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Ricardo Franco: Decálogo para el juez que inicia su carrera judicial

El maestro don Ricardo Franco Guzmán reconoce en principio la responsabilidad, pero también el privilegio que implica ser investido y reconocido como juzgador. Las aptitudes intelectuales y morales relacionadas con la labor de juez recaen en la esperanza de construir un futuro humanizado, que permita reconocer un núcleo de valores que distingan a la que Franco Guzmán considera la actividad más noble y comprometida: la de juzgar. A continuación presentamos, bajo la forma de decálogo, las recomendaciones que ofrece nuestro gran jurista en el libro Cartas a un juez que inicia su carrera judicial, editado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación en 2001.


El revestimiento mágico del juez

Ahora, como en las antiguas leyendas, estás bañado en aguas que te distinguen de los demás profesionales del derecho. Ya tienes atributos y virtudes que te obligan a hacer realidad el aforismo latino de “dar a cada quien lo suyo”. En todos los casos que se te encomienden tendrás que resolver a cuál de las partes en conflicto asiste la razón.

El buen juez no nace, se hace

Todo el tiempo invertido en la universidad, en algunos cursos especiales y en el ejercicio de la profesión, acumulando conocimientos, interpretando leyes, estudiando el derecho y la jurisprudencia, tendrás que aplicarlo en los casos concretos que tengas que decidir.

Hay que estudiar de forma cotidiana

Como en todas las actividades humanas, el trabajo diario es indispensable. El buen juez debe estar al día en materia de leyes y sus reformas y de las modernas tendencias del derecho.

La profundidad y la sencillez al sentenciar

Uno de los consejos que podría darte consiste en que en todas tus determinaciones procures aunar a la profundidad de los conceptos la sencillez de la escritura. Recuerda que quienes leerán tus sentencias no necesariamente serán doctos en derecho, sino personas comunes y corrientes que esperan comprender tus resoluciones.

Tratar con dignidad a los demás

La fórmula mágica en este aspecto se reduce a pensar en tratar a los demás como quisiéramos nosotros que nos trataran. Nada cuesta un trato amable con todos los servidores públicos que trabajan con nosotros. Del mismo modo, es muy importante ser educado con los abogados y con las demás personas que concurren al juzgado. Más de un antiguo juzgador que después de jubilado decidió dedicarse al litigio me manifestó su tristeza por no haber tratado con mayor cortesía a algunos abogados que ahora se volvió a encontrar como juzgadores.

La alegría de ser juez

En la vida no hay mayor desgracia que trabajar sin amor a la actividad que uno desempeña. Si amas tu profesión, debes sentirte feliz porque la vida te ha dado la gran oportunidad de ser juzgador y de dar a cada quien lo que se merece. Trata de llenar de alegría todos los momentos en que estás en tu oficina. Y también fuera de ella. Tu misión en la vida es de una importancia superlativa y ya tendrás oportunidad de constatarlo a través de los años.

El triunfo del derecho

En cada determinación o sentencia que dictes debes tener presente la altísima misión que se ha depositado en ti como hombre probo, conocedor de la ley y de todos los elementos que obran en el expediente.

Tu vida pública y privada deben ser ejemplares

Un juez debe enseñar con el ejemplo. No debe olvidar que es la cabeza de su tribunal y que está obligado a ser el primero en todo: en conocimientos legales y extralegales, en cortesía y educación, en puntualidad, en la pulcritud de su ropa y de sus pensamientos, en el trabajo, con la idea de ser el primero en llegar y el último en salir.

Serenidad ante las asechanzas

Los más grandes peligros se ciernen sobre los juzgadores para lograr que la balanza de la justicia se incline a uno u otro lado del fiel, bajo toda clase de formas, como la tentación del dinero y de todas las cosas que pueden obtenerse con éste, las influencias para ascender en la carrera judicial y los beneficios de todo género.

La honradez, ante todo

Siempre he tenido la idea de que la honradez, en cualquiera de sus formas, es algo que se recibe de la madre. Podría decirse que se nace honrado o pillo. Sin embargo, no hay duda de que el entorno familiar y social son determinantes en la honestidad o la deshonestidad de los hombres.

Lee la entrevista que realizamos a don Ricardo Franco Guzmán.

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