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Ana Laura Magaloni: El derecho al futuro

Destacada abogada mexicana que ha dedicado su vida a descifrar los problemas del sistema de justicia mexicano y proponer soluciones a éstos, Ana Laura Magaloni Kerpel es una mujer innovadora. Su trabajo académico y profesional se caracteriza por proponer nuevas miradas y soluciones a los problemas relacionados con el sistema de impartición de justicia, en especial con la justicia constitucional. La doctora Magaloni nos recibe en su casa, donde se ha refugiado durante la contingencia sanitaria, rodeada de un amplio jardín que cuida con esmero. Su charla gira en torno a la necesidad de cuestionar las formas de mirar el Derecho, de innovar y de analizarlo desde ángulos nuevos o alternativos. Una actitud provocadora que, como el arte y los colores brillantes que decoran sus paredes, anuncia que el mundo está cambiando.


Quizá podemos empezar por tu nueva etapa profesional: la creación de Magaloni Abogadas, un despacho de litigio constitucional y estratégico compuesto por mujeres. Sabemos que, combinando esas dos áreas características de Magaloni Abogadas —litigio constitucional y estratégico— y ante la preocupación de la crisis climática, e inspiradas en el caso Kelsey Cascade Rose Juliana et al. vs. United States of America y otros litigios climáticos en el mundo, promovieron un litigio estratégico contra la contrarreforma energética en nombre de tu hija y un movimiento de jóvenes que agrupa más de 30 ONG’s y colectivos.

Tengo una hija de 16 años que realmente piensa, come y vive de una manera distinta a la mía y que se fija en cosas en las que yo no me fijaría de no ser por ella. Su generación considera la agenda del medio ambiente como la posibilidad de imaginar su futuro. Un día cualquiera me dijo: “Mamá, yo no sé si voy a poder tener hijos. Es muy difícil tomar decisiones sobre mi futuro porque creo que no nos va a alcanzar el planeta”. A su edad yo nunca tuve que soportar sobre mis hombros la losa del cambio climático para decidir qué iba a hacer con mi vida. Con esa preocupación, junto con mi socia Nora Cabrera, empezamos a concebir un litigio climático que pudiera representar y llevar hasta la Suprema Corte la preocupación de toda esta generación de jóvenes. Cuando fundamos el despacho Nora y yo, nos entusiasmaba, entre otras cosas, innovar en los contenidos y las estrategias del trabajo probono que realizan los despachos en México. Creo que este litigio climático es un buen ejemplo de ello.

¿Cómo frenar una política energética centrada y aferrada a los combustibles fósiles y que termina con la transición energética en el sector eléctrico?

Primero surgió un grupo pequeñito de jóvenes compuesto por amigos y conocidos con el fin de reclamar la inconstitucionalidad de la famosa Política de Confiabilidad de la Secretaría de Energía. Dicha política fue derogada y con su derogación se sobreseyeron los miles de amparos en su contra, incluido el nuestro. Sin embargo, poco tiempo después se repite la misma política energética, pero esta vez se plasma en la Ley de la Industria Eléctrica. Para esa fecha, ese primer grupo chiquito de jóvenes que presentó la primera demanda ya había entrado en contacto con muchísimos otros jóvenes que compartían su preocupación por el cambio climático y la falta de políticas de mitigación de la presente administración. Fue muy emocionante atestiguar cómo se fueron articulando y conectando tantos jóvenes en México preocupados por la viabilidad del planeta. Todos y todas han articulado un verdadero movimiento social exigiendo su derecho al futuro en México. A diferencia de cualquier otro movimiento social que recuerde, éste tiene una dimensión global que yo no había visto. Lo que México no haga en términos de reducción de emisiones de CO2, no sólo afecta a México, sino al resto del planeta.

En este litigio, Nora Cabrera y yo hemos sido las traductoras al lenguaje jurídico y, en particular, al lenguaje constitucional de las preocupaciones de los cientos de jóvenes que conforman el movimiento contra el cambio climático. Vamos a ver si tales preocupaciones logran ser escuchadas y atendidas por la Suprema Corte.

