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El Concilio Cadavérico

A pesar de haber sido retratado por los biógrafos como “obispo de gran santidad y ejemplares costumbres”, Formoso —papa de la Iglesia católica entre los años 891 y 896— fue sometido a juicio, acusado de perjurio y de haber accedió ilegalmente al papado. Pero el suyo no fue un juicio ordinario: tras nueve meses enterrado, su cadáver fue exhumado, se le vistió con los ornamentos papales y se le sentó en un trono para que escuchara las acusaciones. Este juicio eclesiástico póstumo promovido por el papa Esteban VI, también conocido como Sínodo del Terror, forma parte de la tradición jurídica de Occidente, por lo que bien vale la pena conocerlo, a modo de breviario cultural.


El nombre de Ludwig von Pastor, así como su obra Historia de los papas desde fines de la Edad Media, posiblemente sea desconocido para la mayoría de las y los abogados. Igualmente desconocida es su frase más célebre: “Yo estoy convencido de que la Iglesia católica es una institución divina. Si los malos papas no lograron destruirla es porque es divina”.

Uno de los hechos que bien podría ejemplificar lo que sostuvo Von Pastor fue el juicio denominado Concilio Cadavérico,celebrado por el papa Estaban VI en contra de uno de sus antecesores, Formoso, escena que fue recreada por Jean-Paul Laurens en su obra El papa Formoso y Esteban VI. La persona lectora se preguntará: ¿en qué consistió este proceso judicial?

Celebrado en el año 897 después de Cristo, este juicio tiene dos protagonistas principales, que no son otros que los papas antes mencionados: Esteban VI y Formoso. A ellos dos podemos incardinar un tercer participante, al también papa Bonifacio VI, quien sucedió a Formoso después de su muerte, pero cuyo mandato al frente de la Iglesia se reduce sólo a dos semanas, sirviendo más bien como una especie de intermedio entre los dos papados.

Formoso padeció un proceso sórdido y vil que puede ser considerado como distintivo de los excesos a los que puede llegar la venganza, pretendiendo ser materializada como justicia.

Formoso, quien desde el inicio de su gestión como obispo de Roma fue visto con ojos críticos en su tiempo, murió de manera violenta por razones poco claras. Sin embargo, lejos de lo que podría esperarse, no pudo tener un descanso eterno de inmediato. Tuvo que esperar un proceso sórdido y vil que puede ser considerado como distintivo de los excesos a los que puede llegar la venganza, pretendiendo ser materializada como justicia.

César Cervera, en un artículo publicado en el diario ABC, describe los hechos en los siguientes términos: “Tras nueve meses enterrado, el cuerpo de Formoso fue sacado de su tumba, vestido con los ornamentos papales y sentado ante el tribunal eclesiástico. La espeluznante escena de un cadáver en avanzado estado de descomposición y atado a la silla para evitar que se escurriera debió resultar dantesca, pero no frenó un proceso conocido como el Sínodo del Terror […] Esteban VI acusó a los restos de Formoso, que estaban demasiado ocupados pudriéndose como para contestar a las preguntas del tribunal, de haberse dejado elegir obispo de Roma cuando ya era en ese momento la cabeza de otra diócesis [la de Porto]… Aparentando legalidad, fue nombrado un diácono como abogado de oficio para que hablase en nombre del difunto, mientras el papa Esteban VI presidió el concilio desde su silla”.

Pocas veces en la historia jurídica de Occidente se presentaron casos como el descrito, el cual, más allá de las razones que en la época pudieron dar sustento al también denominado Juicio del Cadáver,nos heredará a las y los estudiosos del derecho una de las escenas más impactantes que podamos recordar en la tradición jurídica de Occidente, la cual ciertamente ha tenido altibajos y que aún hoy en día nos permite llegar a la reflexión: ¿se puede obtener justicia de una simulación?

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