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Vive Macron!

El pasado domingo, 24 de abril, Emmanuel Macron resultó reelecto presidente de la República Francesa con un 58.6 por ciento de votos frente a Marine Le Pen. La contienda electoral, el triunfo y los perfiles y las agenda políticas, todos ellos puestos en contexto del panorama internacional europeo –el conflicto entre Rusia y Ucrania, para ser precisos–, sirven al autor para reflexionar en torno al “preocupante” porcentaje de votos obtenidos por la Le Pen.


El pasado domingo Emmanuel Macron se reeligió como presidente de Francia derrotando cómodamente y por segunda ocasión a la ultraderechista Marine Le Pen. Un triunfo importantísimo para las fuerzas de la democracia liberal dentro y fuera de Francia, y para el mundo libre, que en estos momentos tiene concentrada casi toda su atención y energía en apoyar a Ucrania en una guerra que definirá el futuro del orden internacional. Un triunfo de Le Pen en este contexto habría significado una desgracia para la civilización y una victoria para Vladimir Putin, pues la demagoga francesa está en el bolsillo del tirano desde hace por lo menos una década. Durante este tiempo, Le Pen no sólo ha fungido como vocera y propagandista del Kremlin, justificando la anexión de Crimea y proclamando a la menor provocación su admiración por el zar envenenador, sino que además recibió millones de euros para financiar su movimiento a través de un banco ruso que no es más que un brazo financiero de la cleptocracia putinista.

Macron derrotó a su contrincante de extrema derecha por un sólido margen de 17 puntos. Pero a pesar de esto, buena parte de la prensa occidental y de los comentócratas internacionales prefirieron resaltar el hecho de que Le Pen recortó la diferencia respecto a la elección de 2017, transformando un triunfo contundente en un ominoso presagio (¡el ascenso de la ultraderecha en los próximos años es inevitable!) y destilando ese fatalismo en encabezados absurdamente lúgubres que podrían resumirse en una ridícula frase: “Le Pen perdió, pero ganó”, o “Macron ganó, pero perdió”. No podría estar más en desacuerdo con semejante despliegue de masoquismo histérico. Ya quisiéramos que Hillary Clinton hubiera derrotado por 17 puntos a Donald Trump, un bufón fascista y golpista que hace que Le Pen parezca una estadista ejemplar y moderada. ¡O que el propio Joe Biden hubiera aplastado al energúmeno naranja con esa humillante diferencia! O que Remain hubiera evitado el Brexit con una ventaja tan abismal. Y todo mexicano de bien habría llorado de emoción y felicidad si Anaya hubiera mandado a Obrador a “La Chingada” asestándole una derrota tan apabullante.

Por supuesto que ni Macron ni los ciudadanos decentes y comprometidos con la democracia alrededor del mundo podemos dormirnos en nuestros laureles o embriagarnos de triunfalismo y complacencia como si el domingo se hubiera acabado la historia. Pero al menos deberíamos de darnos permiso de celebrar y de saborear las contadas batallas en las que la razón, la cordura y la decencia emergen victoriosas en esta pesadillesca era de locura populista. Macron es un tipo brillante, mitad intelectual y mitad tecnócrata. Primero estudió filosofía y trabajó como asistente del legendario filósofo Paul Ricœur. Y luego se preparó para gobernar su país en la  École nationale d’administration, la institución de ultraélite académica que los franceses crearon específicamente para formar a sus líderes. Pero además es un lector voraz y un hombre cultísimo, capaz de recitar poesía francesa de memoria durante horas o de dialogar con los intelectuales más importantes del mundo sobre los temas más complejos y relevantes. Y nadie puede acusarlo de ser un hijo del privilegio, su historia es la de un niño de provincias y de clase media que escaló la durísima meritocracia francesa a base de talento y esfuerzo y que en medio de sus andanzas políticas e intelectuales, se dio el lujo y el tiempo de forjar una fortuna considerable, antes de cumplir los 35 años, trabajando para la Banca Rothschild. Que semejante personaje haya derrotado al fascismo dos veces (¡y en esta era de resentimiento rabioso!) es un auténtico milagro. 

“No estoy hecho para gobernar con buen clima, nací para la tormenta”

– Emmanuel Macron

Pero aceptemos el reto de los apocalípticos. ¿Debe preocuparnos el resultado que logró Le Pen en esta elección? Como diría el clásico: no es falso, pero se exagera. Por supuesto que cualquier contienda electoral en la que el fascismo gane un porcentaje considerable de los votos debe encender las alarmas de la gente decente. Pero las circunstancias que hicieron posible este resultado son muy particulares y será difícil que se repitan en el futuro. Permítanme explorar algunas:

1) Durante años Le Pen ha hecho un esfuerzo sobrehumano por lavar su imagen. Empezando por cambiarle el nombre a su partiducho para tratar de desvincularlo de su tenebroso pasado, e incluso llegó al extremo de expulsar a su propio padre (¡el fundador del partido!), un troglodita fascista que suele vomitar su venenoso odio sin eufemismos ni contemplaciones. Pero lo más importante es que la candidata de Putin se vio obligada a moderar sus propuestas para ser competitiva electoralmente. Hace cinco años Le Pen prometía Frexit abiertamente, mientras que en esta ocasión juró  y perjuró que si llegaba a la presidencia, Francia no abandonaría la UE. Y ese sólo es un ejemplo entre muchos otros. Así pues, podemos estar seguros de que millones de electores votaron por ella porque se tragaron el cuento de su moderación. Puede ser que esa gente no sea muy perspicaz que digamos, pero no podemos considerarla simpatizante de la extrema derecha.