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En su estrategia de litigio también incorporan este enfoque muy novedoso de ciencia y derecho…

Litigar sobre el clima es muy complicado, porque es un fenómeno cuyos cambios son difíciles de demostrar en el ámbito jurisdiccional. En cualquier juicio climático hay que aportar evidencia científica y dejar hablar a los especialistas en crisis climática. Es muy importante que los jueces comprendan que la crisis climática no es un asunto de una película apocalíptica de ciencia ficción, sino que es algo que ya está ocurriendo y que lo que se avecina para México y para el mundo puede ser devastador.

Existe sin duda una desconexión entre la generación gobernante y las preocupaciones de los jóvenes. Nuestra generación está pensando constantemente en el presente cuando ellos están obsesionados con el futuro. Esta contraposición de prioridades y enfoques está generando un choque generacional…

Sí. Y también genera un vacío para ellos. Las y los jóvenes necesitan que su agenda sea escuchada y que nosotros entendamos que el mundo al que se están enfrentando no es el mismo con el que lidiamos nosotros. La generación de mi hija es una generación que nació en la globalidad y que ha tenido acceso a tecnología que le permite conectarse y relacionarse con el mundo. Ello la hace ser una generación que piensa y se organiza de forma distinta. Todos ellos cuentan con nuevos canales de comunicación e instrumentos para hacerse escuchar. En el caso, por ejemplo, de los juicios climáticos, es impresionante ver que el movimiento de jóvenes en México conoce perfectamente qué está pasando con otros litigios similares en otras partes del mundo y tiene contacto con esos otros movimientos de jóvenes en el mundo que buscan lo mismo que ellos. Eso no existía en nuestra época.

Esta posibilidad de acudir a la vía jurisdiccional es justamente uno de los frutos principales de la transición a la democracia que protagonizaron nuestras generaciones. ¿Cómo ves al Poder Judicial en este nuevo rol y en este momento?

Yo creo que el Poder Judicial está a prueba. Estamos viviendo un momento único en la historia. Espero que esté a la altura del reto.

Tú has sido muy crítica del Poder Judicial desde la academia. Por ejemplo, del gasto que ejerce la Corte.

Hoy sería crítica de otras cosas. En el momento político que estamos viviendo, la Corte tiene un rol central. Como nunca antes en nuestra historia democrática, la Corte tiene la responsabilidad de seguir preservando nuestra democracia constitucional; de hacer valer el principio de que la democracia no solamente se trata de la regla de la mayoría, sino también de la protección de las minorías, cualesquiera que éstas sean. En este cambio de correlación de fuerzas sociales hay una ruta de lo posible y ciertas acciones inadmisibles. Es responsabilidad del Poder Judicial trazar esos límites entre los posible y lo inadmisible.

Creo que el Poder Judicial se encuentra en una encrucijada compleja y no es momento de hacer esas viejas críticas acerca del uso de los recursos, sino de blindar a los jueces y confiar en su capacidad para establecer y dibujar los límites constitucionales del ejercicio del poder. Es la primera vez en nuestra joven democracia que existe tanta concentración del poder. Ello, evidentemente, es amenazante para las minorías. Hasta ahora el Poder Judicial lo ha hecho bastante bien, pero vienen los dos años más desafiantes.

Contrario a la “prudencia” institucional de la Corte, el Poder Judicial ha sido muy vocal ante las señales de avasallamiento. Constantemente atestiguamos pronunciamientos de asociaciones de juzgadores sobre distintos temas que atañen al Poder Judicial.

Sin duda se han blindado, se han agrupado, y creo que el Poder Judicial de la Federación, en su conjunto, tiene bien puesta la camiseta. Yo trabajé en el Poder Judicial y sé de su mística, algo poco común en las burocracias mexicanas. Quizá el Banco de México la tiene y también, en cierta medida, el Instituto Nacional Electoral. Pero desde antes de la democracia, el Poder Judicial ya tenía un sentido de pertenencia, de compromiso y de respeto a la institución.

Estamos en un momento en que ciertas críticas de corte republicano en un contexto de normalidad democrática pueden usarse para roer los cimientos de las instituciones…

Además, el tema de los recursos presupuestarios del Poder Judicial es de los que más amenazan su independencia: si le restas recursos, le restas capacidad al servicio civil de carrera, a la gente que está ahí apostándole a tener cierta estabilidad económica y ciertas seguridades, como seguro de gastos médicos o ahorros para el retiro. Creo que hay que blindar al Poder Judicial frente al propósito de someterlo a la ley de austeridad que les aplicaron a todas las burocracias federales. Si precarizas a los funcionarios, precarizas a la institución.

