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José Agustín Ortiz Pinchetti: El fiscal electoral frente al 2021

José Agustín Ortiz Pinchetti (1937) nos recibe en su casa de San Miguel Chapultepec. Hombre sereno, moderado, lúcido, de larga trayectoria en la lucha democrática, durante muchos años combinó la práctica privada con las inquietudes públicas, en épocas en que México vivía tiempos de asfixia democrática y de partido único. Ferviente creyente de los principios de la Revolución mexicana y actor principalísimo de nuestra transición a la democracia, hoy ejerce un cargo que quizá sea la culminación de sus luchas y la coronación de una larga trayectoria profesional: es el titular de la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales (FEDE). abogacía® tuvo el gusto de recoger las impresiones de este personaje central en nuestra vida pública en este momento crucial.


Usted es egresado de la Escuela Libre de Derecho. Háblenos un poco de sus años de estudiante.

A mí no me tocó estudiar en el edificio actual. En mis épocas estábamos en un lugar bastante sórdido, frente al edificio de La Prensa, en la calle de Basilio Badillo. Tuve un maestro que me cambio la vida, el licenciado Jorge Castañeda de la Rosa, que después fue ministro de Relaciones Exteriores, un hombre extraordinario que además tenía una característica especial: estaba muy abierto a convivir y a platicar con nosotros. Yo gozaba muchísimo la forma en que conversaba sobre la realidad mexicana e internacional. Tenía ese aire distinguido de los internacionalistas y en su obra figura un libro muy bueno que todavía anda por ahí: México y el orden internacional.

En su juventud fue simpatizante de Carlos Madrazo…

Carlos Madrazo fue un político excepcional, un hombre que intentaba redimir los ideales de la Revolución mexicana. Trató de convertir al Partido Revolucionario Institucional (PRI) en una estructura democrática, pero era muy difícil lograrlo porque la maquinaria entera del partido se oponía a ese propósito; todo el partido oficial estaba basado en una cultura autoritaria. Llegó tarde para intentar un cambio de esa magnitud.

En 1968 la prensa oficialista lo imputó a él como uno de los que estaban detrás del movimiento estudiantil.

Así es, pero eso fue una calumnia. Nadie estaba detrás del movimiento. Fue un movimiento juvenil espontáneo que quería condiciones más democráticas. Además, el movimiento no era de izquierda, como se le ha encajonado. Claro, había muchachos con la imagen del Che Guevara, pero la mayoría de nosotros —porque también formé parte del movimiento— lo que verdaderamente buscábamos eran condiciones de una democracia liberal.

La democracia ha sido un anhelo constante en su vida.

Sin duda. Mi trayectoria en la lucha democrática inició con el movimiento de 1968 y fue tomando forma organizada durante el sexenio de Miguel de la Madrid, cuando formamos grupos de observadores para las elecciones llamados “maderistas”, porque lo que queríamos era que las elecciones fueran limpias y justas. Ahí fue como empezó, desde la sociedad civil, mi acercamiento a la política electoral, al mismo tiempo que vivía de mi práctica como abogado consultor.

Es decir que usted se recibió en la Libre y sí ejerció la profesión, por lo que no siempre estuvo en la política.

Lo hacía en un famoso despacho en esa época, donde laboré durante 25 años como abogado corporativo.

Pero la consolidación de su compromiso con la lucha por la democracia, primero desde la sociedad civil, que poco a poco lo fue llevando a la arena política y luego a la función pública, fue de la mano con el conocimiento y su integración con un grupo de jóvenes tabasqueños…

Los “maderistas” poníamos dinero de nuestra bolsa para ir a diversos lugares donde había elecciones y organizábamos otros grupos de observadores. Realmente no teníamos ninguna ideología de derecha ni de izquierda; lo que nos unía y nos comprometía era la lucha por tener elecciones libres.

¿Se considera un militante de la izquierda?

Nunca pertenecí a ningún partido, mucho menos al partido comunista. No compatibilizo para nada con el comunismo, ni tampoco con el socialismo marxista; sólo creo en los principios de la Revolución mexicana.

Cuando usted dice que tiene una afinidad ideológica con la Revolución mexicana, ¿a cuál de todas las revoluciones de ese movimiento se refiere, a cuáles de sus principios?

