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La individualidad es una ficción: Edmond Jabès y algunos equivalentes culturales

Noyullo nimitstemowa, el equivalente para expresar «te extraño» en náhuatl, es el punto de partida de Salma Valdez Ayala para explorar la otredad en la poesía del poeta francés de origen egipcio, Edmond Jabès. La reflexión que la autora hace sirve como un llamado a construir una sólida comunidad en el gremio de la abogacía.


Cuatro tumbas.
Tres países. ¿Conoces las fronteras de la muerte?
Una familia. Dos continentes. Cuatro ciudades.
Tres banderas. Una lengua, la de la nada. Un dolor.
Cuatro miradas en una. Cuatro existencias. Un grito.
Cuatro veces, cien veces, diez mil veces, un grito.
—¿Y los que no tienen sepultura?, preguntó Reb Azel.
—Todas las sombras del universo —respondió Yukel— son gritos.
(Madre, respondo a la primera llamada de la vida,
a la primera palabra de amor pronunciada
y el mundo tiene tu voz.)

Así nos introduce Edmond Jabès a El libro de las preguntas. Su voz es la voz de un extranjero, de un exiliado, que no se siente ni de aquí ni de allá; su escritura es un testimonio de que el otro siempre nos concierne, y un compromiso político con la búsqueda de la verdad.

Partiendo de que su poesía es una asimilación de la tesis de Emmanuel Levinas, en el presente texto me propongo exponer tanto el sentido que Levinas le otorga a la otredad, como su vinculación con ejes centrales de la obra de Jabès, esto es, es la disidencia de las individualidades y el cuerpo como territorio político y punto de partida para su creación.

La ficción de la individualidad

La lógica hegemónica nos prohíbe relacionarnos entre nosotros y nos limita a la acción individual. Esta lógica obliga a uno a pensar al otro como enemigo, constituyéndolo como un obstáculo para el desarrollo y el entendimiento propios. En el centro de este discurso se encuentran figuras como la propiedad privada y la familia. Los contractualistas sociales —particularmente Locke— situaron estos supuestos: el hombre tiene el derecho y el deber a la propia conservación; por lo tanto tendrá derecho a poseer las cosas necesarias para ese fin. Por ello, según Locke, “el derecho a la propiedad privada es un derecho natural…” (Dos tratados sobre el gobierno civil, 1660).

El discurso capitalista y neoliberal nos cuenta la historia de lucha y competencia de los seres humanos: “El lobo es el lobo del hombre”. Nos incita a mirar al otro como una amenaza. Esta narrativa ha producido incapacidad para asimilar la alteridad; éste es un tema central de la vida y la obra de Edmond Jabès, escritor francés exiliado de Egipto, que crea desde los lugares transfronterizos que habitó, hablando de geografías territoriales, pero también de extensiones de la palabra, de los silencios, de la memoria y del cuerpo, este último como punto de partida de su escritura.

Para Jabès, la identidad es una suerte de cautiverio que no se corresponde con la verdad, pues el otro también forma parte de nosotros. Este principio me hace traer a colación una expresión maya que, considero, ilustra esta necesidad de despersonalización: in lakech (yo soy tú, tú eres yo). Si Jabès hubiese tenido que dibujar este equivalente cultural en poesía me parece que el resultado habría sido su poema A ti, que crees que existo… Aquí ofrezco un fragmento clave para entender mi aproximación:

¿Cómo decir
que no soy
pero que, en cada palabra,
me veo,
me oigo,
me comprendo,
a ti, cuya realidad
renovada
es la de la luz
a través de la cual
el mundo cobra conciencia del mundo
perdiéndote
pero que respondes
a un nombre
prestado?

Alejarse de uno es la mejor forma de reconciliarse y encontrarse. Así podemos leer su nomadismo interminable, como en el siguiente texto:

Nómada o marino, siempre, entre el extranjero y el extranjero, hay —mar o desierto— un espacio delineado por el vértigo al que uno y otro sucumben.
Viaje en el viaje.
Errancia en la errancia.
El hombre está, sobre todo, en el hombre, como la semilla en el fruto, o el grano de sal en el océano.
Y, sin embargo, es el fruto. Y, sin embargo, es el mar.

¿Otredad en qué sentido?

En el sentido que construye Levinas, donde el otro no puede ser desconocido. Este autor nos obliga a salirnos de la idea moderna del yo, de una subjetividad reiterativa y “cerrada” que entiende la alteridad de un “otro como yo”. Desde esta perspectiva, el otro es simplemente un reflejo del yo. Reducir a los demás a un reflejo de uno mismo es no ver al otro. El yo no es la estructura fría y ajena que observa la experiencia desde afuera: el yo es todo lo otro con lo que se encuentra el yo. En su texto La balsa de la Medusa, Levinas habla de este encuentro de la siguiente manera: “En el acercamiento del otro […] ‘algo’ ha desbordado mis decisiones libremente tomadas, se ha escurrido en mí, a mis espaldas, alineando así mi identidad” (Levinas, 1991, p. 121).

