sociedad, pues ésta lo antecede. Uno nace en esa red en la que es arropado, en la que es educado y la que lo va moldeando a uno. Es esa sujeción la que establece los elementos que construyen nuestra identidad y nuestra individualidad. En este sentido, el individuo es reflejo de la sociedad que habita. Ahora, como individuos, como sujetos críticos, pensantes, que somos, también podemos rechazar las reglas del entorno, los condicionamientos sociales y las tradiciones: podemos dejar de repetir patrones. Desde esta perspectiva, el individuo deja de ser reflejo de su sociedad.

En la película Bag of Bones, basada en la novela homónima de Stephen King, una escena ilustra la compleja relación entre quienes se dedican a las artes y quienes se dedican al derecho: Mike Noonan (Pierce Brosnan), tras el fallecimiento de su esposa, se enfrenta a un abogado que se encarga de litigar la custodia de uno de los personajes del largometraje. Desde la forma en que se construye el personaje del abogado, el modo tan frío con el que se dirige a las demás personas y se acerca a los problemas que tiene que resolver, genera rechazo total por parte del espectador hacia él, y es Noonan quien tiene que expresar la insensibilidad del abogado y protegerse de él, antes que sentirse protegido. ¿Qué tienen quienes se dedican a las artes del humanismo que no tienen quienes se dedican a la abogacía?

Fer Bustos – Esta escena de esa película es muy interesante. Me hizo pensar en la imagen, que ya está más incrustada en el imaginario colectivo, presentada como meme a por medio de una escena de Los Simpson cuando se cuestionan cómo sería un mundo sin abogados e imaginan a todas las personas felices. En ese sentido, yo formularía la siguiente pregunta: ¿cómo es un abogado en la realidad? Y lo hago como una persona ajena al mundo de quienes se dedican al derecho. ¿Cómo luce en el día a día una persona que se dedica al derecho en México? Tenemos muchas imágenes en el imaginario colectivo acerca de lo que es un abogado, pero la mayoría se deriva del cine estadounidense.

Recuerdo que en algún momento de mi niñez deseaba ser abogado. Me gustaba dialogar y discutir acerca de las películas que veía, como Cuestión de honor, pero lo que proyectan esos filmes, ¿refleja fielmente cómo son los abogados?, ¿así se ven en la realidad? El oficio de abogado es como nos lo ha enseñado Estados Unidos. Otro ejemplo es el de Saul Goodman, de la serie Breaking Bad, un abogado que conoce más o menos los caminos para conseguir sus objetivos esquivando las leyes para salirse con la suya, pero a quien al final de cuentas lo que le interesa es obtener dinero.

En buena medida estamos condicionados por una imagen que nos ha legado el cine estadounidense. No obstante, tenemos que cuestionar el oficio del abogado, porque muchas veces de ahí procede el temor de la ciudadanía de contratar a un litigante cuando tiene algún problema, pues enseguida le invaden pensamientos como “Fuck, voy a gastar un montón de dinero, porque no basta con contratar a alguien que conozca las leyes, sino que, además, sea capaz de hacer lo que tiene que hacer con tal de ganar un caso a como dé lugar”, porque tampoco hay mucha confianza en la justicia.

Necesitamos hacer un análisis acerca de qué significa para una persona de a pie, un ciudadano cualquiera, la figura del abogado. Creo que esto tiene que ver con la idea que tenemos de qué y cómo debería comportarse un abogado.

Tanto el artista como el abogado, a final de cuentas, se relacionan con la esencia humana. El artista, mediante su obra, trata de hacer una interpretación de la realidad, siempre atravesada por el sentimiento. El sentimiento influye en la forma en que uno percibe el mundo. El abogado también trata con ciertas dolencias o problemáticas que atraviesan al ser humano; sin embargo, éste lo hace atravesado por todas las construcciones que nos proporcionan diferentes narrativas sobre el oficio de la abogacía. Pareciera ser que de pronto el abogado trabaja de una forma quirúrgica, en el sentido de que simplemente lo hace en términos operarios, de rutas y de lógicas que hay que seguir escrupulosamente; si bien trata con dolencias humanas, si uno pone la propia pareciera que no puede operar, y por ende debe ser frío mentalmente. En el derecho tenemos que buscar a alguien que sea calculador para negociar y moverse. Hay muchas figuras en el gremio que abordan temas escabrosos como los feminicidios, figuras que sirven para alimentar los imaginarios de la frialdad con la que se puede operar en esta rama del saber.

Tocaste el tema de la perversidad del cine. En ese sentido, ¿qué nos está enseñando respecto de la justicia? 

Fer Bustos – Pensemos en la vida en el interior de una escuela. Por ejemplo, en High School Musical o en Vaselina, donde las aspiraciones de los personajes se vuelvan nuestras en el entorno de la escuela. Creemos falsamente que ser el güey o la morra más cool en el colegio es lo mejor. Lo mismo pasa en el campo del Derecho. El cine nos ha enseñado que ser abogado implica seguir el modelo de Harvey Specter, porque tiene todo el dinero que quiere y hace lo que sea con tal de ganar. (Es clásica la escena de Suits en que Harvey, poniendo una mano a cierta altura, exclama: “Life is this”, y colocando la otra a una altura superior, concluye: “I want this”.) Otro personaje de la serie, Mike Ross, siempre se tienta el corazón cuando litiga y por eso pierde sus casos.

