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La empatía de las autoridades en la investigación de delitos sexuales

Desde su experiencia personal, Regina Sandoval analiza la importancia de que las autoridades que atienden a víctimas de delitos sexuales sean empáticas.


Introducción

Este trabajo tiene por objeto visualizar la realidad que vivimos las mujeres en México cuando somos entrevistadas por las autoridades al momento de abrir una carpeta de investigación por un delito sexual.

No obstante lo anterior, es importante mencionar que no nos enfocamos únicamente en la afectación hacia el sexo femenino; pero se basa en ello debido a que la suscrita pertenece a ese grupo de la población que ha padecido un evento de violencia constante y que afecta psicológicamente a mi persona; por ello está enfocado en dicho grupo y yo sólo cuento lo que viví en su momento y lo que hasta hoy en día sigue pasando.

Este trabajo tiene por objeto demostrar que lo que viví no es una afectación única, de un solo momento, sino que constituye una afectación constante, una afectación que se produce en diversos momentos de la vida después de haber sufrido un abuso sexual, una violación, un acoso sexual, conductas que más de un millón de personas han padecido y de las cuales más de la mitad son mujeres; además 45% corresponde a menores y el resto a hombres. Una afectación que trasciende a los familiares de aquellos que son víctimas de esos delitos.

Relato de los hechos

“Una menor de aproximadamente cinco años de edad, en una reunión en casa con los amigos de su padre, vestimenta normal para la menor (una pijama de Winnie de Pooh); ella acostada en su cama, descansando, un adulto entra en su cuarto, comienza a tocarla, la lastima, le pide que no llore, abusa de ella y la viola.”

Ese fue el relato liso y llano de las autoridades, de un Ministerio Público que lo único que hacía era “hacer su trabajo”, sólo preguntaba, sin ningún tacto. La niña ni siquiera tenía idea de lo que acababa de suceder, pero sentía dolor; eso era algo seguro.

Hoy en día los recuerdos son pocos., No recuerdo bien la edad ni mucho menos lo que sentí, pero sí sé qué fue lo que pasó; lo sé porque es algo que no se aborda en la familia, un tema que no se tocó más que una vez, hace más de diez años. Fue una plática incómoda en ese momento y hoy es una plática que ni siquiera yo puedo tener.

Pero la narrativa de hechos es la misma: una menor de edad que lo único que hizo mal fue irse a acostar, no cerrar con llave su cuarto, creer que estaba segura en su casa. Su error fue confiar en personas en las que su padre confiaba. El error fue que su padre no estuvo alerta porque no estaba en condiciones de hacer algo para protegerla; el error fue ser una menor, indefensa, una menor que no entendía lo que pasaba, que estaba vestida con su pijama y que estaba dormida en un cuarto que no había cerrado con llave.

Sí, para las autoridades esos fueron los errores. Pero no fue un error que una persona, sin autorización de nadie, entrara a la habitación de la menor y se aprovechara de ella. Jamás culparon a esa persona; sólo culparon al padre y a la menor.

Nadie intenta defender al padre. Él tenía una sola tarea: proteger a la menor, pero ¿por qué culpar a la menor o al padre cuando la única persona que cometió un delito fue otro? No, el padre no tiene la culpa, él confiaba en ellos, y claramente lo que ocurrió no fue culpa de la menor. Ella era quien menos culpa tuvo de todo lo que ocurrió.

“¿Qué pasó con el padre?”, preguntó la autoridad. “No lo sé”, contestó mi madre. “¿Y usted dónde estaba?”, la cuestionaron. “En el hospital, cuidando al abuelo de la niña, mi padre”, respondió ella.

¿Acaso también querían culpar a mi madre? Su error fue que no se encontraba en casa porque mi abuelo estaba hospitalizado después de haber sufrido un accidente automovilístico. “Es una lástima”, comentó un agente del Ministerio Público. Son pocos recuerdos, porque no sabía qué estaba pasando, ni qué había pasado y mucho menos qué pasaría.

“Examinaremos el caso, pero tienen que revisarla, confirmar que realmente haya sufrido una afectación y que sí haya sufrido lesiones, o la demanda no procederá, porque podría ser mentira lo que se afirma”, dijo el agente del Ministerio Público. Procedieron a llevar a la menor con un médico. Lloré, pataleé, grité. No quería que nadie se me acercara; sólo deseaba estar en los brazos de mi madre y de nadie más. Ése era mi único lugar seguro. Pero tuve acceder a la revisión. concluyeron que sí había lesiones causadas por el abuso sexual violento que había sufrido.

En efecto, no era mentira lo que había declarado. Sólo había dicho la verdad, pero los agentes del Ministerio Público no tuvieron la mínima empatía. Culparon a todos menos al verdadero responsable. A la persona que debieron cuestionar desde el inicio, jamás la cuestionaron; sólo a todos aquellos que tenían menos culpa que nadie.

¿Qué es la empatía?

