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¿Lindo y querido?

La música patria revienta las bocinas en el Zócalo capitalino. Entre trompetas, guitarras y guitarrones, que resuenan en las joyerías que circundan la Plaza de la Constitución, y las luces pino, grana y crema que retratan fragmentos de la historia prehispánica, colonial y revolucionaria de México sobre las fachadas gubernamentales resguardadas por la pintoresca arquitectura del siglo XVIII, vestigio de la Nueva España; entre los puestos ambulantes que venden banderas, rehiletes, matracas, crayones tricolores, moños vino, blusas bordadas, bigotes postizos y sombreros charros, que celebran una identidad nacional; entre las familias que lanzan pelotas, globos y planeadores de plástico al aire, trepita un eco ensordecedor, un viento helado que enchina la piel, una sombra dispuesta a quitar la máscara de alegría a la celebración que se prepara en las calles del Centro Histórico, un fantasma listo para recordarnos que detrás de todo ese espectáculo, detrás de los recintos históricos, cerca de las calles donde las luminarias ya no sirven y la gente habita las vías públicas, más de 14 personas —como Dante, Diego, Jaime, Roberto y Uriel, en Lagos de Moreno— desaparecen cada día.

“¿Lindo y querido?”, me pregunta David Uriegas mientras (h)ojeamos el contenido de la edición de septiembre. Lindo y querido, me repito mientras repaso los textos. El cuestionamiento es crítico. En el vertiginoso remolino de violencia que arrastra al país, la necropolítica no solamente está desapareciendo y matando personas: las instituciones democráticas se caen, los ánimos autoritarios se imponen, los operadores jurídicos y políticos pierden legitimidad, las normas jurídicas se desvanecen en el campo de acción de los poderes fácticos que determinan el rumbo del país y los índices de impunidad se elevan dejando en la injusticia y en la indefensión a la población.

La música frente a Palacio Nacional empieza adquirir las notas de una marcha fúnebre. Los colores del chile en nogada que ofrecen las terrazas que se asoman al Zócalo ya no parecen tan apetitosos sin la máscara patria que los coloreaba durante los preparativos septembrinos. El miedo acecha y anula, porque cuando la violencia se ha vuelto parte del sistema, todas las personas nos sabemos potenciales víctimas.

En este contexto, ¿dónde está la abogacía? ¿Qué está haciendo para fortalecer al Estado de Derecho y salvaguardar la democracia? ¿Cómo se está replanteando el modelo de justicia para eficientarlo?

Esta edición la encabeza Fátima Gamboa Estrella, directora ejecutiva de Equis Justicia para las Mujeres, una organización feminista que se ha encargado de incidir en la forma en que se hace justicia en México ampliando sustancialmente las dimensiones de la democracia y reformulando el modelo de la justicia jurisdiccional. Como un recordatorio de que aquellos valores que subyacen al Derecho —como la justicia, la paz y la igualdad— se construyen desde la ciudadanía, desde las prácticas cotidianas, desde la diversidad identitaria y desde la comunidad, la abogada maya nos invita a reflexionar acerca de la función social de la abogacía desde la apuesta de Equis Justicia para las Mujeres por un modelo de justicia abierta feminista.

Además de las voces que desde la diversidad de trincheras e identidades están formando una resistencia contra la descomposición de la justicia, entre las plumas que analizan los temas de mayor actualidad y relevancia para el Derecho en México, también las artes se suman a la reflexión del Derecho y de la profesión para generar puentes críticos de diálogo que nos permitan se propositivos con el ejercicio de la abogacía para procurar la construcción de un México genuinamente lindo y querido.

Celebremos a México este mes con acciones que protejan a las personas y que ayuden a asegurar entornos de paz y seguridad. Si la abogacía existe, es para salvaguardar al Estado de Derecho justo.

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