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Natalia Velilla: Una magistrada best seller

En 2021 la magistrada española Natalia Velilla publicó “Así funciona la justicia. Verdades y mentiras en la Justicia española”. La edición se agotó rápidamente y Arpa editorial tuvo que reimprimirlo para poder enviar ejemplares a lectores de todo el mundo. Si bien el libro fue redactado a la luz del sistema de justicia español, muchas de las situaciones abordadas por la autora son de carácter universal. Platicamos con ella acerca de su libro.


Natalia Velilla Antolín nació en Madrid. Es magistrada, licenciada en Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Pontificia de Comillas y máster universitario en Derecho de Familia. En 2001 aprobó por turno libre la oposición de jueces y fiscales. Ha desarrollado su actividad profesional en diversos juzgados de Madrid y Alicante, incluyendo un periodo como letrada del Gabinete Técnico de la Sala Civil del Tribunal Supremo. Ha publicado artículos de opinión en periódicos españoles como El Confidencial, Vozpópuli, El Español y Expansión. Escribe sobre arte y derecho en Lawyerpress en la columna «Arte Puñetero». Fue elegida Mujer Jurista 2019 por los lectores de esta última publicación. Fuente: Arpa editorial.


Usted escribió un libro de divulgación en el que hace un importante esfuerzo por humanizar, es decir, desidealizar la figura de los jueces y las juezas en España. A esto quiero volver más adelante, pero me parece un punto importante destacarlo en primer lugar. Me llama mucho la atención que el proceso de oposición por el que se obtiene la plaza de juez y de fiscal en España es muy parecido al procedimiento para que alguien pueda ser notario en la Ciudad de México. Son exámenes inusuales, y nadie más, para ningún otro cargo, tiene que someterse a ellos. ¿A qué se debe tal complejidad?

Natalia Velilla – En España, a la mayor parte de las profesiones jurídicas estatales o públicas se accede de la misma manera. Aquí también los notarios pasan un examen como el de la oposición de juez, pero también sucede con los abogados del Estado, los fiscales y los funcionarios de la administración tributaria.

El sistema que se escogió es antiguo, anterior incluso a la Constitución española. Tiene una parte positiva y una parte negativa, como todo en la vida. La positiva es que de esta manera se elimina cualquier sesgo de elección; es algo muy objetivo. Hay un temario y una serie de disciplinas que se tienen que estudiar, y luego se revisa el examen delante de un tribunal; no hay subjetividad. No hay diferencias sociales ni diferencias de universidades en las que se haya estudiado, ni nada. Simplemente se requiere la aprobación del examen. Eso es bueno porque cualquier persona que se esfuerza puede llegar a ser juez o notario o registrador de la propiedad o abogado del Estado. 

Hay un momento en la narración de su experiencia en la que habla de la soledad de los jueces en España. Explica que la profesión es solitaria y que eso deriva en ciertos individualismos en sus vidas personales. ¿Puede ese individualismo, derivado de la soledad del juez, afectar su quehacer como trabajadora operadora de un sistema de justicia en el que se requiere trabajo en equipo?

Natalia Velilla – Indudablemente sí. Yo creo que es cuestión de cada profesional esforzarse por no dejarse avasallar o dejarse llevar por esa soledad. Es cierto que el trabajo del juez, que yo creo que es igual en todo el mundo, es un trabajo en el que —salvo que sea un tribunal colegiado— lo normal es que uno tenga que tomar la decisión última. No se consulta a los demás qué es lo que creen que uno debe de decidir, sino que al final lo que te dicen las partes y los abogados son los ingredientes con los que uno tiene que hacer la receta de la resolución judicial que tiene que dictar. Y eso se hace en soledad.

Hay algunas decisiones muy duras de tomar cuando afectan a la persona, desde el punto de vista de su libertad o de su patrimonio, pues pesa, pesa moralmente, como persona que eres, el tener que cercenar a alguien sus Derechos o el tener que limitar su esfera personal. 