La empatía, se entiende como “la participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente en los sentimientos de otra persona”.1 Para la Real Academia Española es “el sentimiento de identificación con algo o con alguien”, o bien la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.2

Psicológicamente es una capacidad que adquiere el ser humano para ponerse en el lugar del otro, para entender e interpretar los sentimientos y la situación que está viviendo esa persona. Es “un sentimiento de identificación”.3

Las características de las personas empáticas son las siguientes:

• Ser sensibles.

• Poseer una escucha activa.

• Ser tolerantes.

• Tener entendimiento de comunicación no verbal.

• Ser buenas.

• Dominar la comunicación pasiva.

• Entender las diferencias de las personas.

Desarrollo de la empatía

Una forma de desarrollar la empatía consiste en llevar a cabo actividades en las que se pongan a trabajar la escucha activa, la tolerancia y la comunicación pasiva; por ejemplo, tomar cursos de psicología para comprender cómo piensa y, en su momento, cómo siente una persona e, incluso, para entender cómo reacciona y cuáles son las defensas psicológicas que puede emplear para evitar sentirse mal, culpable, con dolor, con un vacío, o para saber enfrentar la ansiedad y la depresión.

En el caso concreto, ¿dónde quedó la empatía?

En el caso concreto no hubo empatía, sino un gran vacío de identificación por parte de las autoridades, desde el momento en que comenzaron las preguntas, hasta el momento en que se dictó sentencia.

En todo momento las autoridades no sólo buscaron culpar a otras personas distintas a la que cometió el delito, sino que se enfocaron tanto en hacerlo, que olvidaron que a quien estaban interrogando era una niña que no sabía lo que había vivido, que estaba confundida y que ni siquiera podía hablar de lo que le había ocurrido.

Las preguntas que formularon eran muy directas y agresivas: “¿Cómo te tocó?”, “¿Dónde tocó?”, “¿Qué te hizo?” “Me violó”, pienso ahora, pero en ese momento no sabía que existía esa acción. Para mí no existía la violación; para mí no había una conducta que configurara un tipo penal alguno; “me violó”, pienso ahora. Ahora que estudio derecho y que veo que es una situación que ha enfrentado más de una persona. Que ha sufrido más de una persona.

“Me violó”, lo digo ahora en voz alto, en espera de que no pase más. No obstante, día a día sigo pensando qué pasó, sigo pensando quiénes fueron los culpables. Los culpables no fuimos nosotros: no fue mi padre, no fue mi madre, no fue mi familia. Los culpables fueron los agentes del Ministerio Público y el que cometió el delito; los primeros, por no abstenerse de revictimizar a una niña de cinco años, y el segundo, por aprovechar la situación en la que nos encontrábamos. Todos éramos vulnerables, porque me pasó a mí, pero pudo pasarle a mis hermanos e, incluso, a mi madre.

“Me violó”, pienso ahora, con un profundo hueco en el pecho, con un gran nudo en la garganta y con los ojos cristalinos, aun cuando sé que ya se hizo justicia.

No, no hubo empatía por parte de las autoridades, ni siquiera por tratarse de una niña. No existió ninguna clase de identificación por parte de nadie. “Ni siquiera por parte del juzgador”, sentencia mi abogado, pues el juez sólo se enfocó en imponer una pena privativa de libertad, pero no ordenó una compensación por daños y perjuicios. No, no hubo empatía, porque los agentes del Ministerio Público lo único que hicieron fue investigar los hechos a su manera, cuestionando los actos de todos los “involucrados”. Según ellos, “el padre estaba borracho, la madre ausente, los hijos dormidos; es culpa de ellos, ella debió cerrar bien la puerta de su habitación”. No, mi padre no estaba borracho; mi madre no es una mujer ausente; mis hermanos no pudieron hacer nada.

Mi padre no pudo hacer nada porque no estaba en condiciones de hacerlo; las razones de esta aseveración son diversas, pero simplemente no pudo hacer nada. Por no por eso es culpable. No, mi madre no es una mujer ausente; mi madre estaba atendiendo a mi abuelo porque había sufrido un accidente. No, mis hermanos también eran menores de edad y un golpe de mi agresor hubiera terminado con sus vidas. Sí, él sí era culpable y nadie lo cuestionó por lo que hizo. Sí, él arruinó mi vida y terminó con ella hace aproximadamente dieciocho años.

No, las autoridades no fueron empáticas porque sólo buscaron justificar los actos de una persona cuya intención sólo era una, y era clara, porque su único fin era que su compinche no fuera encarcelado bajo ninguna circunstancia, así que buscaron un culpable para exonerar al verdadero responsable.

¿Dónde quedó la empatía de los ministerios públicos? Quedó cegada por la protección que debían prodigar a uno de sus secuaces, oculta tras diversos procedimientos para que el delito no pudiese proceder. Pero el delito procedía, no había duda, pero ellos utilizaron todo tipo de cuestionamientos para generar dudas.