A tres principios fundamentales: el primero, la democracia; el segundo, que la suerte de los más fuera atendida, o sea, que la concentración del ingreso se redujera, y el tercero, que México fuera una nación soberana. Por desgracia, a los revolucionarios se les olvidó el primer principio.

Nos ha costado mucha sangre hacer valer ese primer principio…

En efecto, pero también ha habido un larguísimo periodo de paz y de construcción que no podemos negar. El PRI ha tenido todos los defectos del mundo, pero nos garantizó ochenta, noventa años de paz, y eso no lo podemos negar, ¿o sí?

¿Qué relación tuvo usted con Heberto Castillo?

El ingeniero Castillo fue mi amigo, a pesar de que fue un hombre mucho más a la izquierda que yo, donde militó, y cuyos esfuerzos se enfocaron desde los años setenta en la formación de un partido político. Cuando Heberto salió de la cárcel, comenzó a pensar en organizar un partido, que finalmente fue el Partido Mexicano de los Trabajadores, al que no pertenecí, pero sí algunos amigos a quienes yo consideraba demasiado a la izquierda. Creo que el partido no prosperó no sólo por su ideología, sino porque no abrazaba los principios de la Revolución mexicana. La mentalidad del pueblo de México no es de izquierda radical; se compromete hasta los principios básicos de la Revolución mexicana que penetraron muy fuertemente en nuestra cultura política.

¿Se refiere a los esfuerzos partidarios del ingeniero Castillo en los que incluso participaron intelectuales como Octavio Paz y Carlos Fuentes?

Sí, pero esos intelectuales únicamente asistieron a unas juntas sin comprometerse; ellos conservaban su independencia e hicieron bien en hacerlo.

¿Qué significa Lázaro Cárdenas para usted?

Cárdenas me pareció un extraordinario presidente, pero al que le falló un aspecto importante: la democracia. Él no fue un demócrata, sino un hombre un tanto autoritario que incluso recurrió al fraude electoral durante la elección de 1940. Hay unos textos magníficos de Daniel Cosío Villegas al respecto. A mí lo que me define es el compromiso con la democracia.

¿Llegó a conocer a don Daniel? ¿Cómo era Cosío Villegas?

Sí, lo traté cuando fui becario de Garza Castañeda, cuando hice mi tesis bajo el amparo de El Colegio de México. Cosío Villegas era un viejo extraordinario, un hombre que indudablemente pugnaba por la democracia, un liberal, pero también una persona que se daba cuenta de que los principios de la Revolución habían sido traicionados, como lo consignó en su formidable La crisis de México. Fue un hombre que le heredó muchas instituciones a México, como el Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México. Si hay alguien con cuyo pensamiento me identifico es con don Daniel.

La lucha por la democracia ha sido una constante en su biografía y en sus escritos. Nuestra democracia empieza a asomar la cabeza quizá desde 1977, pero hay quienes consideran que todavía es una obra inconclusa. ¿Cree usted que nuestra transición democrática aún no ha concluido?

Pienso que la transición democrática comenzó seriamente en 1997, cuando Cuauhtémoc Cárdenas ganó la jefatura de gobierno del Distrito Federal, y no hay duda de que entró en pleno vigor en el año 2000, cuando el PRI perdió la presidencia de la República. Pero considero que no es una transición plena porque entre el PRI y el Partido Acción Nacional (PAN) hay una alianza para mantener los ejes fundamentales del sistema. Por lo tanto, fuimos muchos los que vimos una transición incompleta, los que estuvimos en contra de esa alianza. Eso fue lo que ideológicamente me acercó a Andrés Manuel López Obrador.

Pero su acercamiento con el actual presidente de la República data de muchísimos años antes.

Yo conocí a Andrés Manuel en Tabasco desde las épocas de aquellas pandillas democráticas, los “maderistas”, allá por 1989, incluso antes de que él contendiera por la gubernatura contra Roberto Madrazo.

Don Enrique González Pedrero es otro tabasqueño que en algún momento fue una figura importante para el presidente y que personalmente considero un gran historiador. ¿Qué opinión tiene usted de él?