Es obligación de quienes trabajamos en esto no dejarnos llevar por este individualismo hasta el punto de que efectivamente tenga alguna deriva negativa. Este individualismo puede llegar a ser impermeable a novedades, a cambios sociales o incluso a otras maneras de ver las cosas. Uno puede ser individualista, meterse a una especie de rueda en la que trabaja y trabaja y no se da cuenta de que el mundo cambia, de que hay otras personas que trabajan de otra manera diferente y también lo hacen bien. Ese es un reto que tenemos que afrontar para ser buenos profesionales. No basta con estar formado técnicamente y dedicarse a la profesión, sino también estar abierto al mundo; ese individualismo hay que tratar de controlarlo.

El Derecho, afirma usted, no arregla la vida de las personas. ¿Qué objeto tiene el Derecho?

Natalia Velilla – No afecta a las personas porque realmente no construye algo que no exista; es decir, si alguien tiene una dificultad económica o un problema de salud, por ejemplo, no se va a dejar a esa persona mejor de lo que estaba: va a seguir teniendo su enfermedad mental; o si alguien tiene pocos recursos económicos, no va a tener más recursos económicos, aunque se le dé la razón. Yo creo que el Derecho que ejercemos en los tribunales es una esfera limitada de la sociedad.

La función del Derecho es regular la vida, impedir la justicia privada o que los poderosos se impongan a los débiles en cuestiones como poderío económico, clase social o cualquier otra situación de privilegio. El Derecho sirve para mantener la paz, para establecer el híbrido entre los distintos poderes, entre las distintas fuerzas que tratan de desgarrar a la sociedad, unas legítimas y otras no legítimas. 

Hay que entender cuál es el papel de los jueces en este engranaje, pues no somos superiores a nadie, tenemos un papel limitado y es el que debemos cumplir.

Natalia Velilla

El Derecho está limitado en el sentido de que, más allá de lo que hagamos en los tribunales de justicia, tiene que haber un apoyo social detrás, como la educación, porque si no conseguimos que la gente comprenda que las cosas se hacen de determinada manera, vamos a tener siempre el mismo tipo de delitos, vamos a tener siempre el mismo tipo de comportamientos y vamos a ser un fracaso social.

Natalia, tu libro me generó añoranza: para ser notario seguí un proceso de preparación similar al que tú narras; pero también me generó envidia: ya quisiéramos que los funcionarios judiciales en México accedieran a la justicia con ese rigor que hay en España. ¿Qué tan complejo es para una mujer casada asumir un reto de esta naturaleza? 

Natalia Velilla – Mi situación no es la habitual. Normalmente las personas que hacen una carrera judicial, tanto mujeres como hombres, suelen estudiar antes de formar una familia. Cuando uno acaba la carrera de Derecho, las personas suelen ponerse a estudiar inmediatamente después. Normalmente no te casas y te pones a opositar; lo mío fue una cosa excepcional, una cosa distinta porque estuve trabajando primero. 

Estuve estudiando más tiempo la universidad porque estudié dos licenciaturas; entonces tardé más. Luego trabajé en el sector privado, y ya mayor tenía ganas de casarme; tuve a mis hijos más tarde. No tiene demasiado mérito o no hay demasiada diferencia entre preparar la oposición soltera o casada si realmente no se tienen hijos en ninguno de los dos casos, porque al final lo que limita más es cuidar niños, no tener un hogar con una persona con la que compartes. Entonces, realmente no me sentí limitada. Además, mi caso fue liberado porque no tuve que estar estudiando en mi casa con mis padres y mis hermanas; de esta manera estaba más solitaria y pude estudiar mejor. 

Aparte de que en España, que me imagino que esto es una tendencia mundial, cada vez hay más mujeres que hacen una carrera judicial, actualmente hay más mujeres que hombres dentro de la carrera judicial; por lo que es un trabajo cómodo, accesible a las mujeres.

Cuando tu hijo te dijo que quería estudiar Derecho, no surgió en ti la típica pregunta de Eduardo J. Couture: ¿vale la pena recomendar nuestra carrera?