Cuando nos encontramos con el otro se rompe la fantasía del yo intacto suspendido en el aire; en cuanto nos encontramos con ese otro nuestra subjetividad se transforma. Y esas transformaciones y encuentros nos permiten constituirnos.

Este tipo de discurso hace posible la comprensión de nuestra subjetividad como una recopilación de los encuentros con la alteridad, recalcando la importancia de la comunidad. Y es mucho de lo que da cuenta la obra de Jabès en tanto elogio del exilio, para quien el odio hacia el extranjero es una expresión de odio hacia uno mismo, de intolerancia ante la complejidad de nuestros afectos. Por eso invita a experimentar el exilio, vivirse como extranjero, descubrir la necesidad del reconocimiento, la trascendencia de la fraternidad, que es “aceptación de uno mismo por los otros”.

Abandoné una tierra que no era mía
por otra que tampoco lo es.
Me refugié en un vocablo de tinta, teniendo al libro por espacio,
palabra de la nada es esta oscura del desierto.
No me cubrí de la noche.
No me guardé del sol.
Caminé desnudo.
De donde vine ya no había sentido.
A donde iba no preocupaba a nadie.
Del viento, te digo, del viento
y un poco de arena en el viento.

Estoy en la búsqueda
de un hombre que no conozco,
que nunca fue tan yo
como desde que lo busco.
¿Tiene mis ojos, mis manos
y todos esos pensamientos
como las ruinas de este tiempo?
Tiempo de mil naufragios,
el mar deja de ser el mar,
se vuelve el agua helada de las tumbas.

Levinas también retoma la vulnerabilidad como un factor constitutivo del yo. La vulnerabilidad se refiere a una apertura, a ponerse al descubierto. Una subjetividad en cierto sentido desnuda, sincera. Esta apertura es lo que nos permite o nos obliga a relacionarnos con el dolor del otro y crea lo que Levinas denomina la responsabilidad ilimitada, “no sentida como un  estado de ánimo sino significante en sí mismo del sí”.

Según Jabès: “El cuerpo es el camino. Todos los caminos parten del cuerpo y nos conducen a él. El erotismo es una forma de conocimiento. El placer es el espacio de encuentro con el otro, el punto de intersección entre dos realidades que se confunden en el mismo espasmo. Despreciar el erotismo es despreciar una llave esencial para la comprensión del otro. Al adentrarnos en otro cuerpo, la realidad se abre y se revela como diferencia”.

En náhuatl, el equivalente más cercano para expresar “te extraño” es noyullo nimitstemowa, que significa: “Mi corazón te busca”; cuando leí el poema Y Yukel habla, esta expresión cobró vida:

Y Yukel habla:
Te busco.
El mundo donde te busco es un mundo sin árboles.
Sólo calles vacías,
calles desnudas,
el mundo donde te busco es un mundo abierto a otros mundos sin nombre,
un mundo donde no estás, donde te busco.
Están tus pasos,
tus pasos que sigo, que espero.
He seguido el lento caminar de tus pasos sin sombra,
sin saber quién era yo,
sin saber a dónde me dirigía.
Un día estarás.
Será aquí, en otro lugar,
un día como todos los días en que estás.
Será, tal vez, mañana.
He seguido, para llegar hasta ti, otros caminos amargos
donde la sal quebraba la sal.
He seguido, para llegar hasta ti, otras horas, otras riberas.
La noche es una mano para quien sigue la noche.
De noche, todos los caminos caen.
Era necesaria esa noche en que tomé tu mano, en que estábamos solos.
Era necesaria esa noche como era necesario ese camino.
En el mundo donde te busco eres la hierba y el deshielo.
Eres el grito perdido en que me extravío.
Pero también eres, ahí donde nada vela, el olvido hecho de cenizas de espejo.

Según Jabès, la palabra no es una elaboración del espíritu, sino una expresión del cuerpo. Para muchas cosmovisiones, las palabras y la construcción del lenguaje responden a una lógica cultural que pone por delante el andar del cuerpo, la presencia del mismo, pero también las ausencias. De ahí que tenga sentido traer a colación equivalentes lingüísticos que siempre tienen presente a la otredad. En lenguas como el tzeltal hay sufijos como el tik que expresan un nosotros contigo y un nosotros sin ti, pero siempre un nosotros.

En conclusión, pienso que uno de los llamados centrales de la obra de Jabès es que vayamos siempre juntos, pues todo está por construirse, desde los encuentros, pero también desde las ausencias.

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