Él fue un gobernador de su época. Durante su administración Andrés Manuel fungió como director del Instituto Indigenista de Tabasco. González Pedrero notó su carisma y su capacidad organizativa y lo nombró dirigente del PRI. López Obrador duró sólo seis meses como dirigente pues intentó revivir los cuadros seccionales. Hubo mucha presión y el gobernador se vio obligado a pedirle su renuncia. A cambio, le ofreció la Oficialía Mayor de la entidad, que Andrés Manuel rechazó. En cambio, vino a la Ciudad de México, donde eventualmente encontró trabajo en la actual Procuraduría Federal de Protección al Consumidor.

Usted es un hombre de muchos intereses: el derecho corporativo, la lucha democrática, la política y la economía. También estudió derecho económico en la Universidad Iberoamericana. ¿Qué lo motivó a hacerlo?

Creía en la utilidad de asociar ambas disciplinas. Me gustaba mucho la materia y en la época en que la estudié, que era la de Miguel de la Madrid, se insistía mucho en la economía mixta, una doctrina que realmente proviene de la época de Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho. De la Madrid habló mucho de ella, pero después se decantó claramente por una economía neoliberal.

¿Cree usted que estamos volviendo al camino de la economía mixta?

Creo que sí, a pesar de que el actual gobierno es muy respetuoso de la iniciativa privada. Andrés Manuel no es enemigo de la empresa privada. Lo que quiere es reservar para el Estado unas cuantas áreas esenciales, pero no quiere burocratizar la economía. Andrés Manuel odia la burocracia, no sabe usted a qué grado.

Estamos de cara a la elección más grande de la historia democrática de este país y usted ejerce la titularidad de uno de los órganos más importantes de nuestra institucionalidad democrática. ¿Cómo ve el panorama de la elección?

Ha habido un cambio muy importante. Durante muchísimas décadas, el gobierno se encargaba de tolerar y encubrir fraudes electorales; ahora, aparentemente, por las declaraciones públicas que se han hecho, el gobierno va a ser un defensor, un garante de las elecciones, porque la presidencia tiene poder y, sobre todo, puede aglutinar a muchas instituciones federales como el Instituto Nacional Electoral (INE) y la Secretaría de Seguridad Ciudadana, que no sólo van a proteger la elección sino que también van a proteger o intentar proteger a los candidatos. Ha habido ya 15 asesinados.

El gran reto de la democracia mexicana parece ser el dinero sucio en las campañas electorales.

El dinero es la sangre de la política. El combate al dinero sucio es un gran acierto. Considero importantísimos los esfuerzos que están haciendo varias instituciones en la materia.

La Fiscalía Especializada en Delitos Electorales es una institución fundamental en momentos en que México se encuentra en una encrucijada más, frente a una elección que podría definir el futuro del país y su democracia.

¿Podemos hablar de que, independientemente del factor de la violencia y del financiamiento ilegal, tenemos instituciones sólidas, imparciales e independientes que garanticen que los votos cuenten y se cuenten?

Sí, creo que el trabajo conjunto de la Fiscalía General de la República y del INE, el trabajo mucho más modesto que nosotros en la FEDE podemos hacer y el que puede realizar la Secretaría de Seguridad Ciudadana garantizan una sinergia defensiva de las elecciones.

Usted toma el cargo de una institución relativamente nueva, que nace en 1994 y que ha sufrido diversas mutaciones, hasta llegar a la FEDE. ¿Cómo la encuentra y cómo la ve ahora?

La encuentro con una tendencia de 25 años de ser enteramente aparente. No tenía ni tiene ningún poder ejecutivo; se creó justamente para dar la impresión de que se podían perseguir los delitos. Es muy pequeña. Para ponerlo claro: nosotros hemos logrado una fuerza de 57 ministerios públicos; imagínese usted lo que es eso frente a una elección del tamaño de la que viene. Tenemos que hacer mucho con muy poco y no podríamos hacer sino algo simbólico, si no fuera porque la Fiscalía General de la República tiene una estructura en todo el país que nos va a servir de base.

¿Por qué nunca hemos visto una sanción, que a una persona se le condene por fraude electoral? ¿Por qué nunca se le ha quitado a un partido político el registro?