Natalia Velilla – Yo creo que el Derecho es una carrera que siempre va a ser necesaria. Por mucho que cambie el mundo el Derecho siempre va a existir; va a haber siempre alguien que tenga que regular las relaciones humanas, que cada vez son más complejas, más distintas. El Derecho tendrá que evolucionar, como ha evolucionado la sociedad, y cosas que estudiamos tú y yo cuando éramos jóvenes, a lo mejor ya no son tan importantes y a lo mejor no le dimos importancia a cosas que ya son importantes; pero eso se llama evolucionar. Es una carrera que nunca va a pasar a la historia, por lo que es siempre una buena elección.

Después de reflexionar críticamente en tu libro sobre el uso político de las leyes, las reformas que se hacen a éstas por parte de los políticos, las lagunas que no ayudan a resolver problemas sociales, la forma en que la labor jurisdiccional, incluida la impartición de justicia, está sujeta a normas legales que impactan la justicia (legal, no personal), ¿podríamos pensar que el verdadero juez es el legislador al establecer qué es lo justo para cada conducta en la legislación penal? ¿No serían los jueces, en esto que escribes, “simples aplicadores de esta justicia”?

Natalia Velilla – Obviamente quien decide cuál es la política legislativa es el legislador y así tiene que ser. De otra manera, nos encontraríamos en un sistema en el que individuos sin ningún tipo de orden, que son los jueces, deciden en cada caso concreto qué es lo justo y qué es lo injusto y volveríamos un poco a la justicia de Salomón, es decir, a una justicia ya superada en uno de los Estados democráticos desde la Constitución francesa de 1789, donde se estableció la división de poderes como fundamental para la existencia de un Estado democrático. El legislador, que no deja de ser la voz del pueblo, al fin y al cabo, es elegido en España cada cuatro años. Las elecciones son cada cuatro años para que el pueblo decida quiénes son sus representantes y que esos representantes lleven a efecto lo que el pueblo les pide. En cada momento histórico se necesitan leyes distintas. Claro que es el legislador quien decide qué es lo justo o lo injusto.

El juez es el aplicador de la ley. Lo que sucede es que no existe ninguna ley lo suficientemente completa para que se aplique como si fuese por medio de inteligencia artificial; es decir, tengo este hecho, tengo esta consecuencia jurídica. Algunos casos muy sencillos son así, pero la inmensa mayoría de los que nos encontramos tienen muchos matices, y enfrentan muchas circunstancias que no habían pasado ni por la imaginación del legislador cuando dictó la ley. La labor interpretativa de la ley del juez es amplia, pues es también un corrector de los excesos de aplicación rigorista o rigurosa de la ley. 

Al final siempre hay cierto margen de interpretación para que el juez pueda adecuar las circunstancias; por eso se hace por seres humanos y no por máquinas. Sí somos aplicadores de la ley, pero a través de una labor interpretativa para adecuarla. Muchísimas veces, al menos aquí en España, se ha dado la circunstancia de que algunas realidades sociales no han sido reguladas legislativamente porque no convendría hacerlo desde el punto de vista político, y algunas sentencias han acabado apoyando un cambio legislativo; por ejemplo, cuando en España, en 2006, se dictó la primera sentencia en el Tribunal Supremo admitiendo el cambio de sexo de una persona sin necesidad de una intervención quirúrgica, posteriormente vino la modificación legislativa que ya no exigía que para cambiar de sexo hubiese una adecuación, digamos biológica, a la del registro civil. 

El Derecho está limitado en el sentido de que, más allá de lo que hagamos en los tribunales de justicia, tiene que haber un apoyo social detrás, como la educación.

Natalia Velilla

Existe un artículo en el Código Civil español que establece que las leyes han de ser interpretadas conforme a la realidad social del momento en que son aplicadas, por si existe un escalón entre la realidad social y lo que dice el legislador: existe una parte interpretativa a la que está forjado el juez a través de este artículo que digo, que permite adecuar; pero también hay que advertir que el juez no puede extralimitarse  más allá de lo imprescindible, porque si no se estaría robando una función que no le corresponde, que es la del legislador, igual que el legislador no debe tampoco inmiscuirse en otras funciones que no son propias del Poder Legislativo. 