No hubo empatía de eso funcionarios públicos, porque no tenían hijas que hubiesen vivido lo mismo que yo viví; porque desconocen si esa clase de historias han sido vividas por algún familiar, porque para ellos la empatía implicaría que alguien cercano padezca lo mismo para ponerse en su lugar, y experimentar y entender lo que sufre el otro. Pero éste no era el caso. Por eso no hubo empatía de su parte.

¿Por qué es importante la empatía en la investigación de estos delitos?

La empatía es importante en estos delitos debido a que podría evitar la revictimización que se vive en el momento de la entrevista con las autoridades. Es más, es necesaria en todo el proceso, desde la investigación hasta el momento en que se dicta la sentencia. Lo anterior, debido a que no se puede revictimizar a una persona mediante cuestionamientos que lo único que implican es que la culpa de aquel abuso, acoso o violación, no es responsabilidad de nadie más que de las víctimas que no cometen más error que estar en el lugar, en el momento y con las personas equivocadas.

Además del tema de la revictimización y la culpabilidad, hay diversos temas psicológicos colaterales que habría que abordar, desde el momento de la conducta delictiva, hasta muchos años después, temas que generalmente no son tomados en cuenta en los resolutivos de una sentencia, pues ésta se centra en la solución pronta que implica imponer una pena privativa de libertad al agresor, y no en las afectaciones que se generan a posteriori como consecuencia de esos delitos.

Entre las afectaciones psicológicas a las que me refiero sobresale la depresión y la ansiedad en más de 50 por ciento de las víctimas de estos agravios, enfermedades que no tienen cura inmediata y requieren un constante tratamiento psicológico y, en algunos casos, hasta psiquiátrico, y que pueden inmovilizar a las personas, inhibiendo diversos derechos humanos, entre ellos: el libre desarrollo de la personalidad, el derecho a la salud sexual y reproductiva, el derecho a la salud, entre otros.

Por eso en estos casos la empatía es elemental, pues muchas veces en su ausencia se ignoran los perjuicios de largo plazo que generan los delitos contra la salud sexual, limitándose la resolución de la investigación a la simple prisión del agresor, pero sin atender la reparación del daño. Además, en el ciclo de la victimización-revictimización-culpabilidad se generan otros problemas psicológicos, como el bloqueo de recuerdos, la limitación del contacto físico, la inhibición de sentimientos y sensaciones, el miedo a liberar emociones y, en general, el bloqueo emocional.

En este sentido, si las autoridades evitaran la revictimización de una persona que ha sufrido delito sexual, evitarías diversas afecciones psicológicas. Esto, aunado al hecho de no culpar a una persona distinta de quien ha cometido el delito, permitiría la reparación íntegra del daño.

Ahora bien, si en la sentencia se tomara en cuenta la afectación psicológica, y no sólo la física, se podría ordenar una reparación del daño para la víctima que implique el pago de un tratamiento psicológico o, en su caso, psiquiátrico, acceder a dicha reparación íntegra del daño.

Por otra parte, como víctima, ¿seré capaz de tener empatía con la persona que perpetró el delito sexual en mi contra? Desde una perspectiva personal la respuesta es no. Yo no me atrevería ni siquiera a sentarme cerca de la persona que me agredió. Me costaría mucho trabajo tener empatía con ella, debido a que lo que me hizo no tiene justificación; mucho menos razón de ser.

No obstante, considero que una vez que hubiese afrontando la situación, luchando para seguir adelante y para seguir con mi vida como si aquel suceso fuera algo del pasado, totalmente superado, quizás podría acercarme a esa persona para concederle el perdón. Sí, la perdonaría sólo porque eso me ayudaría a superar el dolor que me provocó.

Así pienso yo, pero no creo ser la única víctima que ve las cosas de esta manera.

Los perpetradores del hecho ilícito no son víctimas. Ellos son los únicos culpables del delito, aun cuando las autoridades sentencien con cinismo que quien ha sufrido una agresión sexual fue responsable “por la forma en que iba vestida”, “seguramente se fue con el novio”, “le gustaba fiesta”, pues ninguna de éstas es una razón para vivir acosadas, para ser violadas o abusadas sexualmente; ninguna es una justificación para lastimar a un ser inocente… Pues muchas veces, vestidas con pantalón, sin ir de fiesta, en pijama en casa, en nuestra casa, en nuestra recámara, las mujeres somos susceptibles de sufrir un delito sexual como el que yo tuve que padecer.

  1. Véase https://www.google.com/search?q=qu%c3%a9+es+la+empat%c3%ada&rlz=1cattsd_enmx761mx761&oq=qu%C3%A9+es+la+empat%C3%ADa&aqs=chrome..69i57j0i67i650j0i512l8.6926j1j7&sourceid=chrome&ie=utf-8[]
  2. Asale, R., “Empatía”, Diccionario de la lengua española. Disponible en https://dle.rae.es/empat%C3%ADa.[]
  3. Idem.[]

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