La impartición de justicia es un tema principal en tus intervenciones mediáticas. Por ejemplo, te ocupas del asunto constantemente en tu columna quincenal en Reforma. En algunas ocasiones estas opiniones han sido polémicas respecto de la forma en que delibera la Corte. ¿Qué crees que podría hacerse en este terreno para fortalecerla?

Creo que en este contexto de concentración del poder los árbitros deben buscar estrategias para fortalecer su legitimidad. En el caso de la Suprema Corte, la forma en que delibera y toma sus decisiones le resta fuerza y legitimidad. Es completamente atípico que un tribunal constitucional delibere públicamente. Ello da la impresión de que la decisión y el derecho son producto de 11 voluntades aisladas, casi como un seminario académico: cada quién expone su punto de vista. Ello debilita la fuerza de nuestro máximo tribunal. Los tribunales tienen que hablar con una sola voz: la voz del tribunal. Que las sentencias de la Corte sean la voz razonada que nos explica el sentido y alcance de los preceptos constitucionales a la luz de controversias concretas. Ello requiere una metodología de trabajo completamente distinta a la que utiliza nuestra Suprema Corte de Justicia de la Nación.

¿Crees que debe hacerse un esfuerzo para acercar posiciones y buscar la unanimidad? Un trabajo más intenso en las sesiones privadas, digamos…

¡Sí! Exacto. Construir la mayoría antes que el proyecto de sentencia y el ponente se encargue de redactar un proyecto que tome en cuenta los puntos de vista de esa mayoría previamente definida. Así trabaja la Suprema Corte norteamericana. Lo relevante es privilegiar los consensos sobre las posiciones individuales. Ello le da fuerza a todo tribunal. Tan relevante es el consenso que cuando la Corte norteamericana decidió echar abajo la segregación racial en las escuelas públicas de Estados Unidos, Warren —presidente de la Corte en ese momento— consiguió muy rápido la mayoría para sacar el veredicto, pero se esperó a tejer una resolución que lograra la unanimidad, porque sabía que en un asunto tan crucial, que iba a cambiar toda la estructura social, era necesario que la Corte hablara inequívocamente sobre lo que dice la Constitución. En cambio, en México, cuando tú ves a las y los ministros deliberando individualmente, ¿te queda claro qué dice la Constitución?, ¿cómo nos protege?, ¿cuál es el límite? Claro que no.

Por ejemplo, después del veredicto de la Corte en el asunto de la consulta sobre los ex presidentes, ¿cómo crees que quedó? Vimos a una Corte muy dividida, en la que era obvio que el ministro presidente hizo hasta lo imposible por sacar una mayoría, que resultó raquítica, y con votos disidentes que resonaron mucho más en la opinión pública que los votos de la mayoría.

Sin duda. A nadie le quedó claro qué era lo que estaba interpretando la Corte. Cuando lees el proyecto y la sentencia final descubres que no tienen una clara conexión con el proceso de deliberación que vimos en la televisión. Hay un divorcio clarísimo entre lo que se discute y lo que queda escrito en la sentencia. Además, en términos de la prensa y el debate público, cuando finalmente saca el engrose la Corte, el asunto ya no está en la agenda pública y prácticamente nadie va a leer la sentencia. Entonces, ¿qué sabemos acerca de la constitucionalidad de esta consulta? Parece una decisión absolutamente politizada y a modo, producto de fuertes presiones en términos políticos. Por eso creo que es clave que la Corte cambie su metodología de trabajo, su forma de tomar decisiones.

La toma de decisiones judiciales es todo un asunto en México, sobre todo en casos de alta exposición mediática, porque la gente tiende a desconfiar siempre y a suponer que se hacen acuerdos inconfesables. Ahí también está el ejemplo de lo que está sucediendo con el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Hace algunos años, junto con mi colega Carlos Elizondo, escribimos un artículo argumentando justamente esto: la Corte no debería deliberar públicamente. Muchos de mis colegas en esos años dijeron que yo estaba en contra de la transparencia judicial; que esta forma de deliberación pública era la manera de transparentar el quehacer jurisdiccional para que no hubiera sospechas de acuerdos en lo oscurito. Esto no es así: si la sentencia es buena, razonable, inteligente, si nos da buenas razones para resolver de una u otra manera, que es lo que hace la gran mayoría de los tribunales en el mundo, entonces no vamos a sospechar que la decisión fue producto de lo inconfesable. Si las sentencias son malas, si no se argumentan bien y con claridad, se verán siempre caprichosas e injustas. En el caso de México, la Corte termina opacando la relevancia de sus sentencias a cambio de la deliberación pública en televisión.