Ilustras cada afirmación que haces en tu libro con fragmentos de tu experiencia, con lo que has encontrado en tu trayectoria profesional y como estudiante. Una persona que lee experiencias individualizadas, más allá de las meras afirmaciones abstractas, genera empatía. En tu texto me parece que intentas reivindicar la visión sobre los operadores del sistema judicial. ¿Consideras que tu libro es una denuncia, una exigencia, una forma de activismo?

Natalia Velilla – Creo que sí, que es una forma de activismo; realmente creo que es un libro sincero. Todo lo que ahí digo, lo siento, lo pienso. Sí es un activismo. España no es muy diferente a México: los ciudadanos no comprenden la justicia, tienen la idea del juez que está al margen de ellos, que es una persona que vive en un universo paralelo, que no siente ni padece, que su vida es muy fácil o que pertence a la élite, por así decirlo.

Lo que he tratado de demostrar es la realidad: los jueces somos personas, somos padres, madres, esposas, amigos, salimos a bailar, a ver futbol. Hay quienes son del Real Madrid y quienes son del Atlético de Madrid; hay gente a la que le gustan los toros; hay gente que odia a los toros. Esto es un poco el reflejo de la sociedad. Tuve la necesidad de demostrarle a la gente que nos equivocamos, que a veces hacemos las cosas mal, pero el sistema es perfectible. Existen muchas limitaciones, pues todos somos personas, y la gran mayoría de los jueces hace bien su trabajo. Y hacer bien el trabajo no significa que a uno le den la razón, porque a veces no tenemos la razón. 

¿Qué es la justicia? 

Natalia Velilla – Pues a mí me gusta mucho la definición de Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo”. Sobre la justicia hay un concepto metafísico —el filosófico— y hay un concepto legal, un concepto democrático de la justicia. 

La justicia, desde el punto de vista legal, desde un Estado democrático, es la aplicación del marco legal que nos hemos dado. Hay que entender cuál es el papel de los jueces en este engranaje, pues no somos superiores a nadie, tenemos un papel limitado y es el que debemos cumplir. Pero la justicia es aplicar la ley conforme al espíritu de esa ley, adecuándola a las circunstancias del caso. Y, en la medida de lo posible, cuando se está a cierto margen de actuación, tratar de que sea lo menos lesivo posible para las personas.

Aprovechando que ya hablamos un poco de activismo, ¿qué opinas sobre el activismo judicial?

Natalia Velilla – Bien, una cosa es la divulgación, reivindicar medios o reivindicar reformas legislativas. A nosotros la ética judicial nos obliga a denunciar las carencias de la administración de justicia y las irregularidades legislativas porque hay veces que puede haber algún tipo de problema al aplicar la ley y debemos manifestarlo de la manera más técnica posible. Eso es correcto. 

Ahora, el activismo judicial, entendido, en primer lugar, como forma de hacer justicia política, desde luego no lo acepto; nadie debería aceptarlo. Un juez que se guía en sus decisiones por motivos políticos y no por motivos judiciales o por motivos legales, o que aplica la ley de manera incorrecta a propósito, por sus ideologías políticas, estaría incurriendo en actos premeditados.

Y luego hay otro activismo —también peligroso— que es hacer una justicia social que se extralimita de la ley. Por ejemplo, considerar que los bancos siempre están robando a los clientes porque les cobran comisiones, porque les cobran intereses de determinado importe excesivo, y por norma pretender que siempre los bancos pierdan los juicios porque siempre están infligiendo a los clientes algún tipo de perjuicio. Yo creo que también debe estar totalmente proscrito. O sea, el juez tiene que aplicar la ley y ser justo, pero conforme a la normativa que tenemos, al Derecho de la Unión Europea, al Derecho internacional y a nuestro Derecho interno, no inventarse la ley, no ir más allá de la interpretación y, por tanto, el activismo fuera de casa.

La función del Derecho es regular la vida, impedir la justicia privada o que los poderosos se impongan a los débiles en cuestiones como poderío económico, clase social o cualquier otra situación de privilegio. El Derecho sirve para mantener la paz, para establecer el híbrido entre los distintos poderes, entre las distintas fuerzas que tratan de desgarrar a la sociedad, unas legítimas y otras no legítimas.