2) La irrupción en la arena política de Éric Zemmour, un fascista caricaturesco que ha sido multado varias veces por su discurso de odio contra los inmigrantes y los musulmanes, benefició muchísimo a Le Pen pues le quitó reflectores y la normalizó más que todos sus esfuerzos y artimañas juntos.

3) En Francia la reelección es dificilísima. Hacía veinte años que nadie lograba reelegirse y en el más de medio siglo que ha durado la Quinta República sólo tres presidentes han conquistado un segundo mandato. Así pues, Macron cargaba con el pesado lastre de ser el presidente en funciones.

4) Francia no está en Marte, sino que forma parte de este mundo enfermo y consumido por el cáncer populista. Hace cinco años Macron se montó en la ola antisistémica presentándose como un outsider. Liberal, moderado, competente y serio, sí, pero un outsider. Sin embargo, tras cinco largos y complicados años de gobierno, era obvio que Macron no podía volver a jugar esa carta y tuvo que enfrentar la elección cargando con el estigma de ser el candidato del «sistema». Una desventaja más.

5) A pesar de que la economía francesa (gracias a las exitosas reformas de Macron y a su excepcional manejo económico de la pandemia) va viento en popa, y a que está mucho mejor que la del resto de Europa, Le Pen se aprovechó de la inflación, especialmente de los modestos aumentos en la energía eléctrica y la gasolina, para enfocar la campaña en el poder adquisitivo y borrar del mapa el tema de la guerra en Ucrania, que la ponía en desventaja por su cercanía con Putin. Y al mismo tiempo acusó a Macron de estar demasiado distraído con la guerra como para hacer campaña. El mensaje final de Le Pen, ese que la catapultó súbitamente y por unos angustiosos días la puso a tres puntos de la cima, podría encapsularse en una frase repugnantemente egoísta y provinciana: “Macron está muy ocupado ayudando a los ucranianos, pero a mí sólo me preocupan los franceses.” En resumen, Le Pen no sólo moderó sus propuestas, sino que además endulzó el oído del electorado con populismo económico, dejándole el racismo estridente y xenofóbico a Zemmour.

6) Macron es un tipo valiente, pero a veces esa valentía roza la imprudencia. La única reforma que se le quedó en el tintero durante su primer quinquenio, gracias a que la pandemia se atravesó en el camino, fue la de las pensiones. Una medida que hasta los expertos más progresistas coinciden en señalar como urgente. El problema es que la reforma de marras es espeluznantemente impopular. La mayoría de sus asesores le suplicaron hacerla a un lado o suavizarla, pues promoverla durante la campaña, frente a una Le Pen que estaba jugando el viejo juego populista de hacer promesas imposibles e irresponsables, le costaría millones de votos. Macron se pasó el consejo por el Arco del Triunfo y defendió a muerte su reforma, incluso en el debate. Creo sinceramente que eso fue lo que más influyó en que su ventaja de 2017 se redujera. Pero gracias a esa temeraria sinceridad ahora está en condiciones de reformar las pensiones, no para acabar con el Estado de bienestar, como sugiere la izquierda descerebrada, sino para fortalecerlo y mantenerlo sano y económicamente viable. Fue la apuesta de un estadista, le costó millones de votos, sí, pero era lo correcto y lo mejor para el país.

Debo confesar que si una inteligencia artificial diseñara a mi político ideal basándose en mis valores, principios y en las virtudes que más aprecio, el resultado sería algo muy parecido a Macron. Sí, una versión imperfecta pero pasmosamente cercana a mi político ideal gobierna el país en el que vivo. Y como dudo muchísimo que un milagro como este se repita en lo que me resta de vida, pienso apreciarlo mientras dure. Sólo Dios sabe dónde estaremos dentro de cinco años, tal vez la marea del tsunami populista finalmente haya empezado a retroceder. O quizá el fascismo termine apoderándose de EEUU, Trump vuelva victorioso a la Casa Blanca, selle un nuevo pacto Molotv/Ribbentrop con Putin y las tinieblas desciendan sobre el mundo. Por lo pronto, el irascible electorado francés y su excepcional líder salvaron la República y nos regalaron unos cuantos años más de luz. Celebremos esta importante victoria sin mezquindades fatalistas y luego sigamos luchando para que nuestros hijos puedan crecer en un mundo libre, democrático e ilustrado…

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