Además, provoca que los ministros se vuelvan innecesariamente mediáticos y se expongan políticamente.

Exhiben sus diferencias, sus distintos puntos de vista y sus tensiones, cosas que existen en todos los tribunales y que es mejor que esas diferencias se razonen en votos concurrentes y disidentes y no se exhiban en el proceso de deliberación. Peor aún, lo que vemos en las sesiones públicas ni siquiera es un debate; si acaso es un posicionamiento, como si se tratara de una disertación académica. En las sesiones públicas cada uno dice lo que cree, se suman los votos, y a otra cosa. La actividad jurisdiccional no debe tratarse del ego de cada ministro y ministra; debería tratarse más bien de que los ciudadanos tengamos claro qué dice nuestra Constitución y cómo se aterriza ello en nuestra vida.

Pasemos a hablar de tu faceta académica. ¿Cómo ves a la academia hoy? También nos interesa que nos platiques un poco del ascenso y el éxito del CIDE.

En el asunto del CIDE no puedo ser imparcial, porque yo fui la que originalmente lancé el proyecto, junto con Blanca Heredia, Layda Negrete y Reyes Rodríguez. Nosotras propusimos una nueva forma de estudiar y enseñar derecho. Creo que algo de lo que distingue al CIDE es que elige muy bien a sus estudiantes: es difícil entrar, hay una gran diversidad socioeconómica entre su alumnado, se recluta a estudiantes de todo el país y hay muchos alumnos de escuelas públicas. En el CIDE los estudiantes son chavas y chavos talentosos y esforzados que creen que su educación es el vehículo más importante que tienen de movilidad social. Eso los hace tener garra; son muy trabajadores y disciplinados. El CIDE también tiene unas reglas de permanencia muy duras y su nivel de exigencia es muy alto. Pero al mismo tiempo es la institución que más becas otorga y tiene un programa de subsidios muy focalizado. Los profesores nos tomamos en serio el trabajo de ser profesores, hay mucha supervisión personalizada y tenemos grupos muy pequeños, lo cual propicia que conozcamos bien a cada alumno, sus circunstancias y sus necesidades.

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Cuando hablas del CIDE te enfocas mucho en la exigencia y en el mérito, asuntos que me parecen fundamentales en una educación de calidad, lo que sin duda es una de sus fortalezas. Sin embargo, estamos en un punto de inflexión en el que se avizora una tormenta perfecta: por un lado, el populismo educativo y, por otro, una creciente guerra de la progresía contra el mérito. ¿Qué piensas al respecto?

En un país tan desigual el mérito es algo muy complejo. De entrada, porque no empezamos todos iguales: desde la alimentación hasta las experiencias vividas. Es muy difícil igualar la cancha. Tendríamos que hablar primero del punto de partida: tienes que establecer cuotas al inicio, como sucede en el caso de las mujeres o de los estudiantes de escasos recursos. Creo que es mejor hablar de nuestras desigualdades y empezar a pensar cómo hacerlas menos dramáticas que hablar sólo del mérito como forma de movilidad social.

Pero el CIDE ya lo hace de cierta manera con sus becas y subsidios…

Sí, lo hace, pero los recortes presupuestales han afectado mucho el sistema de becas.

¿Sirve como un igualador?

Es indispensable, pero no sólo se necesitan becas de colegiatura; también de manutención, para comprar una computadora, para adquirir alimentos, para vivir en la ciudad si los alumnos provienen de provincia. Hay que igualar de muchas maneras. Y lo más triste del recorte presupuestal es que ha hecho muy complicado mantener estos esquemas.

Tienes razón, pero percibo en ciertos sectores una estigmatización del mérito. Tratando de ser optimistas, ¿ves alguna política pública efectiva que busque romper estas desigualdades?