Por falta de voluntad política, porque el Estado mexicano era cómplice de los fraudes electorales, o por lo menos encubridor. Mire, sin la participación de los gobiernos estatales y federales no hubieran sido posibles estas conductas delictivas. Y le voy a poner un ejemplo muy claro: en 2018, cuando gana Andrés Manuel, la acción del gobierno se retrae y se permiten las elecciones. Se dependía de esa voluntad política, de que el gobierno de Enrique Peña Nieto se refrenara y realmente sólo lo hizo por la posibilidad de un estallido social.

¿Entonces usted tiene la impresión de que actualmente existe la intención política de respetar la voluntad popular?

Hay voluntad política por parte del Estado mexicano de garantizar las elecciones.

En materia electoral existe una delgada línea entre la compra de voluntades y los programas sociales “directos, para que el dinero llegue a la gente”, como postula el presidente. ¿Qué tanto puede interpretarse eso como una coadyuvancia al voto?

No creo que lo sea. A mí me parece que hacer programas sociales y ayudar a la gente, sobre todo a la que está en condiciones más vulnerables, es una obligación del gobierno. Esta nivelación es lentísima; es decir, las diferencias de clase son abrumadoras, y lo que hace el presidente es reducir un poco esas diferencias y eso le da popularidad. ¿Por qué esto sería una coacción al voto? Hay un principio en la politología estadounidense llamado delivery. ¿Qué recibe el ciudadano a cambio de su voto?

En su biografía sobre el presidente, usted se refiere a él como “el político más importante, polémico, denostado y aclamado de nuestra época, capaz de suscitar amor y odio”. A casi tres años de que ganó la elección y después de haber asumido la titularidad del Poder Ejecutivo, ¿ha cambiado o reafirmado usted esa visión sobre él?

Pienso que será recordado como un buen presidente. La crítica feroz que se le hace es sana. Lo que no es sano es que haya calumnias de un lado o de otro.

Es un largo trecho el que nos falta todavía por recorrer. Esta figura del presidente a la que usted se refiere en su libro, una figura tan carismática, tan polémica, tan importante, ¿no eclipsa a otros cuadros que podrían continuar las ideas del régimen en el poder?

Sí, una figura tan fuerte hace sombra y creo que él lo tiene muy presente, y cuando tenga que retirarse, quizá le pase lo que a Porfirio Díaz. Creo firmemente que Andrés Manuel se va a retirar en 2024 y no va a seguir influyendo de manera decisiva en la política.

¿No cree que la historia pueda repetirse y busque instaurar una suerte de Maximato?

No, porque él conoce la historia de México y sabe en qué terminan esas cosas.

¿Cómo ve al Poder Judicial?

Creo que tiende a volverse cada vez más autónomo. Pienso que existe un gran reto para limpiar el Poder Judicial porque se corrompió, y esto no lo podemos negar. Todos los que vivimos cerca de esa cultura lo sabemos. Si poco a poco se hiciera más profunda la voluntad de acabar con la corrupción, los jueces tenderían a ser más rectos. Estamos viendo un esfuerzo muy grande de parte del actual presidente para volver más limpia la función judicial. Hay que ser pacientes.

¿Se puede ejercer la prensa libremente en nuestro país?

La voluntad del gobierno puede ser a favor de la libertad de prensa, pero es difícil que eso pueda transformar una tendencia ancestral de violencia y de resolver las cosas a tiros y que está en el origen de nuestro país. Es muy difícil revertir, sobre todo regionalmente, esta vocación por la violencia, ahora agravada por el crimen organizado. La violencia no puede desaparecer por encanto; la policía y los órganos de seguridad pueden obtener algunos avances, pero serán modestos.

¿Gozamos de libertad de expresión en México?

Amplísima, como no la habíamos disfrutado nunca. Simplemente porque ya no existe el oneroso gasto para mantener controlada a la prensa. Ahora puedes decir lo que quieras y la mayoría absoluta lo hace; la mayoría de los medios de comunicación está en contra del gobierno y el gobierno se defiende con las conferencias mañaneras y con algunos spots. La defensa del gobierno, tal como la veo, está en los programas sociales.

Le agradezco mucho esta charla entre abogados. ¿Usted recomendaría la profesión a un joven que hoy piensa en estudiar derecho en México? ¿Cómo ve la práctica y la enseñanza del derecho en nuestro país?

Pienso que no sólo sigue siendo atractiva académicamente, sino también en el plano económico, porque los negocios en México no van a decrecer, salvo que se produzca un desastre.

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