Es muy interesante que las imágenes y los montajes en el cine representen cierta realidad, necesariamente sesgada, que conocemos a partir de la vista. ¿Podría conocerse el Derecho, por parte de quien no es jurista y no se dedica a la profesión, a través de la experiencia?

Fer Bustos – Vale la pena entender que lo que vemos en el cine es una ficción que responde al pensamiento particular de alguien y que en muchas ocasiones puede ser su fantasía. Hay un ensayo famosísimo de Laura Mulvey, que se publicó en la década de 1970, titulado “Placer visual y cine narrativo”; se trata de un análisis de las películas desde la perspectiva del psicoanálisis, por medio del cual detecta cómo las mujeres aparecen representadas en el cine, cumpliendo un propósito erótico no sólo en relación con el protagonista de la película, sino también respecto del espectador, y concluye que eso corresponde a la fantasía de alguien, principalmente a la fantasía de algunos hombres blancos. Un ejemplo es “la chica Bond”. Laura Mulvey afirmaba que llevaba mucho tiempo analizando la fantasía desde un solo punto de vista y que en el momento en que la estudiaba desde otra perspectiva le parecía fresca y novedosa. Las fantasías femeninas no habían tenido ese escaparate, esa pantalla, esa presencia mediática, para ser comunicadas al mundo y siguen faltando lugares para representarlas.

En este sentido, el cine puede cumplir un propósito ideológico y ser confeccionado de esa forma. Quizá uno de los mejores momentos en que se concibió de mejor manera esta idea fue durante el Tercer Reich, cuando el cine fue utilizado como medio de propaganda, como ha ocurrido en Estados Unidos. Tenemos que ser conscientes de eso, simplemente para ser críticos y no comprar lo que estamos viendo como si fuera la realidad. Esto no es nuevo. Ya lo decía Walter Benjamin: somos espectadores distraídos.

Pienso mucho en el ejercicio que realiza Adrián Chávez, un lingüista que aborda temas complejos en las plataformas digitales. Él afirma que somos seres lingüísticos, informados y conformados a través del lenguaje, y, en consecuencia, no podemos ser sin el lenguaje. Lo que hace Adrián es una muestra de que en realidad a la gente sí le interesan ese tipo de cosas. El problema es que a veces no encontramos el punto de partida para poder comunicar nuestro mensaje. Adrián ha encontrado una excelente fórmula para abordar casos muy concretos de la experiencia real y hablar de algo que es un poco más complejo. En este sentido, yo sí creo que podemos tomar muchas cosas de la experiencia.

Lo queramos o no, habitamos un mundo en el que es necesaria la reflexión filosófica, aunque no lo creamos así, pues ese ejercicio podría ayudarnos a dar sentido a las cosas o a informarnos, por lo menos para no ser ingenuos. Y lo mismo creo en relación con el derecho: se puede partir de la experiencia de casos concretos para acercar a la gente al derecho.

Ahora que mencionas cómo el Tercer Reich utilizó el cine para hacer propaganda política pienso que podría ser un instrumento pedagógico. ¿Tiene una funcionalidad pedagógica hacer filosofía pop? ¿Hay tal cosa como un derecho pop? Si es así, ¿en qué consiste?

Fer Bustos – El cine también tiene la capacidad de educar; es una maquinita de deseos en el sentido de que nos enseña a desear. Y ahí actúa la pedagogía. A esto yo lo llamo pedagogía del deseo. Julio Cabrera, un filósofo argentino, asegura que el cine trabaja con conceptos distintos a los cotidianos. Acuñó el término concepto imagen para referirse a que en el cine la palabra está acompañada por una imagen; según él, lo que se presenta en el cine es la logopatía, con lo cual quiere decir que hay de por medio logos, razón, pero también pathos, sentimiento: la imagen mezclada con el concepto transmite sentimientos. Los olvidados, de Luis Buñuel, por ejemplo, aborda el tema de la pobreza en México. La película transmite conceptos relacionados, pero también permite conocer la pobreza en términos emocionales.

Ahora, en relación con el derecho pop, responderé haciendo un paralelismo con base en lo que entiendo cuando hago filosofía pop. Mi intención es que la gente entienda que la filosofía puede ayudarnos a ser buenas personas porque nos ofrece una mejor comprensión del momento que estamos viviendo y de su contexto. La filosofía nos ayuda a tener un rendimiento epistémico óptimo frente a la vida. Eso es lo que quiero transmitir: una invitación; lo que yo comparto en mis videos no es el pensamiento filosófico complejo de Descartes, ni de Žižek, ni de Judith Butler. Mi único propósito es detonar interés y curiosidad y acabar con la idea de que la filosofía es una práctica de la Antigüedad. Y si mi mensaje tiene impacto, aunque sea en una sola persona, lo consideraré un triunfo. Por eso le puse pop a mi trabajo, porque implica hacer filosofía desde el ámbito cotidiano para todas las personas. 

En consecuencia, también creo que podría haber una suerte de derecho pop: el ejercicio de divulgación de un derecho cotidiano y práctico que facilite su acceso a las personas en la vida cotidiana.

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