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Las señoritas Vivanco, simpáticas delincuentes

Jaime Vázquez nos invita a ver Las señoritas Vivanco, víctimas de la Revolución que vivían de los bienes de otros.


Una tarde calurosa, frente al sereno mar campechano, con su café caliente sobre la mesa, Juan de la Cabada contó de otro lejano día, quizá en París, cuando escribió en una servilleta la semilla del relato sobre dos ancianas que robaban y guardaban lo hurtado en un baúl. Elena Garro, quien estaba con Juan en París, le recordó años después los viejos apuntes que podrían convertirse en argumento para cine. 

En abril de 1958 comenzó el rodaje de Las señoritas Vivanco, estrenada en 1959 en el Cine Alameda. La película, según los títulos iniciales, es un “homenaje que el cine mexicano rinde a sus dos eminentes actrices”, las abuelitas por antonomasia de nuestro cine: Sara García y Prudencia Grifell. Las actrices ya habían actuado juntas en La tercera palabra (1955) de Julián Soler.

El argumento de Las señoritas Vivanco es de Elena Garro y de Juan de la Cabada, adaptado por Mauricio de la Serna y por la escritora tabasqueña Josefina Vicens. 

Hortensia y Teresa Vivanco y de la Vega, porfiristas en desgracia por los estragos causados por la Revolución, viven en Guanajuato. Su hermano fallecido dilapidó la herencia familiar, hipotecó la casa y dejó a las “solteronas” en situación precaria. En esas circunstancias, tienen que hacerse cargo de la recién nacida hija del hermano. Las hermanas “enfrentaban los difíciles tiempos revolucionarios con robos inusitados en personajes tan dulces y candorosos”, escribió Emilio García Riera. 

Para ocultar sus robos inventan la existencia de Ernestito, un sobrino acaudalado que les da dinero para el mantenimiento y la educación de la niña.

La anécdota, basada en un caso real, como afirmaba Juan de la Cabada, recuerda de lejos a las tías Brewster, las asesinas simpáticas que Frank Capra tomó del teatro para Arsénico y encaje (1944).

La película fue un éxito y Mauricio de la Serna, basándose en los personajes de Elena Garro y de Juan de la Cabada, escribió, junto con Josefina Vicens, El proceso de las señoritas Vivanco (1959), continuación de las aventuras de las hermanas que ponen de cabeza a ley y cometen timos que llegan al corazón del público.

El proceso de las señoritas Vivanco comienza donde terminó la primera parte de la historia: el arresto de las hermanas. Ahora tienen que enfrentar la cárcel, el juicio, la ley. Convierten a las compañeras de prisión en aliadas, y al detective que las arresta (Manolo Fábregas) en Ernestito y cómplice de su empeño por convencer a todos de su inocencia. Las Vivanco asumen su defensa. El final feliz es predecible. Por ningún motivo las “abuelitas del cine mexicano” no podían ser culpables. 

Con sus concesiones y su mirada complaciente las películas reunieron a dos grandes actrices: Sara García y Prudencia Grifell, y a dos escritoras fundamentales: Elena Garro y Josefina Vicens. Mujeres en plena actividad creativa.

Con el candor de las Vivanco, el cine creó en el imaginario colectivo una versión de la pícara bondad, la inocente culpabilidad, el delito permitido, la justicia que cierra los ojos ante las simpáticas delincuentes.

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