A mí me gusta poner a la desigualdad en el centro del debate público, hablar de las asignaturas pendientes de la élite con los que menos tienen y desde ahí hacer un ejercicio crítico para encontrar la mejor manera de atajar las brechas: discutamos cómo hacerle para cerrarlas, cómo generar una sociedad más pareja, cómo hablar de la desigualdad sin poner a la gente a la defensiva. Me gustan las transferencias; me parece que mientras el Estado social no funcione, éstas pueden aliviar grandes males y hacen sentir a la gente que la están viendo, que es importante. Sin embargo, no hay forma de igualar la cancha sin servicios públicos de calidad. La gran agenda pública pendiente.

El problema con las transferencias es que deben salir de algún lado y no hay para todo: al tiempo que entregas dinero en efectivo, desmantelas todo lo demás. Por ejemplo, las becas en el CIDE, o las estancias infantiles, o los refugios. Eso sin discutir si los programas realmente están siendo efectivos, si llegan a la gente, si tienen forma de evaluar su impacto real. Entregar dinero no es todo y se dice más fácil de lo que es.

A mí me encantaría ver una política de servicios públicos, que se cerraran las brechas a través de un Estado benefactor, un Estado social. Y esa no es la apuesta de este gobierno, pero creo que sin ello no va a ser posible una sociedad más incluyente e igualitaria. Me gustaría un servicio de salud transversal y universal, con estándares mínimos de calidad, que no es lo que estamos viendo. Pero eso no quita la utilidad de las transferencias mientras ese Estado benefactor no funcione y no pueda proveer dichos servicios públicos. Ojalá nos ahorráramos el dinero de Dos Bocas y otras cosas para hacer un servicio de salud ejemplar, en lugar de tirarlo en inversiones que no creo que vayan a tener mucho futuro. Pero, más allá de errores y aciertos, pienso que es momento de que nos demos cuenta de que este orden social tan vertical, jerárquico y excluyente no es sostenible, y esa discusión pública me entusiasma.

En línea con la modernización de la enseñanza y de la práctica del derecho, ¿cuál es tu opinión acerca de la colegiación obligatoria?

Creo que es muy importante establecer estándares profesionales y éticos para la profesión legal y hacerlos efectivos, pero hay muchas cosas que no están claras: ¿quién colegia?, ¿cómo será la colegiación?, ¿cómo se va a sancionar?, ¿cuánto va a costar? Actualmente no identifico ninguna institución que pueda ser un árbitro imparcial y lo suficientemente poderoso para hacer una gestión efectiva ajena a presiones e intereses. Tampoco sé quién podría cumplir ese papel en un país tan diverso, tan complejo, tan desigual y tan grande. ¿Cómo podemos establecer estándares de desempeño y formas de sanción a la profesión legal? Ello en México sigue siendo una gran asignatura pendiente.

Para concluir, ¿qué te emociona leer?

Hace tiempo que no leo novelas. En este momento me parece muy interesante el ensayo científico y la neurociencia: entender cómo funciona la mente y las emociones, cuáles son nuestros mecanismos para tomar decisiones, cómo nos construimos como personas y quiénes somos. Últimamente he regresado también a mis viejos libros de derecho constitucional y me he acercado a lecturas sobre cuestiones judiciales: cuál es el rol de los jueces, cómo toman decisiones, cuáles son los debates y dónde están las tensiones. Esa es una literatura interesantísima. En el doctorado me sumergí en ella y ahora, después de varios años de haber estudiado el derecho desde una perspectiva empírica y sociológica, estoy regresando al derecho constitucional con una mirada nueva debido al momento que está atravesando el país. Me parece particularmente interesante regresar a esos libros para entender qué le toca hacer al aparato de justicia en un contexto político tan complicado como el que estamos viviendo.

Sin embargo, después de más de un año de pandemia, lo que más me emociona es la jardinería. Mi jardín no se veía así como ahora; finalmente estoy teniendo el tipo serenidad interna que se necesita para cuidar un jardín y comunicarme con las plantas. La jardinería te hace observar la sutileza de la vida y poner atención a lo realmente importante. Así que muchas veces, para desconectarme, no me pongo a leer sino a plantar, a regar, a sorprenderme y a agradecer.

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