Has comentado en tu libro que la ley se mueve a partir de visiones políticas y de los intereses de cierto grupo de personas que hacen mal uso de ella para quedar bien con decisiones cortoplacistas de su quehacer político; a sabiendas de que la ley es incorrecta en ciertas ocasiones, ¿se aplicaría justamente esa ley, con base en la justicia?

Natalia Velilla – Sucede todos los días. Hay determinadas leyes que se dictan con oportunismo político. Yo lo veo en todas partes, oportunismo político de los electores, porque conviene tener una determinada imagen frente a los electores; esas leyes no están suficientemente informadas por los gabinetes técnicos, por los  letrados, por las personas que realmente están versadas en Derecho, porque los políticos no tienen por qué ser técnicos en Derecho. Los políticos son políticos y pueden ser de cualquier condición, pero deben tener asesores políticos que les enfoquemos. Muchas veces se dictan leyes desoyendo las propuestas de los técnicos jurídicos. Pero la ley hay que aplicarla de la mejor manera posible, es decir, en la medida en la que es ley, hay que aplicarla. Si se derivan consecuencias negativas, si no es inconstitucional, habrá que aplicarla y, en cualquier caso, tendrá que ser la sociedad la que se dé cuenta de que las cosas están mal. El juez no debe dejar de aplicar una ley porque la considera injusta. Otra cuestión diferente es que esa ley entre en conflicto con otra y entonces se produzca una interpretación de conflicto legislativo; entonces, esa ya sería otra cuestión y a lo mejor se debería aplicar la más beneficiosa o, si la ley aprobada pugna con algún Derecho constitucional, en cuyo caso, sí que puede plantear una cuestión de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional, por considerar que la ley es contraria a la Constitución, y es lo más que puede hacer el juez. Lo demás sería activismo judicial o atribuirse funciones que no le corresponden al juez.

¿Es posible, realmente, ser completamente objetivo cuando una persona tiene contacto con estos conflictos?

Natalia Velilla – Bueno, hay que tratar de serlo, hay que intentarlo por todos los medios. Si una cuestión te afecta tanto que no vas a ser justo a la hora de decidir, existe la necesidad de apartarte del caso, lo cual está muy limitado en España. Te puedes apartar únicamente en casos pasados. Pero, bueno, ahí está el trabajo que tenemos que hacer; sustraernos de esa realidad es duro, como también lo es tratar con plenitud de garantías constitucionales a una persona que ha cometido un delito horrible y le tienes que tomar declaración. Esa persona, por ejemplo, ha violado a varios niños y tú lo sabes y tienes pruebas totalmente certeras de que es un violador de niños. La grandeza del juez consiste en que sea capaz de tratar a la persona como inocente, porque en el sistema judicial se obliga a que todos seamos inocentes hasta que un juez diga lo contrario.

Es una técnica que se va desarrollando con el tiempo. Es difícil porque todas las personas tenemos una mochila de sentimientos y experiencias que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida y que nos marcan a la hora de pensar. Somos producto de nuestras experiencias, no solamente de nuestros conocimientos. 

¿No te sorprendiste con el éxito de tu libro?

Natalia Velilla – Me sorprendí muchísimo. La verdad es que no me esperaba tener el éxito que tuve. Este fue un libro por encargo, pues me hablaron de la editorial porque me habían visto hablar en redes sociales sobre el trabajo del juez de una manera comprensible. Entonces, me preguntaron: ¿te gustaría hacer un libro? Lo escribí casi de tirón, en cuatro meses.

Tengo miedo de no cumplir las expectativas del primer libro con el siguiente. Va a ser un ensayo político. No pretendo escribir una cuestión erudita sobre política ni sobre filosofía. Mi formación es jurídica, yo no soy ni filósofa ni politóloga, pero no me está vedado pensar el mundo con ojos de juez, con ojos de ciudadana, para tratar de exponer un poco lo que estoy viendo y buscar ejemplos con el propósito de criticar la realidad en la que nos encontramos, siempre con un espíritu completamente constructivo, desde luego.

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